Habiendo llegado el momento de mi renuncia, llegó también la hora de explicar qué carajo estuve haciendo durante siete meses y medio en un tambo con mil vacas.
Bueno: la tarea principal,
algo así como el 70%, es ordeñar. Porque claro, la leche lo paga
todo. Las vacas llegan a un galpón mágico y se meten en una
calesita gigante donde un tubo les tira raciones de melasa, o
caramelo para vacas, y mientras tanto nosotros le ponemos los cups, o
aparato con cuatro boquitas aspiradoras que se cuelgan de las tetas
de la pobre vaca. Controlamos que no zapateen y se los saquen, que no
den mil vueltas como si siempre sacaran la sortija, limpiamos
toneladas y toneladas de mierda, mantenemos la higiene de la leche
que fluye constantemente hacia un tanque enorme, etcétera.
Esa parte del trabajo,
sinceramente, apesta. Uno le termina encontrando la gracia, los
métodos, todo lo que quieras... pero apesta. Durante casi todo el
año te obliga a despertarte a las tres y media de la madrugada, recagarte de frío hasta no sentir los dedos y a
estar alerta a los chorros de mierda que te apuntan a la geta.
La otra parte del trabajo,
que son las mil tareas de alimentación, irrigación y
mantenimiento, es mucho más copada. Un par de veces por
semana te toca ir en cuatriciclo a buscar a las vacas al padock, o
parcela, y llevarlas (arriarlas) al galpón mágico; siempre hay que ir a hacer
cercos provisorios para dividir un padock en dos.
A veces hay que cambiar los regadores de lugar; a veces hay que salir con un cuatriciclo y un tanque lleno de veneno a matar yuyos (me ponía guantes y me sentía re hitman); a veces hay que arreglar puertas o alambrados, o chequear que los bebederos no estén rebalsando, o cortar troncos secos para la estufa del jefe, o ayudar a cargar de fardos atrás del tractor, o mover de acá para allá un regador gigante que riega el pasto con toda la caca que limpiaste antes, o arreglar las cien cosas que se rompen poco a poco dentro del galpón mágico, y muchas, muchas otras cosas, que por lo general incluyen manejar un cuatriciclo, una moto o un autito farm-móvil que llamábamos la mula. Yo hasta llegué a manejar un tractotcito para llenar unos comederos con algo así como coco molido (nunca entendí del todo qué mierda le estábamos dando a las vacas, pero a ellas les encantaba y te tiraban cabriolas de alegría al verte llegar, lo juro), y me sentí re capo.
A veces hay que cambiar los regadores de lugar; a veces hay que salir con un cuatriciclo y un tanque lleno de veneno a matar yuyos (me ponía guantes y me sentía re hitman); a veces hay que arreglar puertas o alambrados, o chequear que los bebederos no estén rebalsando, o cortar troncos secos para la estufa del jefe, o ayudar a cargar de fardos atrás del tractor, o mover de acá para allá un regador gigante que riega el pasto con toda la caca que limpiaste antes, o arreglar las cien cosas que se rompen poco a poco dentro del galpón mágico, y muchas, muchas otras cosas, que por lo general incluyen manejar un cuatriciclo, una moto o un autito farm-móvil que llamábamos la mula. Yo hasta llegué a manejar un tractotcito para llenar unos comederos con algo así como coco molido (nunca entendí del todo qué mierda le estábamos dando a las vacas, pero a ellas les encantaba y te tiraban cabriolas de alegría al verte llegar, lo juro), y me sentí re capo.
Cuando yo llegué a la
farm, ya las terneras habían nacido todas, y si bien llegué a
llevarles leche para sus desayunos un par de veces, rápidamente se
fueron a engordar a otro campo. Y para esa época también fue que
estaban inseminando artificialmente a las vacas. Mejor ni les cuento.
Apenas eso terminó, trajeron veinte toros para inseminar
naturalmente a las que no se habían preñado artificialmente. Lo de
los toros era divertido, aunque daba un trabajo extra.
Después de perderles el miedo, llegué a mantener a raya a nueve de ellos, enfrentándolos en cuero (hacía calor), pelo en pecho y con un palito en la mano. También tuve un accidente y le di con el cuatri en la cabeza a otro toro, pero no se hizo nada.
Después de perderles el miedo, llegué a mantener a raya a nueve de ellos, enfrentándolos en cuero (hacía calor), pelo en pecho y con un palito en la mano. También tuve un accidente y le di con el cuatri en la cabeza a otro toro, pero no se hizo nada.
