jueves, 10 de marzo de 2016

Los muñecos de Villa Nagoro


Quien me conoce sabe que odio los anacronismos. Pero a veces son inevitables. Cuando conté aquellos sucesos tan simpáticos en Saita decidí omitir el viaje de un día que hicimos con Miki a villa Nagoro y al valle Iya, sepan disculpar.



Arrancamos temprano y para facilitarnos las cosas, nuestro anfitrión nos llevó a la estación de tren para no perder tiempo. Tren, otro tren y micro mediante, atravesando montañas y valles réquete bonitos y algodonados de nubes y surcados por ríos y rutas, llegamos a Nagoro.



Villa Nagoro tiene un único atractivo: de los treinta y cinco habitantes (dato quizás desactualizado), hay uno, una simple viejita, que se dedica a hacer muñecos escala real y a dejarlos por ahí acomodados. Al principio eran representaciones de los pobladores que habían migrado, pero con el tiempo la cosa se desbordó y ahora el pueblo está plagado de muñecos inertes que, caras blancas y sonrientes, me esperaban sin apuro.



Habíamos chequeado bien las tablas de horarios de los micros y no teníamos mucho tiempo en Nagoro. Una hora y algo. Así que le metí pata: fuimos al colegio (que está cerrado pero alberga una buena cantidad de muñecos profesores, muñecos alumnos, muñecos recepcionistas) y ahí lo dejé a Miki que chusmeaba alrededor y me fui a recorrer el resto del pueblo, donde encontré muñecos esperando el colectivo, muñecos sentados frente a locales cerrados, muñecos trabajando el campo, muñecos vendiendo recuerditos.



Encontré una sola viejita que paseaba a su perro, pero eludió toda conversación. Los muñecos, haciéndose los pavos, miraban para otro lado. Seguí la ruta principal, raramente transitada, hasta una casa donde había además unos monstruitos de arcilla, un muñeco artesano que los fabricaba, y toda una familia que retozaba apaciblemente. Reinaba el silencio, el piar de los pajaritos, el sol que picaba en la frente.



De más está decir que casi perdemos el bondi por mi culpa. Y de más está decir que bajo ninguna circunstancia me hubiera quedado a pasar la noche en aquel lugar.



Rafa Deviaje.

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