miércoles, 10 de mayo de 2017

Craddle Mountain y mi adiós a Tasmania


De más está decir que hubo bocha de caminatas en Tasmania que no tuve tiempo ni materiales para hacer. Por un lado porque necesitaba trabajar, por otro lado porque mis botas (mis bienamadas botas) se habían partido en el Mount Jerusalem (sí, las usé pisando como tarado durante medio mes), y también porque algunas de esas caminatas exigían mayores conocimientos y preparaciones de los que yo poseía.



Pero tuve la suerte de ir un día a la Craddle Mountain, que es donde arranca el famoso Overland TrackYo fui a la par de un tano que corría y brincaba de piedra en piedra con tanta cancha como hago yo, y pisteamos todo el camino charlando de distintos lugares que visitamos y montañas que recorrimos, sobrepasando turistas pasianderos y sólo parándonos de tanto en tanto cuando la vista nos dejaba sin aliento.


Craddle Mountain se ve ahí, osamenta desnuda sobre el horizonte, desde mucho antes de llegar al estacionamiento, y se va desplegando ante los ojos como una figura fractal de roca polifacética de complejidad siempre en aumento. Las zonas de sombra se llenan de textura a medida que los pies avanzan y la silueta de los riscos se convierten en serruchos frágiles, las murallas caprichosas de la naturaleza se pueblan de escaleras ascendentes y lo que era una montaña gótica a la distancia es de repente un laberinto de majestuosa tridimensionalidad.



Nos quedamos más de una hora en la cima, que tiene dos puntos espectaculares. En el primero se ve toda una cara de roca suelta y un precipicio basto, y tiene una placa redonda que marca distancias y direcciones con picos importantes de todo Tasmania.


El segundo punto, que fue mi preferido, ofrece vistas impresionantes de todo Craddle y de una quebrada que desciende hasta un laguito, una quebrada que me enamoró los ojos con su mixtura de pasto terciopelo y piedra tatuada de líquen, con su tornasol de roca húmeda reflejando el cielo y cavidades impenetrables.


De ahí bajamos a las corridas esperando ver un wombat que no vimos, y volví al hostel. Y ahora llega el punto en el que voy a intentar hablar del Tasman Backpackers, el hostel en el que mejor me sentí durante estos tres años iniciales de travesía.



Para ponerla corta, confieso que el edificio es el de un viejo hospital, que se viene medio abajo, que tiene cocinas sucias y desabastecidas, baños que dejan que desear, duchas que se cortan a los cuatro minutos, alfombras con ácaros y camas incómodas. Admito que tiene una mesa de pool muy, muy buena, un jardín muy agradable y pedacitos de arte por todos los rincones.



Y cuento que si no fuera por Sharon, la mánager de housekeeping, el lugar sería otro más. Porque ella en sus nueve años de habitar el hostel fue quien llenó todo de flores y pinturas y construyó un córner de chapa donde la gente, al irse, fue dejando sus sonrisas y sus lágrimas escritas. Sharon, la que con cuarenta y pico se sienta todos los días a charlar con adolescentes y boludones que caen de cualquier rincón del mundo y les da charla, les señala defectos sin pelos en la lengua y los hace pensar contando anécdotas de su vida que siempre se contestan, después de una pausa meditada, con un gracias.


Y menciono brevemente a la gente genial que pobló el hostel durante el mes y pico que pasé entre sus paredes. Gente fuerte y gente frágil con la que hablando entendí qué cosas importan y qué cosas acompañan. Gente con la que salí de noche y me divertí como pocas veces antes. Gente con la que jugué al pool y reí y compartimos comidas y alcohol y escuchamos música callados y ojos cerrados y con la que hicimos yoga a cualquier hora y estiramos desayunos durante horas de sol calentando la mesa de madera y con la que bailamos sin vergüenza y despotricamos contra las manzanas que pagaban muy poco y gente con la que pude ser yo como más yo me conozco, y estuvo bien, estábamos muy bien. Gente que se fue de a una sembrando ausencias, y gente de la que me costó despedirme como si una costilla muy querida se me desgarrara del pecho. Gente con la que fui feliz. Gente gracias a la cual entendí por qué Tasmania tiene forma de corazón. Gente a la que le dediqué unas palabras en un chapón:

To the friends that are no longer around this table,
but on the tiny tables of cafés around the World,
lying on the sand of the beaches surrounding the Oceans,
walking on the mountains of the Earth,
drinking a beer at the pub,
laughing loud as fuck
or crying in the darkness.
To all of them: my thoughts, my heart, my love.
And to the friends that stay
always
a good hug.



Rafa Deviaje.

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