miércoles, 31 de mayo de 2017

Freemantle International Street Artist Festival

Como conté antes, los dos días que estuve en Melbourne tuve la oportunidad de participar en shows callejeros de magia. La primera vez estaba con Juli y vi a este flaco haciendo ruido y sin público, y le dije quedémonos a ver. El loco adivinó de una que éramos argentinos, hizo aparecer una moneda en mi hombro, revoleó cartas afiladas a un globo que yo tuve que sostener bien lejos de mi cara, hizo tantos chistes forros que con Juli no nos parábamos de reír. El segundo mago, al dia siguiente, fue mucho más triste y la gente se fue sin darle ni cinco centavos.


En Fremantle, un suburbio al sur de Perth con una arquitectura muy particular (de herencia holandesa, me explicaron, su encanto está en la utilización de la limestone que le da una textura mágica sobre todo cuando se pone el sol), llegamos un jueves. Y durante el fin de semana de Pascua asistimos (Juli se perdió el último día porque tuvo que volverse a Nueva Zelanda) al International Street Artist Festival.


Artistas a la gorra, buenos y muy malos, locales, nacionales e internacionales, shows de magia, de música, de malabarismo, circenses profesionales y con humor del malo. Estaban los Gentlemen of the Road que tenían un espectáculo simple pero ultra simpático en el que incluían a nenes de amigos o pibes con síndrome de Down y cosas así que se ganaban la simpatía de todo el mundo. Estaban los Quatour Stomp que hacían muy buenos chistes y acrobacias zarpadas y eran, creo yo, los favoritos del festival. Había un flaco de Tasmania que tocaba música clásica de la puta madre con una guitarra arruinadísima. Había un show de fuego malísimo y una pareja de japoneses que tenían el récord Guiness con su pentaciclo. Había un loco de pelos parados que ahuyentaba al público y cortaba su show por la mitad.


Y hubo, claro está, performers que me incluyeron: una pareja de norteamericanos que me hicieron bailar y ayudarlos a tirar piruetas; y al día siguiente un electro-mimo que me tuvo como media hora parado al sol y oliendo su chivo inaguantable. Buenas memorias.


Y estando ahí no supe si es algo normal cuando se llevan más de tres años de gira, pero sentía que últimamente estaba viajando en círculos: acababa de reencontrarme con mi amigo alemánen Melbourne (el sexto de la Small Kiwi House con quien me volvía a cruzar), acababa de despedirme de una amiga del secundario, estaba otra vez compartiendo dormitorio con mi antigua roomate deTasmania...


Y como el trabajo de las paltas se atrasó una semana y me lo avisaron a último momento, cambié mi pasaje y fui a visitar a otra amiga del Tasman Backpackers que estaba a un ferry de distancia en Rottnest Island. Que sigan los círculos de la vida, que Australia se vuelva el pañuelo más chiquito del mundo...



Rafa Deviaje.

martes, 30 de mayo de 2017

Cape Le Grand National Park

Una semana cazando atardeceres
The Flash Road Trip: Melbourne-Perth
-cuarta parte


La idea era ir a ver los canguros que bajan a la playa con el amanecer en Cape Le Grand National Park, ahí al lado de Esperance, pero no llegamos. Dormí unas cuatro horas pero así y todo no llegamos. (Igual cabe decir que en la arena no encontramos ni una puta huella de canguro así que tal vez no nos perdimos nada.)




Y el lugar era, de todas formas, espectaculááááá. Alucinante. La arena blanca y fría que chillaba cuando hacíamos fricción con los pies descalzos, el agua del mar que era acuarela pura, las montañitas de granito con cavernitas, los delfines que jugaban en las olas, el olor a sal, la ausencia de personas.



Después de haber recargado energías volvimos a la ruta, pasamos por un Pink Lake en Esperance (que tenía menos de rosa que la Pantera Rosa en una tele previa al technicolor), y seguimos camino hacia Margaret River por caminos ondulantes y bosques imponentes, llovizna constante y música que ya se empezaba a repetir más de la cuenta.




La zona de Margaret River, que está al sur de la Costa Oeste de Australia, es hermosa y está llena de atractivos que en TripAdvisor parecen geniales. Pero a nosotros nos quedaba una última noche de van, todo estaba cerrando cuando llegamos, el cansancio me sangraba por dentro, y todavía teníamos que llegar a Perth antes de las tres de la tarde del día siguiente (so pena de mil dólares por cada hora de retraso).




