Bueno. Arranquemos por la información básica: el Yuki Matsuri, o Festival de la Nieve, se celebra en febrero todos los años desde hace sesenta y siete años. Atrae a dos millones de visitantes durante la semana que se celebra (consideremos que la ciudad sola alberga dos millones de habitantes, tipo wow qué zarpado), es completamente gratuito y, claro, hace frío.
Yo fui la noche de la inauguración al Parque Odori, que es el principal sitio del festival. El parque cubre varios cientos de metros como un amplio boulevard en el centro de la ciudad. Y de más está aclarar: era difícil moverse.
Avanzaba a paso de tortuga, en filitas para no patinar con el hielo feo, entre miles de turistas (ponjas, europeos y principalmente chinos) que se amontonaban en masas eternas para cruzar los semáforos, que se apilaban con los celulares en alto en cada uno de los shows, que izaban bosques de selfie-sticks en cada escultura de nieve.
Pero estaba bárbaro. El parque se iniciaba con la Torre de TV de Sapporo en una punta (había que pagar mucho para subir a ver y hacer una hora de cola, así que ni) y una mini pista de patinaje con más gente que patines (bueno no, técnicamente hablando había el doble de patines que de gente).
En el siguiente bloque habían montado una pista de snowboard, y era sin duda el atractivo principal de la noche: montones de snowboarders profesionales saltaban uno atrás del otro, desde veteranos a jóvenes promesas de siete u ocho años, con música copada y presentadores conocidos chillando por altoparlantes gigantes que resonaban hasta los confines del parque.
Los tipos saltaban sin miedo y tiraban piruetas cada vez más atrevidas, algunos caían bien y otros se la daban fuerte, y todos levantaban un oleaje de nieve en el aire cuando se frenaban para no comerse de lleno la valla protectora, nieve que caía sobre cientos de espectadores que aplaudían y gritaban y se reían y se emocionaban. Ejem... Espectadores que aplaudíamos, gritábamos, reíamos, nos emocionábamos y sacábamos fotos sin parar. Estuvo bueno.
Después en los siguientes parques había esculturas enormes, pequeños puestos y patios de comida (nunca se sintió tan bien bajarse el caldo hirviendo de una sopa con udon y huevo), pequeñas esculturas al lado del camino, baños, centros de información, gente sacándose fotos pedorras y fotógrafos profesionales que se movían con trípodes y escaleritas plegables.
Había un sector central dedicado al futuro Shinkansen (tren bala) que se empieza a construir este año y que cruzará por un túnel submarino para unir Hokkaido a la red de trenes de todo Japón. Sobre unos bien logrados bajorrelieves proyectaban sin parar una bien lograda animación que parecía darle vida a la escultura, y todos los locales estaban re contentos de pensar en tener un Shinkansen en su ciudad.
Después estaba el otro espectáculo central: una escultura colosal de Shingeki no Kyojin (un animé de moda donde gigantes devorapersonas tienen a la humanidad al borde de la extinción), realizada por el ejército de Japón, que cada quince minutos se ponía de puta madre con un show de luces y colores y música tan fuerte que me sorprendió que no terminara abriendo grietas en la nieve.
Después había un escenario con la fachada de una catedral donde se realizaban distintos shows. Otro escenario (donde vi a unos pobres tipos de Okinawa realizar una danza tradicional con sus vestimentas de isla tropical) tematizado de Dragon Ball. Y otros muchos más con esculturas de hielo y nieve de distintas cosas que yo ni lograba reconocer, donde había ídolos pop y muñecos enormes con gente adentro y huevadas por el estilo.
Y finalmente los últimos bloques estaban dedicados al amateurismo: cieeeeeentos de esculturas de menores proporciones que abarcaban desde personajes de películas y series modernas o clásicos (como Star Wars y Totoro), algunos cómicos japoneses bien caricaturizados, publicidad de comercios locales y esculturas abstractas. A algunos le habían puesto mucha onda, pero otros (no visibles en este blog) eran simplemente patéticos. Para todos los gustos.
En la calle Susukino, una calle cercana al Parque Odori donde había cientos de esculturas de hielo (algunas de las cuales cambiaban de un día a otro), había bares y pubs de hielo, peces y cangrejos en bloques congelados, montón de artistas esculpiendo sus rolitos en público, menos música y más iluminación flashera.
A parte de la noche de la inauguración fui otras dos veces: una de las cuales para terminar de ver lo que no había podido ver la primera vez, y la otra para obligarlo a Miki a vivir el Yuki Matsuri en vivo y en directo.
Y mi apreciación final es que, si bien está genial, podría estar muchísimo mejor (especialmente en lo que la anatomía de Gokú respecta) si hubiera un poco más de inversión e imaginación... o eso se espera uno de los japoneses. Si alguien lo visita sólo por una noche puede estar contento con lo que ve, pero es necesario pasar varias noches y varias horas de intemperie, chupando frío, tapando chifletes de viento helado y masticando nieve para explorar cada rincón. (¡Y allá vos si vas al Domo!)
Habiendo dado por satisfecha la cuestión del Yuki Matsuri, Miki y yo teníamos que decidir con qué rellenar los días restantes... y un poco de Google nos dio excelentes planes.
Rafa Deviaje.
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