Poco tiempo al norte de
Taupo está Rotorua. Ya había estado ahí hacía más de un año,
acompañando a una pandilla de cordobeces y un francés, y había
sido agradable.
Pero ese día no lo fue.
Llovía casi constantemente y estaba frío y húmedo. Para colmo
había perdido hacía como una semana mi toallón, y la idea de ir a
aguas termales con una simple toalla de manos para secarme, no me
tentaba en absoluto. Así que caminé un poco el centro (todo
cerrado, era domingo) y seguí de largo sin muchas penas ni glorias.
Hacia el norte llegué a
rutas conocidas: me dio un vuelco el estómago cuando identifiqué
aquella curva del camino en el que había estado esperando hasta que
me levantó Malcom, quien me llevó hasta Hastings, y me llené de
sentimientos ambivalentes al pasar por el centro de Te Puke y el
sucio Holiday Park.




Para cuando llegué a la
caminata de las Cathedral Cove el agua aflojó un instante, aunque
no el viento, y al menos tuve el placer de volver a caminar. Las
playas ahí son lindas, la arena es buena, los acantilados tienen
formas exóticas. En verano, me lamenté al igual que mil veces antes
durante este viaje, debe estar bárbaro venir acá.


Y así llegué a Thames,
ciudad que está a dos horas de Auckland. Miré el mapa y descubrí
que me había olvidado de ir a las cuevas Waitomo, esas llenas de
gusanos iridiscentes. Pero conté kilómetros y calculé el precio de
la nafta, y negué la cabeza: tenía que seguir subiendo. Tenía que
ir cerrando este camino. Tenía que aligerarme e ir a un lugar más
cálido.
Rafa Deviaje.
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