Entonces lo que hicimos fue simple: nos escabullimos a un estacionamiento al lado de la playa siendo ya entrada la noche, dormimos a pata suelta, vimos otro amanecer sobre el mar, liquidamos lo poco que quedaba de desayuno y fuimos hasta Perth. Ahí descargamos mochilas en un hostel donde se alojaba mi antigua roomate del Tasman Backpackers, limpiamos la camioneta bien a fondo (y yo intenté disimular un bollo que le hice en el techo al tercer día de viaje), y me fui, manejando solito por primera vez, hasta el aeropuerto para entregar las llaves y la van.




No dijeron nada del bollo en el techo, no dijeron nada de nada, y me fui feliz. Lo último que hice fue comparar el kilometraje del antes y el después. La matemática fue simple: acababa de manejar de Este a Oeste, en menos de una semana, cuatro mil seiscientos setenta y cinco kilómetros. Más del diez por ciento de la circunferencia máxima de la Tierra. Antes de brindar esa noche con Juli brindé yo primero, por mi satisfacción y para con mi orgullo, con una buena siesta, de esas sin cubrirse y con ventana abierta.




Rafa Deviaje.

lunes, 29 de mayo de 2017

Al Sur de Australia, al lado del Océano

Una semana cazando atardeceres
The Flash Road Trip: Melbourne-Perth
-tercera parte


Los días siguientes me pusieron a prueba como conductor de distancias nunca antes manejadas: un día hice setecientos kilómetros, al siguiente más de mil, al siguiente ochocientos cincuenta. En fin: avanzar había que avanzar, así que cuanto más rápido mejor.



Yo me despertaba con la primera luz del alba o incluso antes, (salía a hacer pis en una oscuridad tan oscura que meaba ahí nomás de la van, y si había algo en el piso que pudiera ser una serpiente enroscada, le meaba encima para que se alejara), preparaba muesli con leche y un café para despertarla a Juli (si es que no la dejaba dormir un rato más) y me ponía de toque a manejar. A veces manejaba varias horas entrada la noche, quemando litros de nafta y latitas de Red Bull.


 



En el medio nuestras paradas eran breves y seleccionadas: Head of the Bight con la esperanza de ver una ballena que no vimos (pero con acantilados muy bonitos), Eucla donde estaba la estación abandonada del telégrafo, puntos cualquiera cercanos a la costa y estaciones de servicio, claramente.





Nuestras charlas en el camino abarcaron de todo y lentamente fueron dando espacios más largos a la música de ruta y a los momentos de contemplación. El juego de contar canguros muertos al lado de la ruta duró poco, pero la emoción de Juli cada vez que veía un animal nuevo duraba un buen rato.




No tanto, igual, como el camino que cruza el Nullarbor: una zona de cientos de kilómetros sin un puto arbolito; ni tanto como esos casi doscientos kilómetros en línea recta: la ruta rectilínea más extensa de todo Australia. Que manejé de noche, a parte.


Y así, cantando Estopa a viva voz, Shakira a los gritos, Árbol a los alaridos pelados, llegamos a Esperance, donde tuvimos por primera vez una mañana libre.


Rafa Deviaje.

domingo, 28 de mayo de 2017

Tantanoola Caves

Una semana cazando atardeceres
The Flash Road Trip: Melbourne-Perth
-segunda parte
 

El segundo día arrancó poco más allá de donde terminaba la Great Ocean Road, y arrancó temprano. Nuestro siguiente gran destino era Adelaide, una ciudad de la que había oído muchas cosas bonitas pero en la cual no teníamos tiempo de demorarnos.


De camino, sin embargo, sabíamos que había algunos puntos de interés. Y quiso el azar que el único punto de interés para el cual nos hicimos un rato fueron las Tantanoola Caves. (No las Naracoorte, que son más grandes y más caras y están un poquito más lejos de la ruta que seguíamos.)


Caímos súper temprano, así que éramos seis perejiles en el tour, y una guía con exceso de energía nos cobró la entradita y nos narró cómo, durante la Gran Depresión, un pibe había encontrado el acceso a las cuevas cuando se le perdió su comadreja, y de cómo se convirtió en un atractivo turístico financiado por los Parques Nacionales.


Entonces entramos y empezó a señalar formaciones (la Fuente de Chocolate, lo juro, supe que se llamaba Fuente de Chocolate antes de que ella lo dijera), el Buda, el Dragón, etcétera. Nos contó que era una de las cavernas más densamente decoradas y nos habló de estalactitas y estalagmitas y esas cosas que, si te interesan, te linkeo con Wikipedia.


