Esa tarde, después del
Senso-ji de Asakusa (empezá a acostumbrarte a leer una sarta de nombres así, a nosotros nos llevó un toque), Miki
y yo nos separamos: mientras que él se fue a chusmear la Universidad
de Tokyo (que, me contó, es gigante, pero gigante en serio), yo me
fui a Ueno, donde hay muchos museos muy interesantes.
Yo particularmente estaba
interesado por el Museo Nacional de Tokyo y otro más chiquito donde
había todas cosas de arte. Al primero fui, al segundo ya no porque
cerraba temprano. Este Museo Nacional de Tokyo era mucho más caro
que el de Historia, y pero aunque dos de los edificios estaban
clausurados por reparaciones, me tomó muchas horas recorrerlo.
Arranqué por la muestra
del momento, que tenía una representación del ejército chino de
terracota y varias piezas originales de la misma tumba. Y aunque
explicaciones en inglés faltaban muchas, lo que vi me gustó.
Después fluí por salas
inmensas, escaleras enormes, edificios grandes. No lo encontré tan
organizado como el Museo de Historia, pero sí muchísimo más
abarcativo, y como todavía tenía frescas muchas cosas aprendidas en
el primer museo, me iba dando una idea de qué podían ser las
estatuillas que veía, los arcaicos aros expansores, los
cuchillos, las espadas, las armaduras de samuráis recopadas.
Ralenticé la marcha en
las salas donde tenían ukiyo-e (grabado japonés), sumi-e (tinta
aguada japonesa) y esculturas varias, porque simplemente era
deslumbrante el nivel de técnica y de composición. Hasta me siento
tentado, ahora que escribo, de hacerles un análisis de obra
completo. Grosos estos ponjas.
Pasé de largo
por salones en los que mostraban escritos antiguos: metros y
metros de papel lleno de kanjis y ni una mención en inglés
que explicara si eran los poemas de Basho, la Declaración de
Independencia o la listita de regalos de cumple de Oda Nobunaga.
Y llegué al edificio
dedicado a los demás países asíaticos que, si bien estoy
convencido de que tarde o temprano voy a ir a ver esas cosas a su
país de origen, no dejaba de interesarme. Se
nota a la legua que es el edificio más nuevo de todos, por dentro y
por fuera: tiene budas, piedras con sánscrito, un stand divertido con
distintos métodos chinos de adivinación ancestral, dioses hindúes e incluso un dios egipcio cabeza de león.
Después me relajé un
rato en el patio, viendo jardincitos lindos y árboles de un furioso
amarillo otoñal, y seguí paseando por la plaza central de Ueno, que
desemboca en distintos museos, templos, comercios, lagunas con juncos,
japoneses, y tantas cosas que no se logran asimilar...
Rafa Deviaje.
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