Desde Westport manejé hasta el lago Rotoiti, en el Parque Nacional de los Lagos Nelson. La ruta está bonita: no para de zigzaguear entre el bosque y la montaña, cruzando ríos sobre puentes de un único carril, ríos amplios y serenos, montañas no tan altas, bosques que tienen sabor a civilización. El día estaba lluvioso y nublado, así que la cámara ni salió de la mochila.
Llegué bastante tarde al Camping del lago Rotoiti, y cocinando unos noodles conocí a una pareja viajera: él inglés, ella italiana. Y me cayeron genial. Nos quedamos charlando de toda clase de cosas de esas que los backpackers copados y con algo de cultura pueden intercambiar (como que Margaret Tacher inventó el heladito tipo McDonal's poniéndole aire, ponele) y al día siguiente, bien temprano, fui a averiguar las condiciones para ir a la Angelus Hut, que estaba ahí a unas horas de caminata.
El buen hombre del Departamento de Conservación me contó que el camino en la cima estaba lleno de hielo y hasta un metro de nieve, y que la temperatura la noche anterior había sido de menos veinte grados. Asentí con la pera entre el pulgar y el índice, y me fui llorando.
Así que ese día hice una simple caminata ida y vuelta por un costado del lago. El bosque no era tan impresionante, los musgos no eran tan grandes, los helechos no eran tan invasivos. El color del agua dejaba algo de desear, Las montañas no se dejaban ver, el sol tampoco, Supongo que en verano debe ser un hermoso lugar para vacacionar y relajarse, pero ese día era declaradamente fulero.
Por suerte a la vuelta me encontré con esta pareja y volvimos charlando. Nos quedamos otra noche en ese mismo camping, compartiendo historias y música con otro alemán que se sumó con su guitarra y su cajón, y aunque el aire alrededor estaba a diez grados bajo cero, la compañía fue cálida y agradable.
Rafa Deviaje.
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