Al final decidimos hacer una parada en Adelaide para comprar suministros y un cargadorcito USB para los teléfonos. Bueno, primero que me estresé manejando ese ladrillo hueco en una ciudad con tráfico intenso y de conseguir estacionamiento sudé la gota gorda; y segundo que cuando llegamos a la caja registradora del Reject Shop me encontré con que había agarrado la Myki (que es como la SUBE de Melbourne) en vez de la tarjeta de débito.


Y tercero: era sábado o domingo y todo estaba cerrando temprano. ¿Conclusión? No compramos nada, puteamos contra todos, vimos un show de breakdance en la peatonal central, y seguimos ruta, cantando fuerte y acariciando con cariño las pocas rayitas de batería disponibles.


Rafa Deviaje.

sábado, 27 de mayo de 2017

La Great Ocean Road

Una semana cazando atardeceres
o The Flash Road Trip: Melbourne-Perth
-primera parte


La razón por la cual me fui de Tasmania fue porque pronto volvería a trabajar a la farm de paltas en Queensland; pero antes de ir para allá tenía dos promesas que cumplir: una era visitar a mi buen amigo alemán, aquel que conocí en la Small Kiwi House y que vivía desde hacía rato en Melbourne (promesa que se cumplió con alegría infinita), en el piso cuarenta y cinco de un edificio bien cerca de la estación. Un lujo.



La segunda promesa era para con otra amiga, Juli, compañera de secundaria que andaba de paseo en Nueva Zelanda y que me había pedido que la acompañara en un viaje por la East Coast de Australia. Yo le dije que sí, que no había dramas; pero mis planes fueron otros desde el principio: minga la East Coast, íbamos a recorrer la South Coast desde Melbourne hasta Perth.


De Melbourne a Perth, pensé yo, como quien dice desde Buenos Aires a Rosario, o de Caballito a Trelew, qué sé yo. No tuve la menor consideración por la distancia, no tuve dos pensamientos sobre los gastos de combustible, no hice más que una revisión de cinco minutos en páginas de alquiler y relocación de coches. Nada. Caí a Melbourne, me reencontré con Juli, participé activamente en los shows de dos magos callejeros (uno muy bueno, otro medio flojo) y, en urgencia, me dediqué una mañana entera a conseguir transporte.


Después de mucho quilombo, de reservar una caravan por error y de perder otra combi a último segundo por quedarme leyendo los términos y condiciones (sí, juro que me los leí enteritos), de puro pedo conseguí una van que necesitaba ser llevada desde A a B en siete días y que nos cobraban muy poquito. Hubiera preferido nueve o diez, pero convengamos que para ese momento no tenía ninguna otra opción: los dados ya habían rodado sobre la mesa y no había otras opciones.



Cuando caímos, cargados con nuestro equipaje y bolsitas con cincuenta dólares en provisiones, en la agencia de alquiler de coches, tuvimos el primer y único traspié serio de toda la aventura: resulta que Juli se había dejado su licencia argentina de conducir en Nueva Zelanda, y sólo cargaba la internacional. Pobre: no sabía que la internacional vale de nada si no está acompañada por la del país de origen. Pobre mí, digo: con Juli inhabilitada para conducir (y asustada por el tamaño de la van), todo el camino descansaba en mis hombros.


Sin darle demasiada importancia y canchereando sobre mi viaje al Tip del Cape York, salimos apurados a la ruta y lo primero que tuvimos por delante fue la Great Ocean Road, que nace en Melbourne y lleva hasta los Doce Apóstoles, y que está bien lindo. Lo malo fue que por no entender bien al GPS que nos vino con la van nos perdimos todo el primer tramo del recorrido, creyendo que en cualquier momento bajábamos a la costa pero manejando por rutas tierradentro.



En fin, aquel primer día le metimos pata y vimos varios lugares icónicos, acantilados, arcos de piedra, playitas secretas; salté cada baranda que me impedía sacar fotos más copadas, nos cruzamos una serpiente y un equidna asustadizo, y vimos un atardecer naranja sobre el mar. En el medio hablamos de todo, y qué bueno estuvo hacer chistes como los que hacía cuando me aburría en clase de Biología, y que la persona que estaba a mi lado se riera. Para todo el resto teníamos Mastercard, pero eso sí que no tenía precio.
  


Rafa Deviaje.