o The Flash Road Trip: Melbourne-Perth
-cuarta parte
La idea era ir a ver los
canguros que bajan a la playa con el amanecer en Cape Le Grand
National Park, ahí al lado de Esperance, pero no llegamos. Dormí unas cuatro horas pero así y
todo no llegamos. (Igual cabe decir que en la arena no encontramos ni
una puta huella de canguro así que tal vez no nos perdimos nada.)
Y el lugar era, de todas
formas, espectaculááááá. Alucinante. La arena blanca y fría que chillaba
cuando hacíamos fricción con los pies descalzos, el agua del mar
que era acuarela pura, las montañitas de granito con cavernitas,
los delfines que jugaban en las olas, el olor a sal, la ausencia de
personas.
Después de haber
recargado energías volvimos a la ruta, pasamos por un Pink Lake en
Esperance (que tenía menos de rosa que la Pantera Rosa en una tele
previa al technicolor), y seguimos camino hacia Margaret River por
caminos ondulantes y bosques imponentes, llovizna constante y música
que ya se empezaba a repetir más de la cuenta.
La zona de Margaret River,
que está al sur de la Costa Oeste de Australia, es hermosa y está
llena de atractivos que en TripAdvisor parecen geniales. Pero a
nosotros nos quedaba una última noche de van, todo estaba cerrando
cuando llegamos, el cansancio me sangraba por dentro, y todavía
teníamos que llegar a Perth antes de las tres de la tarde del día
siguiente (so pena de mil dólares por cada hora de retraso).
Entonces lo que hicimos
fue simple: nos escabullimos a un estacionamiento al lado de la playa
siendo ya entrada la noche, dormimos a pata suelta, vimos otro
amanecer sobre el mar, liquidamos lo poco que quedaba de desayuno y
fuimos hasta Perth. Ahí descargamos mochilas en un hostel donde se
alojaba mi antigua roomate del Tasman Backpackers, limpiamos la
camioneta bien a fondo (y yo intenté disimular un bollo que le hice
en el techo al tercer día de viaje), y me fui, manejando solito por
primera vez, hasta el aeropuerto para entregar las llaves y la van.
No dijeron nada del bollo
en el techo, no dijeron nada de nada, y me fui feliz. Lo último que
hice fue comparar el kilometraje del antes y el después. La
matemática fue simple: acababa de manejar de Este a Oeste, en menos
de una semana, cuatro mil seiscientos setenta y cinco kilómetros.
Más del diez por ciento de la circunferencia máxima de la Tierra.
Antes de brindar esa noche con Juli brindé yo primero, por mi
satisfacción y para con mi orgullo, con una buena siesta, de esas sin cubrirse y con ventana abierta.
Rafa Deviaje.
No hay comentarios:
Publicar un comentario