miércoles, 23 de abril de 2014

Auckland: segunda parte

Antes de cerrar este ciclo sobre Auckland, la primera ciudad a la que voy solo, recorro por las mías y me pierdo sin la posibilidad de llamar a mamá, quería añadir unas cosas más. Y primero están, obvio, las enumeraciones.


Otras cosas que hay en Auckland:
·trabas maoríes (imaginate un all black hecho zulma lobato y vas a andar muy cerca)
·camiones de basura diminutos que se suben a las veredas y camioncitos barrenderos con cepillos circulares ·que van como escarabajos limpiando la ciudad (parecen sacados del equipo de desinfección de Monsters Inc.)
·una marihuana sintética que es legal y nadie entiende bien qué es, pero que se la fuman igual (y dice ser un potenciador de habilidades ninjas, posta)
·alcohol y cigarrillos muy, muy caros
·cafés con mucha buena onda y dueños todavía más buena onda (que desgraciadamente no necesitan empleados)


Otras cosas que no hay en Auckland:
·rejas o persianas que protejan a los locales cuando están cerrados (parece que Auckland es el lugar más seguro del mundo, excepto, tal vez, Hogwarts)
·mosquitos
·joda, por lo que cuentan, no hay vida nocturna comparable con la bonaerense
·pasto desprolijo
·estacionamiento económico

 

En Auckland pasé poco más de dos semanas en las que realicé todo el tramiterío pertimente y en las que gasté calles caminando con currículums en una mano y cámara de fotos en la otra.


Cabe destacar que me gustaron mucho más los barrios y suburbios que recorrí (llenos de casitas de madera tipo victorianas, o como las de las películas de Alabama, o construcciones re fashion, llenos de árboles y plazas y cielo) que el downtown (que también tiene sus atractivos pintorescos y una alegría picante por todos lados). Cabe destacar que los lugares que recorrí (a parte del Museo y el Zoo, algunas playas, parques, Mount Eden) estuvieron siempre lindos y amigables. Cabe destacar que incluso la gente de la que uno se aleja automáticamente, son gente amable. Y cabe destacar, finalmente, que no conseguí trabajo, gasté más plata de la pensada, y terminé yéndome a Te Puke (capital mundial del kiwifruit) a tratar de recuperar unos pesos neocelandeces.

Mount Eden es la cima más alta de Auckland, y desde su cumbre,
junto al cráter muerto, se ven los confines de la ciudad.
Tanto se ve que colocaron un disco que señala dirección y distancia
de las capitales más importantes del mundo.
Buenos Aires 10363 km.


Rafa Deviaje.

El Zoo de Auckland

El Zoo de Auckland (catalogado según alguien como uno de los mejores del mundo, y yo, que conozco sólo el de Buenos Aires y así de afuera el de Luján, se la creo) es otra de las atracciones de esta ciudad. Por 25 dólares uno puede hacer todas las cosas básicas. Después hay extras por alimentar algunas alimañas, acariciar al elefante, darle mamadera al kiwi, bailar con maoríes (esa es clave, está en todos lados), etcétera.

                                     

Siendo esta una apreciación personal únicamente, debo aclarar que en cuanto a los animales, no encontré nada abrumadoramente fantástico. Tal vez es porque por la tele o por internet uno cree conocer lo más exótico de la fauna, pero sí, tienen animales copados como en todos lados (leones, tigres, elefantes, girafas, pajarracos, monos y eso); sí, tienen cosas propias de Nueva Zelanda (pájaros que no vuelan básicamente; yo pude ver al kiwi, aunque no fue más que una mancha oscura moviéndose como pingüino jorobado en medio de la oscuridad de su pecerota); y sí, tienen varios ejemplares de cada especie. Pero no tiene belugas ni nada supercool.

                                                        

Lo que sí me fascinó de este zoológico es la puesta en escena de cada rincón. No sólo los animales no están encerrados en tristes cubículos de material ni en hábitats más deprimentes que una carpa en día de lluvia, sino que tienen espacios considerables, árboles, juegos, esto y lo otro y lo de más allá. Y la infraestructura: esculturas, caminos, puentes, ríos y estanques, arcos, construcciones, jaulas enormes con paseos internos, cabañas, parques, jardines, túneles, etcétera.

