martes, 7 de julio de 2015

Sobrevivir en el Cameron's Creek

De Wanaka parte la ruta que me llevaría a la Costa Oeste, la cual quería recorrer íntegra de Sur a Norte pero no antes sin hacer una o dos caminatas tentadoras en las montañas circundantes. Como había visto en el mapita de la web del Department of Conservation, había varias para elegir, y así como al azar elegí un camino que iba pegado al Cameron's Creek, un río de montaña de mediano caudal.



Arranqué a caminar hacia eso de las diez en punto. Alguien había dejado un palito para usar de bastón ahí en la entrada, y me lo llevé. En Argentina uno siempre encuentra un buen palito para usar de bastón en pocos minutos, pero lo mismo no sucede en Nueva Zelanda: acá todas las ramas que encontrás son blandas, o pesadas, o están podridas. Pero este palito, que resultaría crucial en mi travesía, cumplía todos los requerimientos para ser un buen palito.

Los primeros quinientos metros el sendero era amplio y claro, hasta llegar a un mirador bastante pedorro. Pero desde ese punto en adelante, el sendero era apenas una huella que zigzagueaba entre los árboles y las piedras. Very nice.



El caminito empezó a subir y subir, ya que el río estaba en lo profundo de un cañadón enorme; y cada tanto empezaba a bajar y bajar. Lo que me llamó la atención de movida era la cantidad de ramas y árboles caídos sobre el sendero. Recuerdo que esa noche que pasé en el Hump Ridge Track hubo un ventolete zarpado y que a la mañana siguiente encontré muchas ramas estorbando el camino. Bueno, eso no era nada comparado con esto. Habría unos cien árboles/ramas grandes en el camino hasta la Cameron Hut, no jodo. Yo fui volteando y despejando unos cuantos, lo que podía, pero el resto simplemente me las tenía que ingeniar para rodear, saltar por arriba, o colgarme de ellos para seguir adelante. Y resultaba claro que yo era el primer ser humano en tener que sortearlos.



En un momento el caminito se convirtió en una tenue cornisa, y tuve que avanzar unos veinte pasos observando el abismo a mi derecha: el paredón caía libre hasta unas plantitas, unos cincuenta metros abajo de donde yo estaba, y por debajo de esas plantitas debía haber otros cien metros rectos hasta el fondo tumultoso del cañón, donde el río de color celeste bullía entre piedras. Suspiré, ayudado de mi bastoncito para mantener el equilibrio...

De repente el camino desaparecía a causa de un deslizamiento importante que había arrastrado toda vegetación hasta el borde mismo del río, allá unos cien metros abajo. La pucha, me dije, y empecé a trepar como mono, siempre asiendo mi bastón, para sortear el obstáculo por arriba. Con mi breve experiencia en deslizamientos en el Lake Ohau, hacía casi un año, me bastaba. Y en una de esas me di cuenta que había perdido la tapita del lente de mi cámara, seguramente arrancada por una de las tantas ramas entre las cuales me abrí camino a puteadas y bastonazos. Toda la mala leche: había tardado como veinte minutos en avanzar unos cincuenta metros en medio del bosque, y ahora tenía que volver para intentar encontrar una tapita negra de plástico...

Por suerte, la encontré dos pasos atrás de donde estaba, así que hice mis agradecimientos divinos y mis abluciones, y seguí. Sin embargo los problemas no terminaban ahí: apenas el camino bajó hasta el arroyo yo hice un alto para sacar fotos, y  de repente mi mochila, que yo creía tan sólidamente apoyada sobre una piedra, había rodado cuesta abajo y había sido atajada por un arbusto, unos tres metros de donde yo estaba.

Otra vez, colgado como mono, pude recuperar lo que era mío, e incluso recuperé las manzanas y el otro lente que habían rodado fuera de la mochila. Parecía ser mi día de mala/buena suerte.

Otra vez, poco más adelante, el camino terminaba contra una piedrotota, y no había flechas naranjas indicándome para dónde tomar. Giré en redondo un par de veces y entonces la vi: del otro lado del río, como llamándome burlona, un triangulito naranja. Usualmente hay puentes colgantes para estas cosas, pero acá no me quedó más que hacer como en las películas: atarme las botas alrededor del cuello, subirme los lompas hasta las rodillas, y caminar entre laja y canto rodado con el agua helada congelándome los pies. Sobreviví, y añadí river crossing a mi lista de habilidades montañistas.


