Empecé en la plantación
de paltas esperando, con suerte, tener tres meses de trabajo y poder
aplicar a mi segunda visa. Bueno, desde ahora te anticipo: lo
conseguí, y seguí trabajando ahí hasta el final de la temporada.
También entremedio pude ver ornitorrincos en estado silvestre: sueño
cumplido.
Pero antes quiero hacer
un paréntesis y contarte de cómo y por qué no hay que boludear a
un argentino. Arranquemos así: yo me contacté con el dueño de un
hostel y pub en Atherton, quien me consiguió el trabajo en esta
plantación de paltas a cambio de que me alojara con él. Bueno, en
realidad con él no, sino en el hostel y pub de un conocido, en
Yungaburra, otro pueblo cercano. Okay, le dije, no hay drama. Me fui
a Yungaburra un domingo y descubrí que el establecimiento era
horrible, sucio, asqueroso, pobre de infraestructura y, para peor,
carísimo: doscientos quince dolares semanales. Así que apenas
arrancamos a trabajar, me fui con el jefe y le pregunté si tenía
que quedarme allá para trabajar ahí. No, me dijo, podés dormir
donde quieras.
Bueno, así hice: dejé a
esos que hacen negocio a costa de los backpacker y, después de
merodear por un camping, terminé durmiendo en el galpón del papá
de mi supervisor en la farm, que me ofreció alojarme gratis a cambio
de una mano para poner orden alrededor. Yo, chocho, me dije: he
vencido a este sistema perverso.
(Aquí vale aclarar que
estos working hostel acaparan todos los anuncios de trabajo local,
volviendo obsoletos los organismos gubernamenales de búsqueda de
trabajo, y así ellos se llevan, semanalmente, entre una tercera
parte y un quinto de cada salario de cada pobre backpacker que acudió
a ellos. Son una mafia.)
Durante mis cuatro meses
de trabajo en la farm de avocados hice montón de trabajos. El
primero era el picking, en el cual, calzado con una bolsa tipo
canguro (como la que usaba cuando juntaba kiwis) me subía a una
escalera alta para llegar a más fruta. O sea que subía y bajaba
millón de veces por día, y arrastraba y acomodaba la puta escalera
sin parar, y me sentía como cuando era nenito y tenía que arrastrar
las bicicletas de los adultos. Dolores incontables.
El segundo trabajo fue el
mejor: cherry-picking. Se le dice cherry-picker a una pequeña grúa
hidráulica con rueditas que te permite acceder a toda esa fruta
demasiado alta, y es una masa porque no tenés escaleras ni bolsas
pesadas colgándote del cogote. Lo malo es que te podés morir, como
le pasó a un chilero de una farm vecina, que se llevó puestos unos
cables de alta tensión.
El tercer trabajo fue el
peor: después de que unas maquinolas gigantes podaron todas las
sesenta hileras de árboles, nos dieron tridentes y nos dijeron:
saquen las ramas cortadas de abajo de los árboles y póngalas en los
pasillos del medio. No te puedo explicar los dolores articulares que
tuve durante esas semanas.
El cuarto trabajo estuvo
mucho mejor: nos dieron unas sierritas de mango largo y tijeritas de
podar y fuimos ahí, árbol por árbol, podando las ramas bajas
mientras los únicos dos empleados fijos de la farm iban en las
cherry-picker con motosierras, podando por arriba. Acá la pasé
bomba, escuchando música todo el día, hasta que, antes del fin de
semana, nos hacían ir a juntar las nuevas ramas caídas y ponerlas
otra vez en los pasillos entre hileras.
Y visto así el laburo
suena bastante a mierda, pero creeme, estuvo copado. No la parte en la
que me dolía todo el cuerpo, sino la parte en la que los dueños de
la farm nos alimentaban con pizzas, tortas, panchos, pies, sánguches
de subway, galletitas, etcétera. O la parte en la que nos quedaban
montón de horas libres por día y me dedicaba a leer y escribir. O
la parte en que nos pagaban. Eso estaba genial.
Rafa Deviaje.
jajaja, materialista habias resultaDO... JAJAJ
ResponderEliminarnah ni ahí, yo no $oy a$í
Eliminar