miércoles, 30 de marzo de 2016

Al castillo de Nagoya


Al aeropuerto de Sapporo casi no llegamos porque un auto patinó en la autopista y había un congestionamiento de tráfico zarpado. Tuvimos la suerte de que nuestro vuelo estuviera también retrasado, y pudimos llegar a Nagoya apenas un poco más tarde de lo pensado. Aterrizamos en el aeropuerto de Chubu, que está en medio del agua, y fuimos a la guesthouse que habíamos pagado por un par de noches, donde nos dormimos una siesta épica.


Para ese entonces se empezaba a imponer un cansancio profundo y el ritmo bajaba de a tres peldaños. Tras que a Miki le parecía siempre un buen plan quedarse adentro, a mí la voluntad de llevarlo a conocer lugares se me diluía tanto como que, en realidad, apenas podía arrastrar mi propio cuerpo.




A pesar de eso salimos a caminar la ciudad al día siguiente. Tuvimos un clima hermoso que, después de tanta nieve, se saboreaba primaveral. Después de Tokyo y Osaka, Nagoya era grande pero resultaba espaciosa y tranquila: avenidas amplias, callejones ausentes, veredas cómodas, puentes peatonales poco transitados.

 

De los muchísimos lugares a los que podíamos ir, fuimos sólo al castillo, que es uno de los grandes. A mí me alegró el corazón ver unas florcitas empujando al mundo y ver ciervos pastando en el fondo de las fosas secas que rodeaban al castillo.


Una vez adentro comenzó a parecerse a todos los demás castillos visitados, pero un detalle que encontré interesante fue el de los símbolos en las piedras de las murallas y plataformas: cada clan que participó en el acarreo de piedras procuró estampar su marca en ellas, para evitar disputas y competencias; y ahí están hoy, para que las busques y te entretengas.



Y quienes vayan dentro de un par de años seguramente podrán disfrutar de las enormes remodelaciones que están en marcha y que buscan restaurar todos los edificios de madera que se perdieron en incendios originados durante la Segunda Guerra Mundial.


A la vuelta deambulamos por calles comerciales, arcades casi vacías, parquecitos, shoppings subterráneos. Y volvimos a la guesthouse a dormir y dormir.




Rafa Deviaje.

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