Por si alguien no sabe, yo
le informo ahora mismo: soy un fan del animé. Y si bien trato
de mantener mis frikeadas al mínimo, no niego mi adicción a las
series y películas niponas. Pero no me atrae tanto el lado
superficial, comercial y boludón del mundo otaku, sino más bien el
arte en la animación, la forma de narrar historias tan diferente a
la occidental, los personajes, el desarrollo de las tramas, las ideas
que subyacen en un trasfondo común...
En fin, hago esa
introducción para presentar una película con algo de marco teórico:
Kotonoha no Niwa, El Jardín de las Palabras, película de una hora
de duración dirigida por Makoto Shinkai (chequear también 5 centímetros por segundo, del mismo director). Gran parte de la trama de esta película
transcurre en el Jardín de Shinjuku.
Y desde antes de poner un pie en Japón ya era para mí una necesidad
ir y comprar el lugar real con el de la película, sin importar los 200 yenes de la entrada.
Claro que la historia de la película transcurre en la temporada de lluvias veraniegas y yo estaba ahí
terminando el otoño y lo único reconocible era el pequeño quincho
donde se refugiaba el protagonista y los rascacielos que se asomaban
detrás de las copas de los árboles...
Sin embargo no dejó de estar zarpado.
Con muchos caminos principales y muchos secundarios, con puentes
sobre estanques, con construcciones pintorescas, con esculturas entre
la vegetación, con arbolitos podados como cúmulo de ñoquis mal
amasados, con sectores en construcción.
Y aunque en verano y
primavera el lugar es mil veces más bonito, debo rescatar dos cosas
importantes de haber ido en invierno: por un lado el invernadero es
genial, calentito, húmedo y tropical; y por otro lado, la colección
que tiene de árboles de hoja estrella (fanáticos de Futatsu no Spica, enloqueced, fanáticos de Pie Pequeño, también).
Y acá hago otra explicación que sirve de marco teórico: mi filosofía al editar
fotos no es exagerarla para que sea una postal de verdulería, sino
transmitir lo que la foto original no llegó a captar. Y así doy a entender que el rojo
que emanan las fotos de esta entrada no es exagerado. Incluso, capaz, se queda corto.
Cuando llegué a ese segmento del parque lleno de árboles de hoja estrella (o acer palmatum para entendidotums), todo iba del rojo más agresivo que conocí a un modesto
amarillo terroso. No dudé en pegar un salto sobre el pequeño seto y empecé a
sacar fotos como tarado. Atrás mío se sumaron japoneses y turistas
con sus reflex de la puta madre y sus selfie-sticks.
La pasé tan bien en los
Shinjuku Gyoen National Gardens que cuando volví al hostel y lo encontré a Miki
en la cama, no me puse de tan mal humor. Todo lo contrario, le dije
que nos podíamos ir de Tokyo tranquilamente, que yo ya había visto
lo que consideraba indispensable. Me dijo que está bien, y ahí me
dejó, haciendo los planes necesarios para alejarnos un poco de la
civilización.
(Post data: la foto de los
peces koi corresponde en realidad a los jardines del Palacio Imperial
de Tokyo, que no tiene nada que ver, pero como que fue lo único que
rescaté de esa visita decidí
incluirla acá, ya que peces koi había muchos en los Jardines y no les pude sacar una buena fotito.)
Rafa Deviaje.
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