viernes, 4 de marzo de 2016

Kurashiki


Decidimos ir a Shikoku, una isla grande y escasamente poblada (en términos japoneses) con muchos templos (de hecho es conocida por tener un peregrinaje que le da la vuelta entera en tres meses y te permite visitar ochenta y ocho templos) y muchos campos de arroz. Hice un poco de Couchsurfing y encontré un ofrecimiento de quedarnos cuanto quisiéramos con una profesora de inglés en Naruto (sí, Naruto).


Miramos el mapa y vimos que estábamos ahí nomás de Naruto: sólo cruzar un puente. Pero entonces me puse a ver detenidamente y vi que no había tren que lo cruzara, y que hacer dedo se iba a hacer endemoniadamente complicado por la disposición de las Parking Areas sobre las autopistas.


Entonces voilá, la solución vino a mí: Miki -le dije- hagamos un rodeo enorme, vayamos en tren hasta este pueblo, Kurashiki, que tiene una zona tradicional muy pintoresca, y después cruzamos haciendo dedo a Shikoku.


Y ahí fuimos, salteándonos Himeji y su castillo (el cual, reabierto hacía poco tiempo, estaba en la boca de todos los japoneses y extranjeros que nos cruzamos) a pasear por calles con fachadas antiguas, locales que venden souvenirs de todo tipo, cisnes que vagonean en el canal, templos sobre colinas y un local con juguetes y muñecos típicos de las zonas rurales.


Como extra yo decidí visitar Ohara, un museo de arte europea (sí, nada que ver) que como era caro (unos mil quinientos yenes si no recuerdo mal) Miki decidió ignorar. Tenían uno de casi cada grande del siglo XIX (un Monet, un Manet, un Renoir, un Pissaro, un Degas, un Rodin, un Maillol, un Van Gogh, un Cézanne, un Picasso, un etcétera) y un montón de cosas más contemporáneas que, bueno, ejem, tenían lo suyo.


Para cuando salí ya cortaba el frío y encontré un Miki con las manos en los bolsillos esperándome en la oficina de turismo que estaba por cerrar. Apuramos a buscar donde dormir y hacer los últimos planes para cruzar a Shikoku y alejarnos de toda ciudad...


[A propósito de esta última foto con una familia entera de Darumas (que es como los ponjas pronuncias Dharma), después de haberlos visto en muchos animé descubrí para qué sirven en un local Don Quijote de Sapporo. Y resulta que cuando uno tiene un deseo importante va y compra un Daruma, pero uno con los ojos blancos. Le pinta el negro de un ojo y espera, tuerto, a que se le cumpla el deseo: entonces se le pinta el otro ojo y se lo conserva como amuleto de buena suerte... O capaz se lo dona a un templo que coleccione Darumas, como este de Kurashiki, qué sé yo.] 


Rafa Deviaje.

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