Después de pasar una noche en la primera hut del Hump Ridge Track, manejé derecho hasta a Te Anau, un pueblito desde donde se parte fácilmente hacia varios puntos que quería recorrer. Pagué una noche en el YHA hostel, me di una ducha, lavé la ropa, comí abundante, y me puse todas las pilas para el próximo día.
Pero amaneció nublado y con cinco centímetros de nieve sobre todo Te Anau, y con un pronóstico climático horrible. Después de cavilar y ver mis opciones, busqué un lugar en el cual quedarme unos días sin gastar plata, esperando buen clima. Así fue que encontré el teléfono del Takaro Luxury Lodge, un lugar que aceptaba wwoofers, a unos treinta kilómetros de Te Anau.
Me encogí de hombros y manejé hasta el lugar, que estaba alejado. Mierda que estaba alejado de todo. Pasé un portal enorme que decía Takaro Lodge y seguí manejando unos diez minutos por un caminito hermoso en un valle encantado, cubierto de nieve y musgo y pinitos mágicos. Avisté finalmente unos edificios y me fui a reportar en la recepción.
Conocí a Fiona y a Sonch, las dos mujeres que administraban el lugar dando órdenes con acento de mafia rusa. Conocí también a una pareja de irlandeses que habían llegado el día anterior para hacer lo mismo que yo. Me explicaron que este invierno el lodge estaba cerrado por unos trabajos que estaban haciendo, me mostraron dónde iba a dormir y me dijeron que no había recepción para celulares. Ok, el paisaje era hermoso y la comida era abundante y cien por ciento casera: ¿que tal malo podía ser?
Al día siguiente trabajé con el irlandés amontonando madera y charlando de política y literatura y del puto frío que hacía. Cuando terminamos eso, nos dieron palas y una escalera y nos mandaron a palear la tierra que estaba sobre el techo de un edificio que iban a demoler. Claro, el lugar era tan top que todos los techos tienen pasto. Y ahora nosotros éramos los boludos paleando desde ahí arriba...
Al siguiente día apareció un alemán callado, llamado Mathis, y los tres fuimos a palear al techo, congelándonos los mocos. De repente, a media mañana (una media mañana hermosa, sin una sola nube, cagándose por completo en el pronóstico) empezamos a oír ruido como un celular en vibrador gigante, sonando en el bosque atrás nuestro. "Orcos", dije, reímos, hicimos más chistes y conjeturas, pero no supimos de qué se trataba.
Y al rato el irlandés nos llama la atención: en una palada de tierra acababa de encontrar un pedazo de hueso, amarillento y sucio. Lo miré con cara de quien entiende del asunto y dije: "no es humano". "No no", dijo el irlandés, "son los restos del último wwoofer". Volvimos a reír y seguimos paleando y para el momento del almuerzo estábamos tan hambreados que me bajé media hogaza de pan casero con manteca.
Al siguiente día, cuyo amanecer rosado y gélido fue sublime, vimos desde el techo un helicóptero sobrevolar el valle. "Van a rescatar al boludo que soplaba el cuerno orco ayer", bromeé. Pero cuando una hora después lo vimos volver, con algo colgado, grande y pesado, no hicimos ningún chiste. Esa tarde empezamos a notar algunos síntomas de aislamiento y falta de internet, mientras contemplábamos por la ventana cómo empezaba a nevar nuevamente. El irlandés me dijo que se quería ir. Que el lugar era frío, las tareas aburridas, los días cortos, y los huesos en el techo, sospechosos.
Al día siguiente se nos unió otro alemán, zarpado charlatán. Como si fuera el colmo, decidí que también había sido suficiente experiencia para mí: aprovechando lo que parecía ser una buena racha de días soleados, me las tomaba del Lodge, y Mathis se venía conmigo. Pero el problema fue que, al ir a buscar a Sonch para decirle que me quería ir, ella me salió a mi encuentro para decirme que mi auto tenía una goma en llanta. Chan.
Los irlandeses desaparecieron y yo me empecé a preocupar: ¿y si los rusos que manejaban el lugar no me querían dejar ir? ¿Y si nos seguían engordando con comida deliciosa para comernos después a nosotros, tipo Hansel y Gretel? ¿Y si mis huesitos terminaban sobre el techo del nuevo edificio? ¿Y si enloquecía y agarraba un hacha y empezaba a matar a todos los del lodge, y me moría congelado en un laberinto?
Por suerte también estaba Mike trabajando en el lodge. Mike era kiwi y había sido mecánico para una casa de empeño en Las Vegas. Era chistoso y macanudo, tenía un millón de historias y me salvó la vida: trajo de su casa un compresor y encontramos un tornillo clavado causando los problemas. Por suerte, la goma parecía resistir.
Así que apenas pudimos, Mathis y yo tiramos todos nuestros petates en el auto, nos fuimos a despedir de Sonch y Fiona, que resultaron ser bondadosas y comprensivas en vez de las brujas que imaginé en mi peor momento, y nos dirigimos de nuevo a Te Anau. Al final los huesos parecían pertenecer a varios ciervos, y el helicóptero era del Department of Conservation, que sale a liquidad ciervos cuando son mucha plaga; lo que quedó en el misterio fue el cuerno orco, pero bueno, siendo Nueva Zelanda...
Yo sólo rogaba, suplicaba a los cielos que el clima se mantuviera unas veinticuatro horas más como se había portado la última semana: con Mathis queríamos ir a Milford Sound, una de las maravillas neozelandesas.
Yo sólo rogaba, suplicaba a los cielos que el clima se mantuviera unas veinticuatro horas más como se había portado la última semana: con Mathis queríamos ir a Milford Sound, una de las maravillas neozelandesas.
Rafa Deviaje.
JAJAJJA, RA!!, JODEME QUE EN SERIO SE TE CRUZARON TODAS ESAS COSAS POR EL CEREBRO??
ResponderEliminarNo Mar, no tan literalmente. Pero sí se sentía un ambiente... sospechoso. Chan chan chaaaaaannnn
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