jueves, 14 de enero de 2016

Museo Nacional del Japón


Esa tarde, después del Senso-ji de Asakusa (empezá a acostumbrarte a leer una sarta de nombres así, a nosotros nos llevó un toque), Miki y yo nos separamos: mientras que él se fue a chusmear la Universidad de Tokyo (que, me contó, es gigante, pero gigante en serio), yo me fui a Ueno, donde hay muchos museos muy interesantes.


Yo particularmente estaba interesado por el Museo Nacional de Tokyo y otro más chiquito donde había todas cosas de arte. Al primero fui, al segundo ya no porque cerraba temprano. Este Museo Nacional de Tokyo era mucho más caro que el de Historia, y pero aunque dos de los edificios estaban clausurados por reparaciones, me tomó muchas horas recorrerlo.


Arranqué por la muestra del momento, que tenía una representación del ejército chino de terracota y varias piezas originales de la misma tumba. Y aunque explicaciones en inglés faltaban muchas, lo que vi me gustó.

Después fluí por salas inmensas, escaleras enormes, edificios grandes. No lo encontré tan organizado como el Museo de Historia, pero sí muchísimo más abarcativo, y como todavía tenía frescas muchas cosas aprendidas en el primer museo, me iba dando una idea de qué podían ser las estatuillas que veía, los arcaicos aros expansores, los cuchillos, las espadas, las armaduras de samuráis recopadas.

 

Ralenticé la marcha en las salas donde tenían ukiyo-e (grabado japonés), sumi-e (tinta aguada japonesa) y esculturas varias, porque simplemente era deslumbrante el nivel de técnica y de composición. Hasta me siento tentado, ahora que escribo, de hacerles un análisis de obra completo. Grosos estos ponjas.


Pasé de largo por salones en los que mostraban escritos antiguos: metros y metros de papel lleno de kanjis y ni una mención en inglés que explicara si eran los poemas de Basho, la Declaración de Independencia o la listita de regalos de cumple de Oda Nobunaga.


Y llegué al edificio dedicado a los demás países asíaticos que, si bien estoy convencido de que tarde o temprano voy a ir a ver esas cosas a su país de origen, no dejaba de interesarme. Se nota a la legua que es el edificio más nuevo de todos, por dentro y por fuera: tiene budas, piedras con sánscrito, un stand divertido con distintos métodos chinos de adivinación ancestral, dioses hindúes e incluso un dios egipcio cabeza de león.



Después me relajé un rato en el patio, viendo jardincitos lindos y árboles de un furioso amarillo otoñal, y seguí paseando por la plaza central de Ueno, que desemboca en distintos museos, templos, comercios, lagunas con juncos, japoneses, y tantas cosas que no se logran asimilar...




Rafa Deviaje.

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