lunes, 25 de enero de 2016

Kyoto ni youkoso!


De la casa de Ikue, en Gifu, fuimos a la antigua capital del Japón, la ciudad más cultural del país, con la mayor concentración de templos y santuarios y cosas viejas, tradicionales y veneradas: Kyoto. Y ella nos recibió de la mejor manera: el flaco recopado que nos levantó en la Service Area de Yoro se desvió sólo por nosotros hasta la estación central, donde nos regaló yatsuhashi, unos dulces regionales de pasta blanda y anko, y nos sacamos fotos todos juntos con la Torre de Kyoto atrás. De lujo.


De ahí otro tren nos llevó hasta el lugar que habíamos alquilado por internet: un poco alejado del centro pero con un dueño muy buena onda y mucho espacio para nosotros. A mí eso me vino genial porque me sentía enfermo desde antes de dejar Gifu, y después de todo el día viajando ya no daba más.


Pero después de pasar un día y pico en reposo estuve en condiciones de salir a recorrer, y salimos con Miki a caminar los templos más cercanos, como el Hoto-ji y aledaños. Y si Kyoto ya nos gustaba, con su porte de ciudad no tan apabullantemente grande y su sobriedad tradicional, desde aquel día en que recorrimos las callecitas de los suburbios y nos internamos en las proximidades del bosque, nos encantó.


Pasamos por algunos templos menores, en los que yo aprovechaba el descuido y la falta de cartelitos para sacar fotos hacia adentro (de nuevo, en los templos y santuarios más impresionantes siempre hay seguridad y nunca pude sacar una foto, así que me sacaba las ganas en estos otros lugares), y en la parte de atrás del templo Sekihoji encontramos un bosquecillo plagado de estatuitas de piedra, mohosas, medio cómicas, esparcidas por todos lados.


Un viejito nos explicó muchas cosas en japonés y, mal que mal, deducimos que eran los quinientos discípulos de Buda (temática bastante frecuente y que siempre deleita por la abrumadora repetición).



Saqué fotos a diestra y siniestra y al irnos del templo, satisfechos, nos salió al paso una viejita que nos dijo que la entrada al jardín trasero eran trescientos yenes (los cuales pagamos de inmediato) y me aclaró que no se podían sacar fotos. Yo sonreí y dije, no sin faltar a la verdad, que no iba a sacar ninguna foto... La viejita se dio media vuelta para poner las monedas en la alcancía y Miguel y yo huimos escaleras abajo.



Rafa Deviaje.

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