domingo, 28 de febrero de 2016

Kaiyukan de arriba a abajo


En el net café de Nipponbashi dormimos como el culo. Pero eso no nos me desanimó ni un poco, y salimos temprano hacia el Acuario Kaiyukan. La noche anterior había hecho una investigación sobre qué podía estar más copado: si el parque de Universal Studios o el Acuario, y teniendo en cuenta mi nefasta experiencia en el Parque temático de Toei (tan mala y costosa experiencia que no saqué ni una sola foto), decidí que el acuario iba a ser.


Hay muchos acuarios en Japón (un par de Tokyo, otro en Nagoya, acuarios por acá y por allá) pero parece que el de Osaka era el más copado de todos. Y probablemente lo sea. Tiene algo así como ocho o nueve pisos, y arrancás desde arriba, poco a poco, vuelta a vuelta bajando rampabajo a tu gusto y piacere.


Empezás viendo las cosas menos emocionantes: nutrias, un capibara, peces chiquitos... Entonces bajás una vuelta entera, estás en un nivel más bajo, y ves a las nutrias desde abajo del agua, volvés a ver al capibara que no hace nada, ves delfines, pingûinos, una tortuga.


Y bajás más y ves a los delfines y a unas focas y lobos marinos hacer morisquetas en el agua, ves pulpos (me copan los pulpos mal) y más peces brillantes y mantarrayas, y está todo re bueno y te encanta. Sí, te encanta, por eso caminás lento y te quedás a ver a los entrenadores que hacen boludeces con los delfines.


Entonces llegás a donde está la pecera central, la más grande, la que tiene a los dos tiburones ballena (y montón de tiburoncetes, rayas y cardúmenes). Y son enormes, majestuosos, se mueven lento, dan vueltas, y empezás a hacer sonidos de mar y de ballenas en tu cabeza por ósmosis, como Dory.


Y básicamente seguís bajando por otros seis niveles, viendo la misma pecera gigante cada vez desde más abajo. Y los delfines y las focas también. Y otras tortugas y tiburones y cosas copadas, que se acercan a nada de vos, y las rayas que vistas desde abajo parece que sonríen y se te cruzan por adelante todo el tiempo como por contarte un chiste. Te parás a leer todos los cartelitos por el simple placer de encontrar carteles escritos en inglés, y llegaste al fondo de todo.



Y pensás en los pobres bichos encerrados en cajas de acrílico y concreto, peeeeero cuando considerás que los japoneses no tienen miramientos en hacinar toda clase de animales en cajitas de fósforos (y que el efecto de refracción del agua da la ilusión de un espacio más achatado) te das cuenta que no están taaan mal. Además, como vas leyendo todos los cartelitos, te enterás que el acuario funciona de forma bastante interesante, soltando y recambiando algunos de los especímenes cada par de años, y cosas así.


Entonces pasás al último nivel, donde tienen medusas y bichitos en la oscuridad. Lindos, hipnotizantes. Y salís, y ahí te encontrás con la última sorpresa: un piletón lleno de rayas y tiburoncetes a los que podés tocar. No que sean peluches ni ronroneen, pero te dan ganas de quedarte un rato largo ahí.



Tanto que cuando te diste cuenta y salís al mundo exterior ya es de noche, y recorrés el Lego Store que hay al lado (felicidad en bloquecitos), considerás la posibilidad de subirte a la vuelta al mundo gigante (pero la descartás, muy cara) y entonces corrés a buscar las mochilas que dejaste en el locker antes de que te cobren recargo, sin dejar de pensar: "zarpado, pero peces koi no tenían ni uno"...



Rafa Deviaje.

viernes, 26 de febrero de 2016

Osaka la sudaca


Yo no me hubiera ido más de Kyoto. Miki sí se las quería tomar porque, básicamente, Kyoto es el Akihabara de los templos, pero Miki sólo estaba interesado en un Akihabara de Tokyo. Pero quedaron mil cosas sin ver (de hecho, mis visitas sólo cubrieron una pequeña zona en el centro y noreste de la ciudad) como el Templo Dorado y el Kyoogokokuji Kondo por adentro. Así que está dicho: volveré.



Pero igualmente en ese momento partimos de Kyoto para Osaka en tren. Ni media hora de viaje y llegamos a la segunda urbe más populosa de Japón. Sabíamos que era la más caótica de todas las ciudades y que los peatones acá no espera al semáforo en verde para cruzar caminando, y no teníamos particulares intenciones de permanecer largo rato entre sus calles.


Y lo que nos habían dicho lo confirmamos apenas llegamos: la gente era más ruidosa, había un poco más de porquería por el piso, se tocaba un poco más de bocina, todos cruzaban a mitad de cuadra a las corridas... La latinoamérica de Japón, dijimos, y reímos de tan injusta comparación.


Tiramos las mochilas en un locker y salimos a caminar hasta el Castillo de Osaka, uno de los más pulentas del país. Aunque se veía grande y lindo (y nuevo, aclaro, totalmente remodelado porque el antiguo castillo, de las épocas de Oda Nobunaga, no existe más) creímos que por dentro iba a ser un museíto como cualquier otro.


