Otra de las cosas que
hicieron copado el trabajo con las paltas fueron el montón de
personajes que me rodearon todo este tiempo, porque, lo juro, se
podría escribir una novela sobre cada uno.
Al empezar, cuando
juntábamos paltas con bolsas y escaleras, éramos ocho: cinco
ingleses, una francesa, un italiano, y yo. Los ingleses eran todos
vagos y gritones pero macanudos, la francesa era linda y loca (lo
alarmante es que ambos atributos saltaban simultáneamente a la
vista, y no uno después del otro), el italiano era un cago de risa.
El primero en desertar fue uno de los ingleses, que era un terrible
vago (con decirte que sólo trepaba dos escalones y listo). A la segunda semana dijo que se le murió la
abuela y se fue de vacaciones a Tonga.
Los otros cuatro ingleses
que quedaron no eran los mejores trabajadores del mundo, pero al
menos hacían chistes sin parar y le tiraban palos a la francesa como
si fueran albañiles de profesión. Pero un día dos de los ingleses
no vinieron porque estaban en pedo y el jefe los llamó, les dijo no
vuelvan, y no volvieron. Los otros dos, mal que mal, aguantaron un
tiempo más. La francesa y el italiano, que viajaban juntos, se
fueron al terminar el picking porque no hacían falta y querían
cambiar de aires.
A todo esto yo estaba
viviendo desde hacía rato en el galpón del papá de mi supervisor, a dos minutos del trabajo, en Kairi (un pueblito tan minúsculo que ni pokeparadas tiene).
Mi supervisor, que se llamaba Ben, estaba trabajando ahí porque
hacía muchos meses había perdido la licencia por manejar borracho y
no podía hacer lo suyo (construcción, cemento, esas cosas
divertidas) hasta que no recuperara la licencia, y vivía amargado.
Ben era enorme, forzudo y bruto, pero buenón.
Su papá, Jamie, por otro
lado, era motoquero viejo. La ayuda que nos pedía a cambio de alojarnos
gratis era poca, y justificada: todo el galpón era un caos porque al
tipo le faltaban un brazo y una pierna, que perdió en un accidente
de moto cuando tenía diecisiete. Si bien eso parece no haberle
impedido casarse, viajar el mundo, tener tres hijos enormes, entrenar
al equipo local de footy, manejar motos autos trenes y tractores,
volverse una especie de leyenda viviente en todo Tablelands... sí le
dificultaba el orden doméstico.
En otra parte del galpón
se alojaban, también, Monki y Header, que trabajaban empaquetando
las paltas que nosotros recolectábamos. Los dos eran medio hippies y
rastudos y macanudos y trabajamos juntos un montón después del
picking, cuando empezó la poda, o pruning. Header se pasaba el día
en su cuartito con la compu, y Moki dibujaba como la puta madre y
hacía beatbox acompañándose de pedos a los que modulaba con
maestría.
Al mes de estar ahí se
vino a vivir, al mismo cuarto donde estaba yo, Greg, un francés que
hacía cherry-picking. Greg había estudiado video y animación y era
un fanático de la fotografía (llegó a tener cinco cámaras
simultáneamente, te juro), pero era medio calentón.
Apenas me di cuenta de eso, la convivencia se hizo mucho más
llevadera.
En la farm, después de
que terminó el picking y Ben se fue (al poco tiempo recuperó su
licencia y empezó a trabajar de nuevo haciendo montón de cosas con
cemento), estuvimos a cargo de Stewie, que era cuarentón, tenía
barba larguísima y puteaba cada tres palabras. Fue genial descubrir,
un día, que él también había vivido en el mismo galpón por dos
años y ahora que cuidaba de Jamie como si fuera un padre. También
fue una sorpresa, una noche que lo llevé a su casa porque estaba
borracho y no quería perder la licencia al igual que Ben, descubrir
que su casita estaba toda limpia, nuevita, con un pez en una pecera
redonda y una mesa con una ciudad de libros apilados. ¿Te gusta
leer, Stewie? Vive leyendo, nos dijo Jamie, es la persona que más
libros lee de los que conozco.
También en la farm
estaban nuestros jefes: John y su esposa Anne Marie, la que nos
cocinaba. John era rápido para enojarse pero tipo más bueno habráse
visto. Y Anne Marie, manos benditas, me permitió no tocar una cocina
durante cuatro meses.
Y así pasaron los días.
Yo me sentaba, después del trabajo, a escribir o leer en la
entradita de la casa de Jamie, me reía de la gatita salvaje que
adoptó y que le desconfiaba a todo el mundo salvo a él (y que tuvo
cría al lado de su cama una noche), y veía ir y venirse visitas
estrafalarias que lo buscaban a Jamie: desde motoqueros barbudos,
enormes, viejos, pendejos, hasta sus pibes de footy a los que
entrenaba, familias enteras que, a lo largo de los años, supieron
vivir en el mismo galpón que ahora habitábamos, madres de antiguos
camaradas ya fallecidos que pasaban a tomar el té, hasta su novia
del momento, o sus otros hijos.
Casi todos los fines de
semana, si no estábamos haciendo algo en el galpón, yo me escapaba
a lo de Ivan y Amanda y les cocinaba algo y nos reíamos de los
personajes con los que vivía en el galpón de Kairi, y así
arrancaba otra semana más. Hasta que terminé un jueves, y me puse a
preparar un viajecito hasta el punto más nórdico al que puede
llegar un auto en Australia.
Rafa Deviaje.
buenísimo,compensa con el laburo.
ResponderEliminarPor su pollo
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