                                

Ahora, otra pata débil de este zoológico es, como dice John Hammond en Jurassic Park y como pasa siempre: los bichos no se muestran. Escuchaba rugidos y bramidos mientras foteaba jirafas, pero cuando llegué al lugar de los leones, estos estaban ahí echados entre los pastizales. Los orangutanes dormían todos, y se volvieron a escuchar de lejos los rugidos. Los monos estaban allá perdidos entre los árboles. Las lagartijas parecían todas camaleones por lo bien que se camuflaban en las peceras. Los pájaros, en cuyas enormes jaulas uno entra y recorre, se mofan de uno piando desde sus Puntos Estratégicos de Observación de Turistas Frustrados. El león vuelve a rugir mientras el hipopótamo se baña, mostrándonos sólo sus orejitas por arriba del agua. El elefante está tímido. La parte del demonio de Tasmania está en construcción. Los tigres están empachados. Los suricatas están de huelga. Y así se suceden eternamente.

¿Consejos? Vayan para pasar un día entero y pasar varias veces por los mismos lugares. Tal vez enganchen al león cuando está rugiendo. Y lleven mapa y lapicera. Fundamental mapa y lapicera. Y andar con más tiempo también, porque el zoo está al lado del Western Spring Park, que tiene una lagunota enorme, muchos pájaros y patos y cisnes y esas cosas.

                       



Rafa Deviaje.

lunes, 14 de abril de 2014

El Museo de Auckland

Auckland tiene un Museo. Que duele 25 dólares kiwis, pero que vale la pena room by room. Está en el Auckland Domain, que es un parque enorme con bosquecitos, caminitos y laguito, y el edificio, de fachada clásica, tiene por adentro tres niveles, muchos cuartos por nivel, y un zigzag interesante que te pasea por esa mezcla tan difícil de definir que inunda a toda la ciudad.
Para empezar, entrás a un recinto con una choza maorí que era algo sagrado, así que si te descalzás podés entrar y recorrerla por dentro. Tiene montón de esas caras que tallaban, medio diabólicas medio divertidas, que fascinan. Es todo de madera y paja, pintado de naranja blanco y negro. De chiquito me gustaba mucho esa combinación.



Después uno va recorriendo distintas habitaciones de la planta baja, donde se muestra todo lo que se conserva y se sabe de los maoríes (también de islas aledañas y no tanto, del Océano Índico y Pacífico) como herramientas, embarcaciones, arte, indumentaria, cosas para cazar, ídolos, muñecas, y bocha, bocha de cosas más.

En la parte posterior tienen cosas más recientes de la historia de Nueva Zelanda, curiosidades como juguetes de nenes del siglo anterior (incluida una casita en un árbol), comidas típicas de otras décadas, ropas, muebles, rugby, mucho rugby, chucherías de esas que uno puede llegar a encontrar en un local de segunda mano o un mercado de pulgas, pero que como están en un museo, decís fah mirá vos.


El primer piso se dedica a la flora, fauna y geografía. Tiene animales disecados (un moa gigante entre ellos, y muchos, muchos kiwis distintos), huesos, fósiles, peceras, representaciones de relieves y volcanes, hábitats y laboratorios, y una casita que tiene un simulador de terremoto al cual no pude asistir porque unos pibes de primaria copaban de bote a bote. Malditos.

El segundo piso está dedicado por entero a las guerras, primero las propias de Nueva Zelanda, y después la Primera y Segunda Guerra Mundial. Tienen recreaciones de trincheras, aviones enteritos, armas, medallas, banderas, listas de muertos, uniformes, una biblioteca, un misil grande como una moa y un pedazo de submarino incluso.

En general es todo muy lindo, muy cuidado, muy entretenido para los más pequeños y todo eso, aunque sin el mapita uno seguro termina salteándose una muestra o una sala. El tiempo mínimo para recorrerlo es de unas dos horas; para recorrerlo sacando fotos, tres horas; y para recorrerlo sacando fotos y leyendo (confieso, no lo hice), dos años de perro.

           

A todo esto, hay algo que me llamó la atención en la planta baja: ver conexiones y relaciones entre el arte de los maoríes y demás polinesios, y el arte americano precolombino.