Pero nos equivocamos. Por dentro era gigante y estaba buenísimo. Pegamos ascensoraso hasta arriba de todo, como un octavo piso, en donde tenés los balcones para ver la ciudad y los peces dorados (corrección: créase o no, son delfines); y fuimos bajando poco a poco. En cada nivel tienen distintas cosas, desde artefactos de la época y réplicas de otros, y pequeñas maquetas y hologramas muy bien logrados que te van contando un poco de historia. Escuchamos (en japonés) y leímos (en inglés) la biografía de completa de Oda Nobunaga, Toyotomi Hideyoshi (mi personaje preferido de toda la historia de Japón) y otros muchos personajes más, y descubrí que era todo un gran Juego de Tronos del Japón feudal. Terminamos viendo recreaciones de batallas campales, estandartes de guerra, maquetas del mismo castillo a lo largo de la historia, y salimos al sol.



Salimos, hambrientos, al sol, así que fuimos a la zona comercial de Nipponbashi. Comercios, comercios, bares, sucuchitos de comida, pachinkos & slot por doquier, zona roja, locales de cosas nerd, locales de recuerditos, local con un piletón para ir a pescar en el subsuelo, templetes y santuarios empotrados: todo uno al lado del otro, cubierto por el techo de la arcade.


Vagabundeamos hasta tarde, comimos boludeces de un convenience store (o mini mart de Apu pero sin Apu) sentados en unas escaleras, paseamos varios puentes, recorrimos el Don Quijote (o gigantesco bazar de baratijas) y nos fuimos a dormir a un net café con las piernas agarrotadas y pocos planes para el mañana...



Rafa Deviaje.

miércoles, 24 de febrero de 2016

Templos Hoganji


Uno de los últimos lugares a los que fuimos en Kyoto fue a los dos templos Hoganji, el Nishi Hoganji y el Higashi Hoganji, que quedaban a dos minutos caminando de la diminuta habitación que habíamos alquilado por airbnb. Y digo que fuimos porque a Miki lo obligué a salir de la cama y lo arrastré ignorando sus quejas sobre que empezaba a garuar.



Estos templos son los centrales de una gran secta dentro del budismo que tiene templos desparramados por todo Japón. Lo interesante de la historia de esta secta, que venera al Buda Amida, es que me quitó una idea que tenía errónea: que los budistas eran los únicos que no se agarraban a los tortazos contra otras religiones. Bueno, no: cuando en el siglo XV esta secta empezó a ganar poder, los de otra secta se lanzaron con todo para aniquilarlos. En fin...



Ambos templos (que eran uno solo hasta que tiempo después de Oda Nobunaga se decidió dividirlos) son Patrimonio de la Humanidad, son de acceso libre y gratuito, y son cede de algunos rituales y ceremonias a las que se puede asistir sin problemas. Aunque si estás somnoliento mejor es pasar, porque los mantras de los monjes te dan una palma terrible.



De todos modos es algo que no se puede pasar rápido y así nomás: estructuras enormes de madera oscura, con escasa iluminación, dinteles tallados con maestría, lámparas enormes suspedidas del techo, el tatami que huele rico, las columnas que se parecen a las Minas de Moria, el altar con brillos dorados y manteles coloridos, y de fondo el tañir de una campanita y diez monjes quemando incienso y recitando, recitando, recitando...



Siempre obligándolo a caminar, después de los templos Hoganji lo llevé a Miki a comercios, donde yo me compré un celular nuevo y él se compró una PSP de segunda mano (grave error, hoy puedo decirlo), pasamos por otros templitos bonitos, vimos la Torre de Kyoto con su iluminación nocturna, y nos fuimos a dormir por última vez en la ciudad más linda de Japón.



Rafa Deviaje.

lunes, 22 de febrero de 2016

Más allá de Teramachi


Volviendo poco a poco después de un lindo día, abrí el mapita en el celular para elegir el mejor camino a casa y elegí seguir por la calle Teramachi. De un lado de la avenida comercial Shijo Dori es una de estas calles techadas que acá se llamas arcades, pero del otro vi que daba acceso a muchos templos y santuarios.


Hay una infinidad de nombres como Sunchoji, Jokyoji, Togenji, Shokoji, Joganji, etceteroji. Pero la realidad fue que muchos de estos estaban ya cerrados, mientras que a mi paso surgieron otros, pequeñitos, semi ocultos, todavía en el anonimato de Google maps.

 

Muchos estaban desatendidos y los que no, tenían explicaciones en sólo en japonés. Recuerdo haber visto uno de esos pedestales con una reproducción de las huellas de algún buda; recuerdo haber visitado un sector donde las madres que perdieron a sus hijos van a dejar ofrendas, juguetes y golosinas; recuerdo haberme encontrado a una grulla casi inmóvil en un canal, al acecho de peces koi; y a un viejo que la miraba todavía más inmóvil que la grulla.



Y contento con todo, las piernas exhaustas y la tarjeta de memoria a reventar, llegué al departamento donde Miki había llevado mi mochila esa misma mañana. Lo encontré ahí, de donde no se había movido para nada, en la penumbra. Ni siquiera, me desagradó descubrir, había pensado en la cena...