Del otro lado del río había tantos árboles caídos como los había en la primera parte, pero por suerte el camino ya no subía y bajaba tanto. Yo caminé y caminé, atravesando partes con unos veinte centímetros de nieve y sorteando árboles caídos, y empecé a alejarme paulatinamente del río. De alguna forma intuitiva, tal vez porque ya soy capaz de entender la pérfida mentalidad de los que hicieron todas esas rutas en la montaña, supe que apenas el camino volviera junto al río, iba a llegar a la cabaña.


Lo cual tardó bastante en suceder. Un cartelito en el estacionamiento estimaba unas cinco horas de caminata, pero con la cantidad de obstáculos que tuve que sortear, llevaba seis horas caminando cuando finalmente fui volviendo hacia el río y pude ver mi cabañita, divina, en un amplio claro nevado.



Esa capa de nieve fue el último obstáculo a superar, y hacer unos tristes quinientos metros entre piedras, nieve y pequeñas vertientes me llevó una media hora. Cuando llegué a la Cameron Hut, mis botas eran agua por adentro y hielo por fuera. Para colmo, observé, casi toda la leña guardada estaba húmeda. Well, fuck.


Sin desanimarme, dejé mi mochila ahí y fui a proveerme: siempre me jacté de ser capaz de prender un fuego en cualquier condición, así que no podía rendirme sin intentarlo. Encontré alguna que otra ramita seca colgando de otras ramas (la madera que tocaba el piso estaba húmeda y podrida) y encontré un bosquecito lleno de esa barba de árbol, con la cual me llené los bolsillos. También tuve la suerte de encontrar una rama seca con unas hojitas diminutas, la misma planta que, unos veranos atrás, me salvó la vida en una situación similar acampando en el Lago Futalaufquen.


Bueno, no fue fácil, porque más allá de mis descubrimientos, toda la madera estaba húmeda. Y el papel tampoco abundaba. Debo haber hecho unos cinco intentos, quemando papel, hojitas, barba de árbol, añadiendo maderitas de a poco, soplando, abriendo el tiraje al máximo, pidiéndole ayuda a mis ancestros asadores, pero no hubo caso: pasada la llamarada inicial, la cosa humeaba un poquito y se apagaba. La madera seguía mojada. Entonces ya sin luz diurna, en un último intento puse todo lo que tenía, todo, y lo rocié bien rociado con un aerosol que alguien dejó en la cabaña. Usando el último pedacito de cartón de un rollo de papel higiénico que desenrollé cuidadosamente, prendí una puntita y, de lejos, tiré una llamarada con el aerosol. Prendió y, para mi sorpresa, no se apagó. Me sentí Tom Hanks en El náufrago.


Tiré leña a discreción adentro de la salamandra y puse otra a secar sobre el hierro, y arriba mis botas para que se secaran todo lo posible. Y así pasé horas y horas, ido el sol, llegada la luna, hasta que me quedé sin madera y las botas estuvieron secas. Y mi alma, orgullosa y satisfecha. Cuando volviera a la civilización iba a tener que hablar con el Discovery Channel a ver si no me querían para hacer un nuevo show de A prueba de todo...

Me levanté temprano a la mañana siguiente, y llovía. Utilizando los cordones largos de mis botas, me bajé un poco los pantalones y amarré bien fuerte las mangas de los mismos alrededor de las botas, cosa que la nieve no se infiltrara por los tobillos como había sucedido antes. Y funcionó bastante bien.



Y a pesar de que llovió sin parar y que la nieve del día anterior estaba resbalosa y algunas partes enfangadas, logré llegar al estacionamiento en cuatro horas y quince minutos. Gran parte se lo debía al palito bastón, que me sujetaba sin parar en cada resbalada. Sí, pensé mientras volvía a dejar el palito junto al inicio del camino, fue una buena experiencia. Superados varios miedos y mil obstáculos, me sentía capaz de enfrentar cualquier cosa. Sólo que todo empapado, lo único que deseaba ahora era un hostel donde ducharme y dormir calentito. Y eso hice.




Rafa Deviaje.

2 comentarios:

  1. Jeje, muy buena explicación, mucho detalle, quizás más del que quisiera, ya q un par de veces se me encogieron las piernitas del sustito. Me alegra mucho que lo estés pasando tan bien y con tantas nuevas experiencias Anahí

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    1. Jajaja bueno gracias pipi, igual sabé que exagero un poquito las cosas. Papá ya me sermoneó lo suficiente como para que vuelva a casa con el rabo entre las piernas... cosa que no va a suceder en absoluto, pero bueno.

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