Para enumerar, por un lado había estatuillas y colgantes realmente parecidos a los suplicantes: formitas humanas con perforaciones en brazos y piernas, en actitudes ceremoniosas. Incluso había una de esas transfiguraciones en la que el hombrecillo se quitaba una máscara maorí, pero igualita a las que se encuentran en América.

Después tenían una máscara enorme que no puede ser más similar a las máscaras de asombro preincaicas. Dale, que no todas las civilizaciones primitivas hacían caritas sintéticas con una T en el medio. ¿Coincidencia nomás?

Lo mismo en escudos y barcas, había trazos (estos sí más discutibles) muy parecidos a los arabescos de los aborígenes americanos, las espirales, las serpientes, etcétera.

Y después un sinfín de afinidades, más o menos demostrables, de impresiones, de rasgos, de detalles y espíritus que le decían a mi ojo (in)experto que acá había algo, que o unos remaron hacia el Oeste o los otros hacia el Este, pero que en algún momento todos estos se habían juntado a tomar mate, comer un asado e intercambiar figuritas.

Si algo de todo esto estaba explicado en los textos del Museo, lo ignoro porque no leí casi nada. Y si en wikipedia hay un artículo al respecto, también lo ignoro porque me da fiaca buscarlo. Y si alguien tiene un libro sobre la diplomadia entre incas y maoríes, que sepa que me caga mi súper teoría.




Rafa Deviaje.

domingo, 13 de abril de 2014

Albert Park

    

Auckland se esmera en sus parques y plazas. Las tiene invadidas de vegetación (incluso con caminos intransitables a causa de las ramas que se atraviesan) o con pufs en vez de banquitos, para los que el pasto les hace picar, o con máquinas para hacer ejercicio y grandes extensiones de césped perfecta y prolijamente cortado, para jugarse un béisbol después de calentar.



Fui con mi pequeña cámara Canon PowerShot SX150 is y el pequeño trípode para sacar fotos de exposición prolongada, y me puse a trabajar.

Andaba tranquilo con mi aparatito por una escalerita de ahí, en la plaza medio mal iluminada, pensando que jamás haría algo así en Buenos Aires, cuando a mi lado pasaron dos muchachos, con capucha y gorra puesta, que después de dar unos pasos giraron en u y se vinieron hacia donde estaba yo. "Cagué la fruta" fue mi primer pensamiento, junto al acto reflejo de prepararme para gritar, embestir con el trípode como única arma a mano y huir cobardemente.
Pero no, simplemente bajaron por la escalerita, me pidieron disculpas por arruinar la foto (que igual salió fea así que no pasó nada) y se perdieron en la noche. Oh Auckland.

















Pasado el primer susto, un rato despés por ahí seguía yo, esta vez acurrucado contra el piso, contando los segundos y procurando que nada perturbara a la camarita, cuando escuché que alguien me llamaba a mis espaldas:
-Ey flaco, ¿todo en orden?

















Al darme vuelta vi la silueta de tres policías (como en todos lados, la gorra los delató), y acto seguido el haz de una linterna me achinó las pupilas como a un gato.
-Todo bien -les respondí con mi mejor sonrisa- sacando fotos -y les señalé el trípode en el piso.
-¿Ah sí? -me dijo el poli líder del grupo- .¿Puedo ver?
Ahí salté diciendo of course y le mostré todas las benditas fotos que saqué en Auckland, intentando que no se notara que me había dejado el pasaporte y toda posible identificación en el hostel.
-Lindas fotos, me gusta esa -fue su respuesta, y deseándome buenas noches, y se marcharon para hablar y registrar a los distintos grupitos que había desperdigados por la plaza. Muchos de los cuales, supongo, no eran tan inocentes como yo. 



En Auckland limpian las fuentes. Me acerqué a una para meditar con el sonido del agua y la encontré echando espuma.
La otra foto es de uno de los acceesos del Myers Park, que es como un serpenteante valle de pastito corto entre altos edificios de departamentos.

