En Tokyo nos quedamos en Anne
Asakusabashi Backpackers, un hostel con demasiada gente adentro como
para estar cómodos, pero limpio, ordenado, y con
desayuno incluido.
Y salimos a
caminar. Mientras que el visitante típico tiene una lista de lugares
a los que quiere ir y se toma trenes para llegar a su destino, yo le
sugerí a Miki que marcáramos los puntos de nuestra lista en un mapa
y los uniéramos caminando. La idea no fue mala.
Durante un par de días en
los que caminamos, calculo yo, unos cuarenta kilómetros por calles
que no se repetían la una a la otra, cubrimos zonas como Asakusa,
Akihabara, Shinjuku, Harajuku, Ueno, Alo (nah eso es chiste),
Alísimo (sí bueh basta), y Shibuya.
Para hacerlo fácil, voy a
tratar de describir la impresión de Tokyo en nosotros, simples
argentinos. Y para empezar, les pido que imaginen estar en un
laberinto sin final. Un laberinto con autopistas que surcan el cielo,
trenes y subtes que emergen de la tierra y se hunden en ella, un
laberinto de avenidas y calles y callejones que se ramifican como
sistema circulatorio complejo y apabullante. Un laberinto que se
desarrolla a varios niveles: el de calle; el de edificio de siete
pisos con negocios y locales en cada uno de ellos; el de los puentes
peatonales que cruzan de acá para allá y de un edificio a otro; el
de los subsuelos y covachitas en los que te podés caer si vas
distraído; el de las múltiples estaciones de tren interconectadas
llenas de locales y puestos de comida.
Ahora imaginate que ese
laberinto que se multiplica como caleidoscopio en cada esquina está
decorado con muchedumbres poco coloridas que deambulan sin hacer
mucho ruido, respetando señales de tránsito, sin tirar papelitos al
piso. Imaginate que ves una jungla de postes de luz y cables de
distintas jerarquías dominando la altura. Imaginate que hay carteles y señales de tránsito y publicidades invadiendo todo. Imaginate que caminás por
una zona tranquila de ese laberinto, en una callejita sin vereda y
con montículos de macetas y plantitas en cada fachadita. Imaginate que
cada diez minutos te encontrás un templo, un santuario chiquito, una
diminuta estatua de un zorro con un poco de incienso y unas
ofrenditas, encasquetado entre gigantes de cemento que no se
atrevieron a aplastarlo. Imaginate que pedís instrucciones a alguien y ese alguien, que no sabe la respuesta, se demora dos minutos googleándolo para vos.
Sin duda que los barrios
tranquilos de Tokyo nos fascinaron por sus facetas, su
intrincamiento, lo silencioso de sus calles, lo limpio de sus vecinos
que barren las hojitas otoñales con escobas anacrónicas que hace
cinco siglos no mejoran el diseño.
Y sin duda, también, nos
fascinaron las zonas comerciales de Tokyo, donde todo es gente,
carteles de colores, televisores gigantes y altavoces que gritan
publicidades sin piedad del peatón.
El primero que visitamos
fue Akihabara, la zona de nerd y electrónica. Todo allá era animé,
manga, muñequitos, merchandaisin, y computadoras. Entrábamos a un
local y subíamos cinco pisos viendo muñecos de colegialas de algún
animé, robots desarmables de un jueguito, rompecabezas, disfraces,
cartas coleccionables, muñecos de Dragon Ball y One Piece, llaveros,
etcétera. Entrábamos a otro y ojeábamos mangas de toda clase y
género, y bajábamos dos subsuelos para encontrar DVDs, CDs con la
BSO de lo que se te ocurra, juegos viejos y nuevos para la consola
que pidas. Y entre un edificio y el otro había un callejón diminuto
con máquinas en las que, por unos yenes, podés sacar una pelota al
azar, y esa pelota te trae más llaveros, muñequitos, cartas
coleccionables, más etc.
Evitamos ir a los
Manga Café porque acordamos ir sólo si, al terminar el viaje, nos
quedaba plata suficiente. Pero sí fuimos a pasear a los edificios de
Pachinko & Slot que tienen máquinas tragamonedas y reemplazan el vicio de los casinos (que no los hay) y lo habilitan para todo el mundo. Adentro nos
apabullaron el estruendo inconmensurable de música que mataría a un
conejo en cinco segundos. Y paseamos por los complejos donde tenés
máquinas de fichines con juegos de una variedad imposible de
clasificar, y miles de UFO catcher (que es como llaman a las maquinolas donde
una mano con poca aprehensión falla constantemente en obtener el
premio, que en Japón no sólo son peluches, sino muñecos, juegos,
sábanas y toallas, golosinas, tazas, llaveros, boludeces varias).
También fuimos a Shibuya,
donde está el cruce peatonal más transitado del mundo (y la estatua
del perro Hachiko). Miguel y yo confirmamos: es el cruce peatonal más
transitado del mundo. Deambulando por un shopping de siete niveles
encontramos unos asientos masajeadores, libres de probar, que nos
hicieron llorar, y seguimos a la manada señalándolo todo como tarados.
Y de ahí pasamos por
Harajuku, donde en fines de semana hierve la frikeada que se disfraza
y se viste raro (porque claro, en Harajuku están todos los locales
que venden las frikeadas con las que se visten estos frikis). Sólo
que como era día de semana no fue tan loco.
Y seguimos a Shinjuku, que
fue lo más zarpado que vimos en Tokyo. En Shinjuku se combinan
varias estaciones de tren de varias líneas, y están conectadas por
un laberinto de varios niveles de shopping y oficinas (en el cual yo
me perdí por media hora sin ver una salida). Y en el exterior,
Shinjuku se expande y expande abarcando un radio inmenso y muchas
otras estaciones secundarias de tren y subte. Y los comercios abarcan
cada vereda de cada calle, avenida y callejón, sin excepción. Tenés
infinidad de locales de comida, algunos más occidentales y otros
bien tradicionales, chiquitos y oscuros; los tenés a nivel del
suelo, a nivel de subsuelo, y a nivel terraza de rascacielo. Tenés
locales de todo tipo de tecnología. Tenés hoteles y su zona roja
que abarca cuanta inclinación haya en la tierra. Tenés localcitos
de la adivina que te lee las líneas de la mano, y una filita de
japonesas que esperan su turno en la vereda. Tenés más carteles
luminosos que te gritan desde lo alto, música que se superpone con
otra música, maids que te invitan a pasar a sus cafés, robots que
te hablan en japonés, máquinas expendedoras de gaseosas, café en
lata, jugo, cigarrillos, rámen, papitas, y más, mucho más.
Mucho. Mucho mucho mucho
mucho mucho más.
Rafa Deviaje.
Genial Rafa!! Muy buen recorrido virtual che! Virtual para mi... jajajaj!! Abrazo grandeeeee
ResponderEliminarJaja si querés recorrerlo mejor entrá a google maps que tenés toooooodo cubierto, incluso podés entrar a algunos locales!
Eliminar