El último viernes en Japón salimos a pasear con Miki por Ikebukuro, donde recorrimos shoppings, sitios nerdos, compramos boludeces (él más que yo, pero así y todo el local de Estudio Ghibli me pudo) y probé una crepe ponja. Estuvo bueno. El sábado me levanté con más ganas de caminar.
Me quedaban dos mil quinientos treinta y un yenes en el bolsillo y, como era finde, sabía que no podía cambiar hasta el lunes siguiente. Así que me propuse hacerla bien económica: salí a caminar temprano hacia Akihabara, la Meca otaku, y sucedió que encontré un local con una mesita afuera con muñequitos mega baratísimos porque estaban sin sus cajitas originales... Lo llamé a Miki, le comenté los precios, le pasé algunas fotos, y al final compré dos pequeñas muñequitas, una para cada uno, a modo de souvenir.
Contento con la compra seguí camino hacia Ueno. Pero me crucé con un hyaku-en, o 100-yen-shop (un todo por dos pesos de la mejor calaña) de esos grandes y llenos de cosas, y perdí media hora comprando pelotudeces para mandar a mi familia (que causaron sensación, lo juro). Saldo disponible: novecientos treinta y un yenes.
Anteriormente yo había pasado únicamente por la zona de museos y el parque central, pero hoy, sábado, encaré para las calles del mercado... Por Dios, qué mercado el mercado de Ueno.
Infinito. Apabullantemente congestionado de humanos. Con todo, todo lo que quieras: ropa de la buena, ropa barata, cosas usadas, y comida, pescados frescos (o vivos), pescado seco, especias de todo el mundo, ofertas y ofertones, y más negocios subiendo escaleras, y más negocios bajando a un subsuelo. Una locura.
Después de deambular mirando mucho y comprando nada me tomé un descanso en el templo Tokudaiji y después me gasté quinientos yenes en morfi. (Otro día, sólo de paso y en compañía de Miki, nos comimos unos kebab que un nepalés buena onda nos dejó a descuento y estaban geniales, los recomiendo.)
Entonces enfilé hacia el Parque. No tenía suficiente para entrar a ninguno de los otros museos, así que simplemente recorrí el templo Kiyomizu Kannon-do, los santuarios Gojoten y Hanazonoinari (que están pegaditos) y, si bien tampoco fui al Zoo (me habían contado que el panda no estaba en exhibición por preñez), pero sí visité el santuario Toshogu.
Para ese entonces ya oscurecía, me quedaban cuatroscientos treinta y un yenes para sobrevivir, y mis zapatillas apuntaban hacia zonas conocidas: Asakusa.
Rafa Deviaje.
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