Volviendo poco a poco después de un lindo día, abrí el mapita en el celular para elegir el mejor camino a casa y elegí seguir por la calle Teramachi. De un lado de la avenida comercial Shijo Dori es una de estas calles techadas que acá se llamas arcades, pero del otro vi que daba acceso a muchos templos y santuarios.
Hay una infinidad de nombres como Sunchoji, Jokyoji, Togenji, Shokoji, Joganji, etceteroji. Pero la realidad fue que muchos de estos estaban ya cerrados, mientras que a mi paso surgieron otros, pequeñitos, semi ocultos, todavía en el anonimato de Google maps.
Muchos estaban desatendidos y los que no, tenían explicaciones en sólo en japonés. Recuerdo haber visto uno de esos pedestales con una reproducción de las huellas de algún buda; recuerdo haber visitado un sector donde las madres que perdieron a sus hijos van a dejar ofrendas, juguetes y golosinas; recuerdo haberme encontrado a una grulla casi inmóvil en un canal, al acecho de peces koi; y a un viejo que la miraba todavía más inmóvil que la grulla.
Y contento con todo, las piernas exhaustas y la tarjeta de memoria a reventar, llegué al departamento donde Miki había llevado mi mochila esa misma mañana. Lo encontré ahí, de donde no se había movido para nada, en la penumbra. Ni siquiera, me desagradó descubrir, había pensado en la cena...
Rafa Deviaje.
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