sábado, 3 de septiembre de 2016

Viaje a la punta de Cape York

Desde Atherton, me dijo Google maps, hasta The Tip, hay mil kilómetros. Y yo lo hice ida y vuelta en ocho días, aprovechando los mejores días del año para recorrer esas rutas.





Hablemos primero de lo más importante: las rutas. Ponele que fue miti y miti entre asfalto y ripio. El asfalto lindo, suave como pincelada de tinta en papel de alto impacto. El ripio a veces prolijo, a veces serrucho, a veces descuajeringador de tripas. La Hilux me llevó sin dramas ni quejidos, y sólo se le descompuso la puerta de atrás, lo cual solucioné desenchufándole unos cables. Pero mi culo quedó entumecido. A veces el claclaclaclaclaréqueteclacpumbamclatrucmocbang de la ruta duraba horas, interrumpido sólo por diminutos parches de concreto (donde en época de lluvias suele inundar un río) que duraban lo que tarda un verdugo en acomodarse el guante.



 

Pero todo aquel paisaje árido que se abre en medio de la península despoblada, kilómetros rectos y sin fin, con polvo rojo a sotavento cubriendo los árboles y los yuyos, con hormigueros como torres marcianas, con secciones breves en que todo se teñía del color del azufre o de un rosa pálido, con sinfín de coches estrolados a derecha e izquierda... fue un gran paisaje.





Ahora: el destino. Hice todo el trayecto de un tirón en dos días, hasta Somerset y The Tip, donde pasé tres noches en distintas playas. La arena era clara, el agua transparente, el calor insoportable y, al ponerse el sol, los mosquitos eran imparables (me olvidé repelente y las primeras noches me dejaron las piernas hechas un choclo, un raspador de cumbia, un mapa topográfico de Utah).





La gran cagada del asunto es que es todo lindo para los ojos pero no hay alivio para el turista ratón: el mar y los ríos están, aparentemente, infestados de cocodrilos. Hacía unos meses una australiana había sido manducada en un descuido, y por más que me argentinidad me decía que me zambullera de cabeza, que estaba todo liso, que qué cocodrilo va a querer morfarme a mí, opté por la prudencia.



La vuelta la hice en otros tantos días. Pasé dos noches en distintos recovecos en el monte, donde corren arroyuelos de agua cristalina y sin cocodrilos ni mosquitos. Visité unas cascadas muy lindas, hice caminatas, nadé a lo loco, prendí fogatas, vacié muchas latas y me crucé con mucha gente copada que, equipados con terribles casas rodantes 4x4, recorrían todo Cape York sin agenda ni apuros (económicos).







También tuve la desgracia de conocer a la peor clase de habitante local: el sucio. Hasta ese momento me habían caído bien los aborígenes (que predominan en todo el norte de Australia) porque tienen más ganas de no hacer nada que otra cosa. Pero ahí estaba yo, sentado en el aguita fresca de un arroyo perdido en la nada, cuando aparecieron tres camionetas cargadas de pibes y viejos, todos aborígenes salvo un blanco más ortiva que la mierda. Festejaban un partido de footy en el que no logré entender si habían ganado o perdido. Pusieron música al palo (entiendo la falta de boliches en aquella punta recóndita del país, pero igual) y se fueron a las pocas horas, dejando un sembradío de latas y botellas de cerveza por doquier. Tristeza infinita.



 


Y en mi anteúltimo día de andanzas, después de visitar las pinturas rupestres de Split Rock, me desvié de la ruta original y encaré hacia Rossville y una ruta salvaje que me llevó hasta Cape Tribulation. La aridez fue dejada atrás y me interné en una jungla hermosa a la vista, de la cual saqué pocas fotos porque mis sentidos se concentraron más en no salirme del camino. Hice unos cuantos kilómetros por el sendero para 4x4 más reconchudo que conocí (en el cual estuve a punto de quedarme varias veces) y me adentré en la zona del Daintree, donde la selva acaricia el mar y el Arrecife de Coral.



 

 

La vista en las playitas era espectacular, la ruta era ahora fácil y asfaltada. Lo único que le faltó fue cruzarme con una cassowary (un pajarraco medio prehistórico y muy agresivo), pero se lo perdono. Dormí ahí al lado del mar una última vez y me volví a lo de Ivan y Amanda con una idea fija: mi próximo destino sería la otra punta del país, la isla de Tasmania.




Rafa Deviaje.

4 comentarios:

  1. Los cadÁveres de autos y el desierto pensé que serían un mal augurio del relato, pero siempre todo termina increíble. Me recordó algo: Incluso cuando todo parece derrumbarse , para mí decidir entre ­reír o llorar , irse ­o quedarse , renunciar o luchar , porque me encontré en el camino incierto de la vida , lo más importante­ es decidir

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    1. jaja creeme que yo también pensé que eran un mal augurio, por eso las fotos de los coches las saqué cuando volvía, y no a la ida

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    1. ok, a partir del 12 de septiembre del año que corre los miembros del club de fans van a abonar una cuota mensual de diez mil yenes, muchas gracias

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