jueves, 4 de febrero de 2016

Kizomiyu-dera


Shuko nos llevó a pata a una de las partes más tradicionales de Kyoto mientras el día se pudría y pudría. (Nos contó que en Kyoto, McDonal's no tiene permitido usar el rojo en su logo, sino un marrón oscuro para no desentona con el estilo de la ciudad.)


 


Paseamos todo a lo largo de una zona comercial gigante sin comprar nada. Pispeamos por una calle donde, se rumorea, están las últimas geishas reales de Japón, y hasta podés llegar a vislumbrar alguna cuando se mueve por la vía pública (no, nosotros no tuvimos esa suerte). Dimos un vistazo por arriba al santuario Yasaka, al que volvería en enero. Y nos internamos en las callecitas empinadas que llevan a Kizomiyu-dera, uno de los templos más conocidos de Kyoto.



Ya llovía. Los paraguas plásticos, que reflejaban desde cara rincón la iluminación de faroles viejos y farolas de papel, desentonaban un poco con aquellos corredores adoquinados, donde hasta los postes hidrantes estaban disimulados con cajones de madera oscura. Vimos por una vidriera cómo hacían potes de cerámica, picoteamos golosinas y boludeces al azar, nos tomamos un café en latita de una maquinola expendedora, y finalmente llegamos, lluvia arreciando y sol completamente escondido, al Kizomiyu-dera.


 

 

Pagamos entrada y nos apresuramos a recorrer los edificios más lindos: un templo sostenido sobre pilares enormes en la ladera montañosa, una pagoda oscura, y un tunelcito de madera desde donde se accede al agua de la buena fortuna. Agarramos una cacerolita y, cumpliendo el ritual, bebimos de aquella agua mágica que nos lavó por dentro...





A la vuelta, bajo la lluvia pesada y fría, el agua nos lavó por fuera de punta a punta. Llegamos tiritando al departamento, colgamos las pilchas frente a la calefacción, y nos turnamos con Miki para meternos en la bañadera con agua pelachanchos.




Si bien aquel día disfruté la recorrida en manos de una guía local personal, el clima había cagado todo un poquito. Por eso volví otra vez un tiempo después, un día que apenas nublaba, a sacar fotos y deleitarme de nuevo con ese barrio que me hacía pensar en señores feudales, geishas, orfebres, alfareros y artesanos de la madera y los adornos de paja tejida, en monjes de sandalias de madera y nenes a los que ya pelaban el bocho para que parecieran samuráis...






Rafa Deviaje.

4 comentarios:

  1. Genio Rafita!!!! Con Tito te envidiamos un poquito jajaj. Besosssss

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    1. Eeeey gracias por envidiarme un poquito. Vos seguí dándole al pincel! Abrazo!

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  2. che, enano.. que son esas cositas de colores colgadas todo alrededor de las estatuas??

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