Ya estaba terminado el recorrido: nos volvíamos a Tokyo. Pero hice cuentas acertadas y encontré un huequito para hacer algo re copado: ir al mejor parque de diversiones de Japón: el Fuji-Q Highland (o como lo escriben los locales, Fujikyu), en Fujiyoshida, las laderas del Monte Fuji.
Reservamos dos noches en un hostel cercano y otra vez, deshaciendo a dedo el camino que habíamos hecho a la ida, nos tardamos una eternidad. Pero llegamos. Y en el hostel nos encontramos con un italiano y una ucraniana que hablaban español. Después de tanto tiempo estresándonos para balbucear inglés e inventar japonés, fue un lujo.
Y al día siguiente salimos tempranito tempranito para ser de los primeros en la cola del Fuji-Q antes de que abriera. Pagué pasaje completo por un día (unos cinco mil y pico de yenes) y entramos corriendo.
Ahora explico: el Fuji-Q tiene cuatro atracciones principales de las cuales pudimos probar tres, ya que la cuarta estaba cerrada (quién sabe por qué). Sin embargo esas tres sostienen récords mundiales en lo suyo.
La primera que probamos fue la Eejanaika, que es la más nueva de todas y la montaña rusa que te gira más veces en todo el planeta. Esto se debe a que no vas en un cochecito, sino firmemente atado a una silla que gira para todos lados mientras te desplazás a más de 120 kilómetros por hora. A mí me fascinó. Es una locura.
Acto seguido nos metimos en la Takabisha, que tiene la genialidad de arrancar totalmente a oscuras y que después, ya en la superficie, te sube vertical hasta arriba de todo y te deja caer en un ángulo de 121º que pone a prueba tus calzones.
Después de esa nos clavamos dos horas de cola en la Dodonpa, que sostiene el récord de mayor aceleración: de 0 a 172 kilómetros por hora en menos de dos segundos. Genial. Aunque sólo puedo comparar la sensación a esperar todo un año por una nueva temporada de Game of Thrones y ver los diez capítulos en un día, o esperar toda tu vida para casarte y divorciarte a la mañana siguiente. Mucha cola para tan escaso (aunque emocionante) recorrido.
Ya que la cuarta atracción, la Fujiyama o Reina de las Montañas Rusas, estaba cerrada, con Miki fuimos a meternos en varias atracciones menores: el péndulo de la muerte que te hace girar mientras penduleás; una especie de barco pirata que te revolea como boleadora para un lado y para el otro; la sillas que suben verticales alto alto alto y te tiran al piso. Copado. Queríamos ir también a las sillas voladoras, pero se encontraba cerrada.
Entonces fuimos a otra parte del parque y nos encontramos con La casa de terror y con La fortaleza. Decidimos ir primero a La fortaleza ya que en La casa de terror había que pagar 500 yenes adicionales. Bueno: fue una mala decisión.
La fortaleza es una cagada de atracción para hombres y mujeres occidentales. Te mandan en un lugar oscuro tipo espía a encontrar boludeces mientras esquivás cámaras de seguridad y qué sé yo, pero es un embole. Los japoneses tienen la particularidad de que ellos viven la ficción de forma natural. Nosotros no, a nosotros no nos engañan tan fácil. ¿Conclusión? Tiramos casi dos horas haciendo cola.
Y cuando quisimos ir a La casa de terror, que es la más grande del mundo y tiene muy, muy buena crítica, la cosa ya estaba cerrada: quedaban dos horas para que cerrara el parque y la cola ya era demasiado larga. Tristeza infinita.
Entonces nos separamos: Miki fue a diversas atracciones menores y yo me fui a hacer una hora y pico de cola para pasar de nuevo en la Eejanaika, Y esta segunda vez, ya preparado, pude disfrutarlo muchísimo más.
Para cuando salí ya no se podía entrar a nada más, así que nos pegamos la vuelta. Me quedé con muchas ganas de ir a otras atracciones pero con un buen recuerdo en general. Si pudiera volver a hacerlo, pagaría la entrada abierta de dos días (unos ocho mil yenes) y la pasaría a reventar. (También me llevaría más comida en la mochila y organizaría mejor mis idas al baño, fundamental.)
Hay muchas cosas más copadas para ver en Fujiyoshida y cercanías: templos copados, el bosque de los suicidas, más aguas termales, etcétera. Pero ahora sí: ya no había tiempo. Al día siguiente hicimos dedo por última vez para salir de Fujiyoshida, nos tomamos un trencito para ir a Sagamihara y visitar a nuestra amiga Caro (que tenía encomiendas para que Miki llevara a Argentina) y nos fuimos acercando, poquito a poco, al centro de Tokyo.
Rafa Deviaje.
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