De ida a Shirakawa-go hicimos una parada de pocos minutos en Gujo-hachiman, una ciudad chiquita allá en las montañas. No era la graaaan cosa, no tiene (al menos según mis guías turísticas, Shuko e Ikue) nada particular.
Pero para mí la sola presencia de las casitas ocupándolo todo hasta el pie mismo de las montañas (cosa curiosa, prácticamente en ningún lado de Japón hay casas sobre las laderas de las montañas, que están todas cubiertas de bosques), y ver allá lejos la autopista que cruza el valle sobre un puente coloso, ver el humito de chimeneas y el reflejo del sol sobre pequeños paneles solares, resultaba placentero. Una postal muy diferente a la de Shirakawa-go, pero a la vez muy típica del resto de Japón.
Al volver de Shirakawa-go, esa misma tarde, paramos a dormir en lo de una conocida de Ikue. A la noche el pueblo era todavía más lindo, con lamparitas colgando por todos lados, el reflejo sobre el agua de los canales, un pequeño santuario iluminado... Lamento no haber llevado la cámara conmigo.
A la mañana siguiente fuimos a comer un desayuno que aparentemente sólo se consigue en Gujo (que consiste en café y tostadas como pizzetas). Y antes de que saliera el micro que nos devolvería a la casa de Ikue, pudimos pasear un poco más con un sol frío pero hermoso, visitar el castillo local y descansar sobre un banco bajo cuya sombra se empezaba a derretir la escarcha.
Rafa Deviaje.
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