Desde Shinjuku me tomé un trencito hasta la Estación de Tokyo. Divagué un poquito alrededor y enfilé hacia Tsukishima. Estando en Innisfail había conocido a Yoshi, un japonés muy copado originario de este suburbio de Tokyo, y me había recomendado fuertemente ir a recorrer sus calles.
Tsukishima no es hoy lo que solía ser, me explico Yoshi: es una isla artificial creada con la tierra que excavaron para hacer un canal, más montones de basura. Históricamente era lugar de criminales y yakuzas, pero poco a poco enormes edificios de departamento y mejor infraestructura convirtieron el lugar en algo pintoresco y atractivo.
Apenas llegué a la isla, cruzando el puente, pude ver cómo colocaban una puerta torii con una grúa, y visité los santuarios Sumiyoshi y Moriinari y me fui a buscar geocaches alrededor del canal. La tardecita me tentaba para tirarme a descansar en un rincón de sol, ver las florcitas y los nenes que salían de la escuela, pero me hervía la sangre en las piernas por caminar.
Así que enfilé por la principal calle comercial y la anduve de punta a punta. Honestamente debo decir que lo que encontré ahí no me atraía en absoluto: locales como en cualquier otro sitio y puestos de comida que se especializan en un platillo local, el monjayaki (un omelette con verduras y pescado que puaj). Lo que sí me gustó fueron los cientos de callejoncitos que se abrían hacia los costados.
Por esos callejoncitos me mandé a caminar después, yendo y volviendo montón de veces, observando aquellas partes más viejas de la ciudad de las que me había hablado Yoshi: casitas mal cuidadas, fabricadas con chapas, pobres y baratas. Tuve la sutil sensación de estar caminando por las calles de La Boca, en Buenos Aires.
En Tsukishima hay un personaje célebre al que deseaba encontrar pero no pude: un viejito con una tortuga como mascota que, correa en mano, sale a caminar varias veces por semana.
De Tsukishima, buscando geocaches, crucé el puente y me fui a Tsukiji, el Mercado de Pescado. Este sitio es popular entre turistas porque todas las mañanas se realiza la venta de toneladas de pescado fresco y otros frutos marinos. La gente va a intentar colarse (está permitido entrar después de las 9 am, pero lo divertido, me aseguran, es ir tipo 6 y esquivar a los policías) y degusta todo tipo de pescados.
Cuando yo fui, ya ocultándose el sol, no quedaba nada. Pero tampoco me importó tanto: ni me pintaban las ganas madrugar mucho ni me fascina el pescado. Pero me gustó conocer el santuario Namiyoke y el templo Tsukiji Hogan-ji con su iluminación nocturna. Me hubiera gustado también ir al Jardín Hamarikyu, pero ya anochecía. Y aunque moría por volver y tirarme en la cama, tenía un destino más pensado para esa noche: la Tokyo Tower, antiguo emblema de la ciudad...
Rafa Deviaje.
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