Volví a Auckland,
mi primer destino, la primera ciudad fuera de Argentina en la que me
perdí y me encantó. Guardaba muy lindos recuerdos de mis dos
primeras semanas en Auckland, y tenía curiosidad de verla de nuevo.
Bueno, entrar a Auckland
manejando, guiado por el GPS boludo del celular, ya no me gustó. Me
había hecho a los pueblos lineales que crecen alrededor de una ruta
principal y se terminó: las autopistas con mil salidas consecutivas
me mataban.
Y lo que vi de la ciudad
fue simplemente que estaba igual. Cuando pasé por Christchurch me
gustó percibir pequeños cambios, edificios nuevos (¡sobre el
terreno que yo había manejado la aplanadora había una central de
colectivos de la re puta!), graffitis nuevos... Pero Auckland estaba
idéntica. Incluso los mismos dos viejitos tocando sus ukuleles, los
mismos flacos haciendo las mismas coreografías de su bailecito
robot. I dén ti ca.
Ese primer día hice algo
que esperaba mejorara la perspectiva: pagué los veintipico de
dólares para subir a la Sky Tower, el edificio más alto del
Hemisferio Sur. Pero me decepcionó. Convengamos que será el más
alto, pero ahí donde llegás vos con suerte es la mitad de la
altura. Y el plato volador ese no gira, onda re pocas ganas loco, si
hasta la Torre Eiffel gira. Y las ventanas estaban bastante sucias
(una vez cada cuatro o cinco semanas las limpian los muy vagos), y
las partes del piso que son de vidrio están más sucias todavía.
Pero como había pagado me pasé al menos media hora, mirando hasta
el horizonte, siguiendo el flujo de autitos que se frenan cada tanto
y vuelven a arrancar. Y vi a la gente corriendo como una coreografía
sin fin...
Lo más grato del
reencuentro fue pasar por Remedy, la cafetería de Richard, el tipo
súper copado que me había prestado un librito de barista cuando
andaba buscando laburo de eso, y encontrar que tenían encuadrado y
en la pared el dibujito que le había regalado como agradecimiento. Y
como ahora tenía plata en el bolsillo, fui y les compré un café.
Con mucha azúcar, por favor.
Enseguida me puse en
campaña para vender el auto. Llené los hostels con publicidades y
mi número de teléfono y publiqué en cada grupito de facebook que
dijera algo sobre Nueva Zelanda. Y a esperar...
Esperé dos días creo, y
me cansé. Así como había hecho en Invercargill cuando el coche
empezó a fallarme, saqué boleto para una isla y me alejé del
problema, esperando que se resolviera solo durante mi ausencia.
Rafa Deviaje.
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