Teníamos las últimas luces del cielo cuando llegamos aquella tarde al Chinatown de Yokohama, pero no nos importaba: lo que íbamos a ver era el show nocturno del Festival (chino) de las Lámparas. Había leído algo al respecto la noche anterior y ahí estábamos, exprimiendo cada segundo.
Bueno, este barrio chino es enorme comparado con el de Buenos Aires, y básicamente tiene chinadas a troche y moche: locales grandes y chiquitos lleno de baratijas, un par de negocios de cosas hippies que, la verdad, estaban geniales (decí que no soy hippy sino me gastaba todo ahí mismo), lugares con souvenires de todo el mundo (lo caro que venden los ekekos no se pué creer), un local enorme 100% panda collection, lugares de comida pa' tirar pa'rriba.
Yendo a lo cultural tienen un templo lindo y otro templo lindo y viejo, en los cuales se hacían evidentes las diferencias arquitectónicas y decorativas entre el estilo chino y el japonés: el último es mucho más sobrio y modesto y no utiliza mucho la figura octogonal ni las filigranas intrínsecamente complejas. Además, cabe destacar, en todo templo o santuario japonés, los Guardianes Fu vienen de a dos, uno de los cuales tiene la boca abierta y el otro la mantiene cerrada. En los chinos, al parecer, esa regla no existe.
En fin, ahí estábamos nosotros, deambulando, sin haber encontrado ningún cartel que explicara, en inglés, nada del Festival de las Lámparas. Y mientras sacaba fotos en uno de estos templos, escuchamos ruidos de música y fuegos artificiales. Apagué la cámara y nos fuimos rápido para allá, pero era tarde: una marea de gente sonriente se dispersaba en los alrededores.
Así que bueno, nos perdimos el show. Nos encogimos de hombros, morfamos algo saliendo del barrio chino y nos fuimos a pasar una última noche en un ciber café: al día siguiente, finalmente, iríamos a nuestro último alojamiento, en Tokyo.
Rafa Deviaje.
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