Del Hoto-ji y el Sekihoji y sus quinientos discípulos de Buda, fuimos a uno de los templos más visitados de Kyoto (el que presume ser el número uno en TripAdvisorpor segundo año consecutivo), otro de esos lugares que ves una foto y te das cuenta que ya viste fotos antes: el Fushimi Irani-Taisha, el santuario del zorro, el de las mil puertas torii.
Hay demasiada gente
fluyendo constantemente, tenés partes donde no podés sacar fotos,
tenés locales para comprar tus amuletos y ver cuál va a ser tu
suerte, tenés tablitas para escribir tus deseos, tenés una piedra
que si la levantás es porque vas a ser afortunado y viceversa, tenés
mil puestos de comida, tenés una aplicación gratis
para celulares que ofrece una audioguía, y tenés
un camino que sube y da la vuelta por un cerro... totalmente cubierto
por puertas naranja.
Llegar arriba de todo
lleva su tiempo, y me consta que muchos no llegan. De todos modos
tenés baños, puestos de descanso intermedios, más locales de
comida y amuletos, pequeños santuarios secundarios en los que vale
la pena perderse un rato.
Y si bien abajo la masa
humana puede irritar un poco, apenas empezás a subir escaleras por
ese enrejado naranja que filtra el bosque y el cielo y los rayos del
sol, te das cuenta que el que tuvo la idea de poner infinitas puertas
una al lado de la otra tenía bien en claro lo que buscaba: de
repente vas en ascenso, estás en este mundo porque podés ver el
bosque y los pájaros y las nubes pero te estás dirigiendo a otro
lugar y de a poco vas llegando, vas llegando...
Disfruté enormemente de
este santuario sintoísta, a pesar de la gente (sacar una foto sin personas requiere tanta paciencia que terminás siendo un monje) y de las vending machines que te asaltan
en cada descanso. Disfruté los rincones silenciosos, el olor de
inciensos, la sombra entre las puertas, los zorros y tumbas cubiertos
de musgo, el sonido del agua cayendo en las fuentes de purificación,
el ver viejitos subiendo escalón a escalón en busca de su buena
fortuna, incluso el flaco que ascendía calzado en esas ridículas
sandalias-zanco de madera.
Y una vez que llegaste
arriba de todo podés bajar por otro camino, también tapiado por
puertas, también lindísimo, de vuelta a la calle y al mundo y a
esas cosas que, lo quieras o no, se ven ahora un poquito diferentes.
Rafa Deviaje.
ra, el sapo con corona y botellitas de agua.. que onda??
ResponderEliminarUn local que vende refrescos. Nada especial.
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