Whaiheke Island, había
escuchado hacía muchísimo tiempo en boca de ya no recuerdo quién,
era considerado uno de los lugares más hermosos del mundo... Y si
bien yo dudaba de ese tipo de declaraciones, lamentaba tener sólo
tres días para dedicarle.
Caí temprano y me fui a
Bio Shelter, un hostel relativamente barato. Camino hacia allá
encontré un grupito de argentinos y nos fuimos charlando, y de buena
onda nomás me invitaron a comer con ellos esa misma noche.
Llegué a Bio Shelter y
conocía Ivan, el dueño y constructor, y me pareció copada la onda
del lugar: un edificio raro, con cúpulas como burbujas y ojos de
buey, con camas y escaleras esparcidos por todos lados, con
alfombras, con decks, con plantas y macetas y faroles raros y con todo lo que hace falta para que se sienta
inmediatamente tu hogar. (Punto débil de Bio Shelter: los baños
eco-sustentables dan asco.)
Pasé tres días hermosos
en el hostel jipón y en la islita maravillosa. La gente ahí
es más amable que en el resto de Nueva Zelanda, pero mucho eh, y las
calles son una sucesión poco clara de zigzags que suben y bajan
laderas, abriéndose en medio del bosquecito encantador y rebosando
casitas paquetas y vistas hermosas en cada curva. Tiene playitas
lindas por todos lados, acantilados, mil y un caminitos que
atraviesan bosques y casas de vecinos (que te saludan mientras toman su
tecito) y baldíos y te llevan de una calle a otra, banquitos con
inscripciones chistosas, una biblioteca chiquita pero remoderna, y
una energía en el aire que me enamoró. Sí, lamento no haber ido antes a
Waiheke, pero sé que de haber sucedido, capaz nunca me iba...
Rafa Deviaje.
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