En el net café de Nipponbashi dormimos como el culo. Pero eso no nos me desanimó ni un poco, y salimos temprano hacia el Acuario Kaiyukan. La noche anterior había hecho una investigación sobre qué podía estar más copado: si el parque de Universal Studios o el Acuario, y teniendo en cuenta mi nefasta experiencia en el Parque temático de Toei (tan mala y costosa experiencia que no saqué ni una sola foto), decidí que el acuario iba a ser.
Hay muchos acuarios en Japón (un par de Tokyo, otro en Nagoya, acuarios por acá y por allá) pero parece que el de Osaka era el más copado de todos. Y probablemente lo sea. Tiene algo así como ocho o nueve pisos, y arrancás desde arriba, poco a poco, vuelta a vuelta bajando rampabajo a tu gusto y piacere.
Empezás viendo las cosas menos emocionantes: nutrias, un capibara, peces chiquitos... Entonces bajás una vuelta entera, estás en un nivel más bajo, y ves a las nutrias desde abajo del agua, volvés a ver al capibara que no hace nada, ves delfines, pingûinos, una tortuga.
Y bajás más y ves a los delfines y a unas focas y lobos marinos hacer morisquetas en el agua, ves pulpos (me copan los pulpos mal) y más peces brillantes y mantarrayas, y está todo re bueno y te encanta. Sí, te encanta, por eso caminás lento y te quedás a ver a los entrenadores que hacen boludeces con los delfines.
Entonces llegás a donde está la pecera central, la más grande, la que tiene a los dos tiburones ballena (y montón de tiburoncetes, rayas y cardúmenes). Y son enormes, majestuosos, se mueven lento, dan vueltas, y empezás a hacer sonidos de mar y de ballenas en tu cabeza por ósmosis, como Dory.
Y básicamente seguís bajando por otros seis niveles, viendo la misma pecera gigante cada vez desde más abajo. Y los delfines y las focas también. Y otras tortugas y tiburones y cosas copadas, que se acercan a nada de vos, y las rayas que vistas desde abajo parece que sonríen y se te cruzan por adelante todo el tiempo como por contarte un chiste. Te parás a leer todos los cartelitos por el simple placer de encontrar carteles escritos en inglés, y llegaste al fondo de todo.
Y pensás en los pobres bichos encerrados en cajas de acrílico y concreto, peeeeero cuando considerás que los japoneses no tienen miramientos en hacinar toda clase de animales en cajitas de fósforos (y que el efecto de refracción del agua da la ilusión de un espacio más achatado) te das cuenta que no están taaan mal. Además, como vas leyendo todos los cartelitos, te enterás que el acuario funciona de forma bastante interesante, soltando y recambiando algunos de los especímenes cada par de años, y cosas así.
Entonces pasás al último nivel, donde tienen medusas y bichitos en la oscuridad. Lindos, hipnotizantes. Y salís, y ahí te encontrás con la última sorpresa: un piletón lleno de rayas y tiburoncetes a los que podés tocar. No que sean peluches ni ronroneen, pero te dan ganas de quedarte un rato largo ahí.
Tanto que cuando te diste cuenta y salís al mundo exterior ya es de noche, y recorrés el Lego Store que hay al lado (felicidad en bloquecitos), considerás la posibilidad de subirte a la vuelta al mundo gigante (pero la descartás, muy cara) y entonces corrés a buscar las mochilas que dejaste en el locker antes de que te cobren recargo, sin dejar de pensar: "zarpado, pero peces koi no tenían ni uno"...
Rafa Deviaje.