En definitiva, descubrí que las plazas en Auckland son lo que a priori uno supone que deben ser: lugar de esparcimiento, recreación, relajación, naturaleza. A diferencia de las plazas de Buenos Aires, a las que uno va con lo que no le pueden robar y predispuesto a escuchar cumbia en el celular ajeno, uno puede ir cómo y cuándo se le antoja y ver pasar pibes, gente corriendo, hombres de traje paseando sus perritos, el hippie de la guitarra, maoríes vagabundos, madres y nenes, la armonía.

(No olviden hacer clic en las fotos para verlas más grande, que me casi voy preso por esmerarme tanto en la fotografía eh.)



Rafa Deviaje.

martes, 8 de abril de 2014

El primer destino: Auckland

Llegué a Auckland, de madrugada, acompañado de un pelotón latino en la misma situación que yo. Y nuestra primera impresión de Auckland fue que era una ciudad limpia, espaciosa, llena de indios, espaciosa, ordenada, sin edificios feos como los hay en Buenos Aires.

La mayor parte de aquel pelotón estuvo pocos días en Auckland y después siguieron viaje a tierras donde recolectar kiwis, pero yo me quedé porque deseaba conseguir trabajo en una cafetería o un restaurant (de los que tantos hay en Auckland). Y después de dos semanas estando en la ciudad más grande de Nueva Zelanda, puede afirmar que mis impresiones cambiaron: se acentuaron, se revirtieron, y se ampliaron. Igualmente es una cuestión tan complicada de hacer entender, que voy a ir por partes, y la primera parte va a ser una enumeración.

Qué cosas hay en Auckland:
·muchos indios, algunos con ropas musulmanes
·muchos asiáticos achinados (entiéndase chinos, ponjas, coreanos, vietnamitas, y todo aquel que coma con dos palitos)
·latinos
·un poco de todas las demás razas de la creación
·semáforos peatonales que funcionan sólo si les tocás un botón para que te ceda el paso
·gente que cruza el semáforo corriendo aunque le queden veinte segundos para hacerlo
·respeto por el otro, a morir, nadie incumple una norma de tránsito
·tipos de todas las edades pidiendo moneditas
·pibes drogándose a la luz del día, pero sin molestarte
·gorriones con confianza que se meten a picotear en las cocinas y panaderías
·gente muy, muy amable, con muchas, muchas ganas de ayudarte y que se muere, muere porque disfrutes de Nueva Zelanda
·árboles gigantes de la Edad Media
·plazas, parques y diminutas reserves que enamoran
·playas chiquititas y bastante cerca
·cementerios al lado de la calle, que funcionan como atajo para los pibes que salen del cole
·policías sin armas, ¿para qué las iban a necesitar?
·sillas de ruedas motorizadas por doquier, segways, bicis electrónicas re futuristas, longboards y skates de todos los tamaños, y adultos yendo en monopatín al trabajo


      


Qué cosas no hay en Auckland:
·cables
·perros callejeros
·gatos tampoco (el único que vi estaba en Mt. Eden, era todo negro y se llamaba Kevin)
·palomas muy pocas, las reemplazan las gaviotas
·edificios venidos a menos (enfatizo, se zarpan todos)
·wifi (salvo en la biblioteca pública y el Burger; después o pagás o no twiteás)
·kioskitos
·telos
·medidas de seguridad en bancos, cajeros (it's all right bro) ni en supermercados, donde te podés cobrar vos mismo (no, no la argentinié, pagué todo lo que compré)


Y más allá de las listas, hay sensaciones. Como la sensación de estar en un lugar donde la gente puede disfrutar aunque sea un poco, todos los días, y está bien con todo. O la sensación, subiendo una calle empinada, de que el cielo está muy, muy cerca, más cerca que la Sky Tower. O la sensación de que Auckland se instaló en medio de un bosque milenario y que cada ladrillo y metro cúbico de material llevó a cabo exigentes rituales para que los árboles le cedieran en lugar. O la sensación de que la mixtura de la ciudad va más allá de las culturas y los mil restaurantes de comida especializada, porque se siente en el aire la mezcla de mar, montaña, selva, bosque y playa. Y también está la grata sensación, después de un día entero caminando por acá y por allá (hablando en inglés con todo el mundo y diciendo sorry sorry cuando no te entienden), de no estar en definitiva tan lejos: porque ahí, en el borde de un tacho de basura, hay un poquito de yerba húmeda.



Rafa Deviaje.