martes, 8 de abril de 2014

El primer vuelo en avión

En un primer viaje son más las cosas que se ignoran que las que se saben. Y no importa cuánto te cuenten y te expliquen detalles los que sí viajaron, ni que te hagas un libro gordo de Petete mental, cuando pasaste ventanillas y escáneres y llegaste al avión esperando pasar todavía más controles y encontraste a un inglés pirata sentado en el asiento que te correspondía a vos (y que peleaste para conseguirlo junto a la ventanilla), ya empezó todo a ser tu propia experiencia y lo demás, simplemente, no cuenta.

A mí nadie me dijo que Buenos Aires puede reflejar el sol como un montón de escamas de piedra mica esparcidas en la tierra, ni que esas cosas de los ciclones y anticiclones podían ser perfectamente visibles. Sí me dijeron que al despegar se sentían fuerzas G aplastantes en el pecho y al aterrizar uno se cagaba en las patas, y no me pasó nada de eso. Incluso las "turbulencias" que esperábamos cruzando el Pacífico fueron más pacíficas que un viaje en el Sarmiento.

Y así como nadie supo decirme cómo me iba a ir la primera vez que volaba ni la primera vez que hacía escala (seis horas en Santiago de Chile), tampoco nadie podía decirme a quiénes iba a encontrar, qué cosas me iban a llamar la atención ni, principalmente, cómo me iba a desenvolver en un lugar del que creía saber tanto, y del que en seguida iba a descubrir que sabía tan poco.


Rafa Deviaje.

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