jueves, 14 de abril de 2016

Bonsairgasmo: el Museo Sunkaen del Bonsái


El primer bonsái que recuerdo haber visto fue el del señor Miyagi en Karate Kid. Y desde ese momento me fascinó, como siempre me fascinaron las cosas en miniatura. Ya de peque pude cuidar un bonsái de palo borracho que me regaló mi hermano mayor. (Palo borracho al que maté en mis descuidos un verano de calor, pero buen.)





Cuando, apenas llegados a Japón, recorrimos un poco de Tokyo con Miki, a él le dio agorafobia y me insistió en alejarnos de la ciudad. Está bien, le dije yo, no hay drama: sabía que íbamos a volver. E inmediatamente empecé una lista de lugares en Tokyo que no me quería perder. Y este museo de bonsáis estaba en la cabecera.


 



El lugar estaba a una combinación de subtes de distancia y la entrada eran ochocientos yenes. Un flaco que parecía ser discípulo del gran Kunio Kobayashi, el sensei de los bonsáis, me llevó a una habitación donde me preguntó en un buen inglés de dónde era, qué hacía ahí, si tenía bonsáis propios, etcétera. Me dio un té verde y bizcochos, me mostró distintos libros de su colección (uno era genial: quinientas páginas a todo color detallando distintos tipos de macetas para distintos tipos de árbol), y terminó regalándome un librito autografiado con bonsáis de todo el mundo.





"Podés ver todo el patio, el patio de atrás, las dos terrazas y las salas interiores", me dijo señalando las distintas partes de la casa/museo, y se fue a trabajar en su bonsái. Yo empecé a recorrer, cámara en mano, entre hileras y montones de arbolitos minúsculos y no tanto, sobre pedestales, sobre el piso, en todos lados.





Otro flaco apareció y, en un español muy aceptable, me explicó un poco sobre Kunio Kobayashi y sobre los bonsáis más antiguos del lugar (el más viejo tenía más de seiscientos años y era hermoso). Se hizo la hora del almuerzo y me invitaron a comer con Kunio y sus discípulos, y parecían contentos con mi presencia que, deduje, era la única nueva ahí.




Y después seguí deambulando por otras dos horas, viendo todo maravillado: las ramitas, los alambres, las hojitas, las florcitas, las macetas. Casi me infarté al ver el precio de un bonsái de pocos años (alrededor de ochocientos dólares, mamá bonsái), y me introduje en cada lugar que encontré.





No fue tanto como una sorpresa descubrir, al descargar la cámara en la compu, que había sacado más de cuatrocientas fotos en ese lugar: elegir era tan difícil que simplemente puse todas las que me gustaban. Disfruten.







Rafa Deviaje.

4 comentarios:

  1. jajaja, tu bonsai duro cuanto?.. jajaj

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  2. Muy buen lugar!!!! Que buen viaje.... muy buenas fotos. Gracias por compartirlas... éxitos!

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    1. Gracias Hernán! Estate atento que todavía me quedan unas cuantas publicaciones para terminar con Japón... y después se vuelve Australia!

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