En el mundo hay cosas hermosas, y en él ocurren atrocidades. Desde siempre consideré que la decisión de tirar una bomba nuclear sobre una ciudad es una de esas atrocidades que abren toda una nueva etapa de terror y de dominio sobre el mundo. Sobre el mundo en el que, recuerdo, hay cosas hermosas y atrocidades.
El seis de agosto de 1945, a las ocho y cuarto de la mañana, una bomba detonó a unos efectivos seiscientos metros sobre el centro de Hiroshima, arrasándola de inmediato. De la ciudad que había antes no quedaron más que fotos y pequeños edificios, milagrosamente en pie, que sirven de recordatorio. Ni yo, ni Miki, ni la misma Emi, nuestra guía, conocemos nada de la ciudad que existía antes. Y de los acontecimientos yo sabía, sinceramente, muy poco.
El Domo es el ícono de los desastres del bombardeo, así como fue ícono del comercio en la Hiroshima anterior. Con el afán de recordarle a todo el mundo el horror que no se debe cometer, el Domo está hoy prácticamente igual a como estaba al atardecer de aquel seis de agosto, y ahí estará por mucho más.
Aquel día era frío y gris y húmedo y no ponía ni una nota de alegría en lo que veíamos. La Hiroshima que surgió de los escombros y cenizas no es una ciudad bonita, y si lo es, aquel día no lo parecía. Del Domo fuimos al monumento de Sadako Sasaki, que recuerda especialmente a los nenes y nenas víctimas de la guerra. Sus miles de grullas de origami, que son donadas continuamente por nenes de todo Japón, fue el único color que observé.
Poco más adelante llegamos al Museo Memorial de la Paz, que no es gratis pero casi. Y a cada paso que daba en aquel lugar el triperío se me enroscaba más y más. Pocas veces pasé por un museo leyendo cada cartel a disposición, no porque me fascinara el tema, sino porque no lo podía evitar. Miki, Emi y yo nos separamos al poco rato de entrar; no podía ser de otra forma, ese museo se recorre de forma personal.
De un suave registro fotográfico se pasa a una sala oscura donde te atacan las representaciones de los efectos inmediato del bombardeo. Te explican que la ciudad estaba activa y llena de estudiantes que iban a ayudar a demoler edificios como parte de un programa debido a la guerra, y te explican que de casi todos esos estudiantes no quedó registro. Y que los que dejaron registro caminaban entre nubes de muerte y hedor, tropezando sobre cadáveres, con la piel derretida colgando en jirones.
Entonces empezás a recorrer una colección de zapatos, cartucheras, uniformes, gorritos, sandalias, juguetes. Quemados, derretidos, fundidos, y rotulados: "Este uniforme perteneció a Fulanita de Tal, que se encontraba a tantos kilómetros del epicentro. Su mamá cuidó de ella por quince días pero finalmente falleció a causa de las quemaduras". "Esta lunchera sirvió para reconocer a Fulinito de Tal que tenía tantos años y había ido a la ciudad a trabajar en tal sector. Su cuerpo nunca fue encontrado." Y así sigue. Sigue mucho.
De a poco y sin apuro te podés ir haciendo un cuadro de lo que sucedió aquel día, de cómo brilló el cielo al momento de la explosión, del infierno inmediato, de las temperaturas aborrecibles, de la sed en la garganta, de los cuerpos y los gritos y la desesperación por kilómetros y kilómetros, de la lluvia negra que empezó a caer y que envenenó lo que no había sido envenenado, de la lucha contra cada minuto y la ayuda que nunca dio a basto. De los números. Ciento cuarenta mil muertes. Y más.
Te enterás del contexto histórico en detalle y de los tecnicismos de la bomba y de lo bien diseñada que estaba para matar y torturar y doblegar. Y te enterás de los efectos a largo plazo: abortos, leucemias, bebés deformes, uñas en los dedos que crecían negran de ahora en más, efectos y más efectos de la radioactividad. Pasás entonces a un salón dedicado a Sadako y a su vida personal, al impacto de su esperanza, a los altibajos de su salud, al diagnóstico fatal.
Cuando salís te recomiendo parar: hay unos bancos y televisores con entrevistas a sobrevivientes del bombardeo. No son una joya de documental, pero no necesitan serlo. La gente pasa de largo hacia el exterior, pero si vas, quedate a mirar.
Finalmente reunidos, Miki, Emi y yo salimos de nuevo al mundo gris y ventoso y a mí me costaba todavía asimilar lo que acababa de aprender. La mitad del Memorial estaba cerrado por reparaciones, y para ser honesto no sé cuánto me hubiera costado ver otro tanto más. De hecho, en un momento, había pensado ir a conocer la realidad de la otra ciudad bombardeada, Nagasaki. Pero ese deseo se evaporó: aunque el número de víctimas en Nagasaki fueron inferiores, no podía ignorar el hecho de que ese segundo bombardeo había sido efectuado tres días después del primero, como si hubiera hecho falta insistir.
De vuelta a la casa de Emi, hablando con su papá y su mamá, entendí un poco más sobre las secuelas desde un punto de vista personal. Y me explicaron que los testimonios, fotos y recuerdos más cruentos habían sido sacados de exposición porque generaban mucho malestar.
Cuando me fui a dormir esa noche, a pesar de todo el horror, a pesar de toda esa maldad del humano para con el humano, todavía me costaba entender algo más: mi sangre tana hervía en afán de vendetta, pero el Memorial tiene un sólo mensaje: entender lo que pasó y promulgar la paz. A todo el mundo: entender el horror, perdonar sin olvidar, e insistir en la paz... Ojalá hacer grullas hubieran salvado a Sadako Sasaki, pensé mientras veía diminutos parajitos de papel que una nena de doce años había doblado con la ayuda de un alfiler. Ojalá nos salvaran a todos también.
Rafa Deviaje.
Tremendo Rafa, tremendo... Algo increíble, cuesta asimilar lo que pasó ahi... cuando fuiste, me acuerdo que vi un documental sobre la bomba de Hiroshima, con imágenes históricas, entrevistas, etc... te parte al medio la verdad!!
ResponderEliminarAbrazo grande pendex
Mirá, sí es zarpado. Debés haber visto mucho del material que tienen en este museo porque acaparan todo. Salvo el relojito que se detuvo a las 8,15 y el bonsai que sobrevivió (que se los llevaron a EEUU), acaparan todo. Abrazo negro
EliminarZarpado. Muy muy. Haces q uno se sienta ahí.. si me pongo así de fuero de leerte.. no quiero ni imaginar una visita alli
ResponderEliminarJaja fuero? No logro interpretarlo ni como falla de tipeo ni como modismo salteño :p Gracias igual.
EliminarZarpado. Muy muy. Haces q uno se sienta ahí.. si me pongo así de fuero de leerte.. no quiero ni imaginar una visita alli
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