Yo no me hubiera ido más de Kyoto. Miki sí se las quería tomar porque, básicamente, Kyoto es el Akihabara de los templos, pero Miki sólo estaba interesado en un Akihabara de Tokyo. Pero quedaron mil cosas sin ver (de hecho, mis visitas sólo cubrieron una pequeña zona en el centro y noreste de la ciudad) como el Templo Dorado y el Kyoogokokuji Kondo por adentro. Así que está dicho: volveré.
Pero igualmente en ese momento partimos de Kyoto para Osaka en tren. Ni media hora de viaje y llegamos a la segunda urbe más populosa de Japón. Sabíamos que era la más caótica de todas las ciudades y que los peatones acá no espera al semáforo en verde para cruzar caminando, y no teníamos particulares intenciones de permanecer largo rato entre sus calles.
Y lo que nos habían dicho lo confirmamos apenas llegamos: la gente era más ruidosa, había un poco más de porquería por el piso, se tocaba un poco más de bocina, todos cruzaban a mitad de cuadra a las corridas... La latinoamérica de Japón, dijimos, y reímos de tan injusta comparación.
Tiramos las mochilas en un locker y salimos a caminar hasta el Castillo de Osaka, uno de los más pulentas del país. Aunque se veía grande y lindo (y nuevo, aclaro, totalmente remodelado porque el antiguo castillo, de las épocas de Oda Nobunaga, no existe más) creímos que por dentro iba a ser un museíto como cualquier otro.
Pero nos equivocamos. Por dentro era gigante y estaba buenísimo. Pegamos ascensoraso hasta arriba de todo, como un octavo piso, en donde tenés los balcones para ver la ciudad y los peces dorados (corrección: créase o no, son delfines); y fuimos bajando poco a poco. En cada nivel tienen distintas cosas, desde artefactos de la época y réplicas de otros, y pequeñas maquetas y hologramas muy bien logrados que te van contando un poco de historia. Escuchamos (en japonés) y leímos (en inglés) la biografía de completa de Oda Nobunaga, Toyotomi Hideyoshi (mi personaje preferido de toda la historia de Japón) y otros muchos personajes más, y descubrí que era todo un gran Juego de Tronos del Japón feudal. Terminamos viendo recreaciones de batallas campales, estandartes de guerra, maquetas del mismo castillo a lo largo de la historia, y salimos al sol.
Salimos, hambrientos, al sol, así que fuimos a la zona comercial de Nipponbashi. Comercios, comercios, bares, sucuchitos de comida, pachinkos & slot por doquier, zona roja, locales de cosas nerd, locales de recuerditos, local con un piletón para ir a pescar en el subsuelo, templetes y santuarios empotrados: todo uno al lado del otro, cubierto por el techo de la arcade.
Vagabundeamos hasta tarde, comimos boludeces de un convenience store (o mini mart de Apu pero sin Apu) sentados en unas escaleras, paseamos varios puentes, recorrimos el Don Quijote (o gigantesco bazar de baratijas) y nos fuimos a dormir a un net café con las piernas agarrotadas y pocos planes para el mañana...
Rafa Deviaje.
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