Rafa Deviaje.

viernes, 19 de febrero de 2016

Gastando veredas en Kyoto


Nos quedamos con que el torneo de karuta había estado recopado y el día estaba recopado y yo me recopé y salí a pasear. Para hacerlo fácil pongo muchas cosas juntas y voy a dar vagas indicaciones porque honestamente no tengo la más peregrina idea (ni la tuve en ese momento) de por dónde anduve exactamente.



Sé que seguí parte del peregrinaje de templos y santuarios que hay más atrás de Yasaka. Sé subí escaleras y crucé puentecitos y que terminé en un cementerio en la ladera de la montaña donde no se suponía que podía entrar, pero entré igual. Sé que vi a un cuervo robarse una naranja de una tumba. Sé que vi la campana de la paz más grande que pude imaginar (y resistí la tentación de saltar la valla y tañer a puñetazos). Sé terminé en una calle y seguí caminando al azar.



Me ubiqué frente al enorme portal del Templo Chion-in e Isshinin, a los cuales había recorrido hacía poco. Y de ahí seguí mis pasos hacia una calle con un canal y un puente lindo que se llama Tatsumi-kyo.



El clima seguía lindo, la luz lentamente languidecía. El aire casi casi olía a primavera y todas las fachadas de madera respiraban con la pausa de los años. La cámara colgaba, fácil y satisfecha, de mi brazo. Mis ojos absorbían la suave tinta de los cerros en la lejanía. De Miki no tenía ni noticias y la panza rugía, así que me fui a comer un pulpo, que es lo que se come en Kyoto. Y es feísimo.




Rafa Deviaje.

jueves, 18 de febrero de 2016

El torneo de Karuta en Yasaka

Kyoto. Día: tres de enero. Clima perfecto. Combinación de trenes desde la casa de Ikue a la estación central: impecable. Planes inmediatos: asistir a la competencia final del torneo anual de karuta.


Dejé a Miki, a quien el karuta no le llamaba, a cargo de mi mochila grande por un par de horas, y corrí hacia el Santuario Yasaka. Moverse resultaba cargoso por la muchedumbre que hacía su primera visita ritual, pero el día animaba el espíritu.


Fui preguntando dónde se iba a realizar el torneo, porque yo quería estar ahí adelante y sacar fotos a morir, y me encontré en un mini-escenario cubierto en una esquina del atrio principal del templo. Había un conjunto tocando flautas tradicionales, altamente armonioso pero totalmente disonante con el entorno.


Apenas terminó el espectáculo y la gente se disipó, yo fui y me senté. Tercera fila, a la derecha. Pasé una hora haciendo huevo, foteando el piso, charlando con unas viejitas que me convidaron confites y me enseñaron a hacer un mono en origami...


Finalmente la gente se congregó a mi alrededor, y empezó el torneo de karuta. Un ritual de bendición y purificación, minas y nenes vestidos y maquillados con el mejor de los esmeros, las ofrendas y agradecimientos a la lectora oficial de las cartas...


¿Curioso de saber qué es el karuta? Te recomiendo que veas esta serie: Chihayafuru. Pero si te da paja, básicamente es un juego. Compiten dos personas, una contra la otra. Saben de memoria cien poemas (cada cual tiene un primer y un segundo verso), y memorizan la posición de cincuenta cartas que disponen frente a ellos (cada cual tiene escrito el segundo verso de distintos poemas). Ahora, cuando la lectora oficial saca de una cajita una carta y lee el primer verso de alguno de esos cien poemas, los competidores se mueren por tomar la carta del verso que corresponde... ¿Suena aburrido? No lo es. La velocidad con la que roban cartas es de no creer, demasiado rápidos para ser capturados en una foto (bueh).


Tuve la suerte de que sólo pude ver la competencia de los nenes chiquitos (que no se queda muy atrás), y no pude ver casi nada de la competencia de las mujeres más grandes, una de las cuales se convertiría en Reina del karuta; al menos hasta el siguiente año, donde tendría que defender su título.


Los nenes le pusieron garra y jugaron con velocidad de ninja, robando cartas apenas sonaban las primeras sílabas cantadas por la recitadora (cuya peluca estaba torcida y fue el hazmerreír por la televisión nacional). Pude ver sólo a una nenita que disfrutaba el juego, haciendo chistes y morisquetas entre poema y poema. Y al final desfilaron todos y todas y listo, se terminó.


Yo me quedé dando vueltas alrededor, esperando sacar alguna foto más; vimos desfilar a las ganadoras, vi cómo entrevistaban a alguna familiar de alguna jugadora importante, y hasta pude salir yo mismo en los noticieros de todo Japón, ahí de fondo. Un barbudo rascándose la nariz y comiéndose un moco, me contaron.


Y tendría que haber vuelto donde Miki, para hacerme cargo de mi mochila e inspeccionar el nuevo cuartito que habíamos alquilado por unas noches más. Pero el clima estaba tan lindo y tan tentador que, sin remordimientos, salí a perderme por los alrededores.


Rafa Deviaje.