o The Flash Road Trip: Melbourne-Perth
-tercera parte
Los días siguientes me
pusieron a prueba como conductor de distancias nunca antes manejadas:
un día hice setecientos kilómetros, al siguiente más de mil, al
siguiente ochocientos cincuenta. En fin: avanzar había que avanzar,
así que cuanto más rápido mejor.
Yo me despertaba con la
primera luz del alba o incluso antes, (salía a hacer pis en una
oscuridad tan oscura que meaba ahí nomás de la van, y si había
algo en el piso que pudiera ser una serpiente enroscada, le meaba
encima para que se alejara), preparaba muesli con leche y un café
para despertarla a Juli (si es que no la dejaba dormir un rato más)
y me ponía de toque a manejar. A veces manejaba varias horas entrada
la noche, quemando litros de nafta y latitas de Red Bull.
En el medio nuestras
paradas eran breves y seleccionadas: Head of the Bight con la
esperanza de ver una ballena que no vimos (pero con acantilados muy
bonitos), Eucla donde estaba la estación abandonada del telégrafo,
puntos cualquiera cercanos a la costa y estaciones de servicio,
claramente.
Nuestras charlas en el
camino abarcaron de todo y lentamente fueron dando espacios más
largos a la música de ruta y a los momentos de contemplación. El
juego de contar canguros muertos al lado de la ruta duró poco, pero
la emoción de Juli cada vez que veía un animal nuevo duraba un buen
rato.
No tanto, igual, como el camino que cruza el Nullarbor: una
zona de cientos de kilómetros sin un puto arbolito; ni tanto como
esos casi doscientos kilómetros en línea recta: la ruta rectilínea
más extensa de todo Australia. Que manejé de noche, a parte.
Y así, cantando Estopa a viva voz, Shakira a los gritos, Árbol a los alaridos pelados,
llegamos a Esperance, donde tuvimos por primera vez una mañana
libre.
Rafa Deviaje.
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