jueves, 14 de enero de 2016

Tokyo ni youkoso


En Tokyo nos quedamos en Anne Asakusabashi Backpackers, un hostel con demasiada gente adentro como para estar cómodos, pero limpio, ordenado, y con desayuno incluido.


Y salimos a caminar. Mientras que el visitante típico tiene una lista de lugares a los que quiere ir y se toma trenes para llegar a su destino, yo le sugerí a Miki que marcáramos los puntos de nuestra lista en un mapa y los uniéramos caminando. La idea no fue mala.


Durante un par de días en los que caminamos, calculo yo, unos cuarenta kilómetros por calles que no se repetían la una a la otra, cubrimos zonas como Asakusa, Akihabara, Shinjuku, Harajuku, Ueno, Alo (nah eso es chiste), Alísimo (sí bueh basta), y Shibuya.


Para hacerlo fácil, voy a tratar de describir la impresión de Tokyo en nosotros, simples argentinos. Y para empezar, les pido que imaginen estar en un laberinto sin final. Un laberinto con autopistas que surcan el cielo, trenes y subtes que emergen de la tierra y se hunden en ella, un laberinto de avenidas y calles y callejones que se ramifican como sistema circulatorio complejo y apabullante. Un laberinto que se desarrolla a varios niveles: el de calle; el de edificio de siete pisos con negocios y locales en cada uno de ellos; el de los puentes peatonales que cruzan de acá para allá y de un edificio a otro; el de los subsuelos y covachitas en los que te podés caer si vas distraído; el de las múltiples estaciones de tren interconectadas llenas de locales y puestos de comida.


Ahora imaginate que ese laberinto que se multiplica como caleidoscopio en cada esquina está decorado con muchedumbres poco coloridas que deambulan sin hacer mucho ruido, respetando señales de tránsito, sin tirar papelitos al piso. Imaginate que ves una jungla de postes de luz y cables de distintas jerarquías dominando la altura. Imaginate que hay carteles y señales de tránsito y publicidades invadiendo todo. Imaginate que caminás por una zona tranquila de ese laberinto, en una callejita sin vereda y con montículos de macetas y plantitas en cada fachadita. Imaginate que cada diez minutos te encontrás un templo, un santuario chiquito, una diminuta estatua de un zorro con un poco de incienso y unas ofrenditas, encasquetado entre gigantes de cemento que no se atrevieron a aplastarlo. Imaginate que pedís instrucciones a alguien y ese alguien, que no sabe la respuesta, se demora dos minutos googleándolo para vos.


Sin duda que los barrios tranquilos de Tokyo nos fascinaron por sus facetas, su intrincamiento, lo silencioso de sus calles, lo limpio de sus vecinos que barren las hojitas otoñales con escobas anacrónicas que hace cinco siglos no mejoran el diseño.

Y sin duda, también, nos fascinaron las zonas comerciales de Tokyo, donde todo es gente, carteles de colores, televisores gigantes y altavoces que gritan publicidades sin piedad del peatón.


El primero que visitamos fue Akihabara, la zona de nerd y electrónica. Todo allá era animé, manga, muñequitos, merchandaisin, y computadoras. Entrábamos a un local y subíamos cinco pisos viendo muñecos de colegialas de algún animé, robots desarmables de un jueguito, rompecabezas, disfraces, cartas coleccionables, muñecos de Dragon Ball y One Piece, llaveros, etcétera. Entrábamos a otro y ojeábamos mangas de toda clase y género, y bajábamos dos subsuelos para encontrar DVDs, CDs con la BSO de lo que se te ocurra, juegos viejos y nuevos para la consola que pidas. Y entre un edificio y el otro había un callejón diminuto con máquinas en las que, por unos yenes, podés sacar una pelota al azar, y esa pelota te trae más llaveros, muñequitos, cartas coleccionables, más etc.


Evitamos ir a los Manga Café porque acordamos ir sólo si, al terminar el viaje, nos quedaba plata suficiente. Pero sí fuimos a pasear a los edificios de Pachinko & Slot que tienen máquinas tragamonedas y reemplazan el vicio de los casinos (que no los hay) y lo habilitan para todo el mundo. Adentro nos apabullaron el estruendo inconmensurable de música que mataría a un conejo en cinco segundos. Y paseamos por los complejos donde tenés máquinas de fichines con juegos de una variedad imposible de clasificar, y miles de UFO catcher (que es como llaman a las maquinolas donde una mano con poca aprehensión falla constantemente en obtener el premio, que en Japón no sólo son peluches, sino muñecos, juegos, sábanas y toallas, golosinas, tazas, llaveros, boludeces varias).


También fuimos a Shibuya, donde está el cruce peatonal más transitado del mundo (y la estatua del perro Hachiko). Miguel y yo confirmamos: es el cruce peatonal más transitado del mundo. Deambulando por un shopping de siete niveles encontramos unos asientos masajeadores, libres de probar, que nos hicieron llorar, y seguimos a la manada señalándolo todo como tarados.


Y de ahí pasamos por Harajuku, donde en fines de semana hierve la frikeada que se disfraza y se viste raro (porque claro, en Harajuku están todos los locales que venden las frikeadas con las que se visten estos frikis). Sólo que como era día de semana no fue tan loco.


Y seguimos a Shinjuku, que fue lo más zarpado que vimos en Tokyo. En Shinjuku se combinan varias estaciones de tren de varias líneas, y están conectadas por un laberinto de varios niveles de shopping y oficinas (en el cual yo me perdí por media hora sin ver una salida). Y en el exterior, Shinjuku se expande y expande abarcando un radio inmenso y muchas otras estaciones secundarias de tren y subte. Y los comercios abarcan cada vereda de cada calle, avenida y callejón, sin excepción. Tenés infinidad de locales de comida, algunos más occidentales y otros bien tradicionales, chiquitos y oscuros; los tenés a nivel del suelo, a nivel de subsuelo, y a nivel terraza de rascacielo. Tenés locales de todo tipo de tecnología. Tenés hoteles y su zona roja que abarca cuanta inclinación haya en la tierra. Tenés localcitos de la adivina que te lee las líneas de la mano, y una filita de japonesas que esperan su turno en la vereda. Tenés más carteles luminosos que te gritan desde lo alto, música que se superpone con otra música, maids que te invitan a pasar a sus cafés, robots que te hablan en japonés, máquinas expendedoras de gaseosas, café en lata, jugo, cigarrillos, rámen, papitas, y más, mucho más.


Mucho. Mucho mucho mucho mucho mucho más.


 





Rafa Deviaje.

2 comentarios:

  1. Genial Rafa!! Muy buen recorrido virtual che! Virtual para mi... jajajaj!! Abrazo grandeeeee

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    1. Jaja si querés recorrerlo mejor entrá a google maps que tenés toooooodo cubierto, incluso podés entrar a algunos locales!

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