Después de que los toros
fueran vendidos a McDonal's, por enero creo, el ritmo del trabajo fue
disminuyendo cada vez más. También fue la época en que Fede y
Ceci, la pareja de argentinos, se volvió a Argentina, siendo
reemplazada por una pareja de un uruguayo y una chilena. Al poco
tiempo Rafa, el filipino con quien compartí el hogar, también
renunció; y entonces Wedmarc (el filipino más capo del mundo) y yo
le dijimos a Alex simultáneamente que nos la tomábamos cuando la
temporada terminara. O sea: cuando las vacas se fueran de vacaciones
al campo de invierno, Wedmarc se iba a otra farm, y yo a las rutas.
Las horas de trabajo
disminuyeron porque las vacas daban cada vez menos leche y porque el
jefe empezó a mandar a Burguer King a las más viejas, no
preñadas, de baja producción, o rebeldes (sí, las vacas que
aprenden a saltar cercas, van al muere). Y con el tiempo de ocio en
aumento pude darme el lujo de ver cientos de películas, leer un par
de novelas en inglés, escribir un poco y hasta me hice un escritorio
custom con madera de pallets, del cual estoy más que ogulloso. También supe por primera vez lo que es vivir solo en una casa, y me gustaron los resultados.
Pero nada de todo eso que dije, es para mí lo realmente
significativo de mi estadía en la farm. Las tres cosas importantes que me llevo son: los ahorros para seguir viajando (órale
que si no...), la paz interior que logré tras horas de ocio y reflexiones con Ceci; y los recuerdos de cosas hermosas que vi e hice mientras trabajé ahí, cosas a las que no les
pude sacar fotos, pero que no voy a olvidar.
Porque vi estrellas
fugaces por docenas. Vi meteoritos caer con chispas y fuegos,
iluminando como cohete espacial distintas capas de nubes al ir
cayendo.
Vi un cometa, chiquito pero cuenta igual. Vi cielos espeluznantes y difíciles de creer, con todos los colores del espectro.
Vi nubes como hojaldre, nubes como multitudes de ballenas, nubes como espuma de tsunamis de horizonte a horizonte, nubes, nubes, ¡nubes!, demasiado difíciles de describir como para que alguien pueda hacerse una imagen aproximada de lo flasheras que eran las nubes que vi, porque incluso si les mostrara una foto no me creerían del todo.
Vi un arco íris blanco una mañana en que la niebla no se disipaba, y vi un arco íris de noche gracias a la luna llena.
Una tarde que cayó la bruma, el atardecer tiñó absolutamente todo de rosado, todo. Vi salir salir una luna turca sobre el horizonte, del color rosa más chicle que un dinovo.
Vi cada puto amanecer (incluso a veces en los días franco), cada uno con su mucha o su poca magia.
Vi pájaros diversos cruzar el cielo, y en el suelo, vi y reconocí más de quince especies de hongos rarísimos, creciendo por doquier.
Vi a una vaca lastimada (la 700) a la que cuidé atentamente, caminarse ochocientos metros para pastar un rato al lado mío. Y junto a otra vaca (la 270) semi-paralítica a la que tres días seguidos llevé comidita y agua, vi un atardecer hermoso, usándola de almohada bovina. También vi una vieja vaca (la 73) desde arriba, porque me permitió sentarme sobre sus ancas.
Vi también, en mi última semana, olas gigantescas del mar que rebotaban contra los acantilados, tragándose la playa donde había pasado horas veraniegas. Y lo sentí alegórico.
Vi un cometa, chiquito pero cuenta igual. Vi cielos espeluznantes y difíciles de creer, con todos los colores del espectro.
Vi nubes como hojaldre, nubes como multitudes de ballenas, nubes como espuma de tsunamis de horizonte a horizonte, nubes, nubes, ¡nubes!, demasiado difíciles de describir como para que alguien pueda hacerse una imagen aproximada de lo flasheras que eran las nubes que vi, porque incluso si les mostrara una foto no me creerían del todo.
Vi un arco íris blanco una mañana en que la niebla no se disipaba, y vi un arco íris de noche gracias a la luna llena.
Una tarde que cayó la bruma, el atardecer tiñó absolutamente todo de rosado, todo. Vi salir salir una luna turca sobre el horizonte, del color rosa más chicle que un dinovo.
Vi cada puto amanecer (incluso a veces en los días franco), cada uno con su mucha o su poca magia.
Vi pájaros diversos cruzar el cielo, y en el suelo, vi y reconocí más de quince especies de hongos rarísimos, creciendo por doquier.
Vi a una vaca lastimada (la 700) a la que cuidé atentamente, caminarse ochocientos metros para pastar un rato al lado mío. Y junto a otra vaca (la 270) semi-paralítica a la que tres días seguidos llevé comidita y agua, vi un atardecer hermoso, usándola de almohada bovina. También vi una vieja vaca (la 73) desde arriba, porque me permitió sentarme sobre sus ancas.
Vi también, en mi última semana, olas gigantescas del mar que rebotaban contra los acantilados, tragándose la playa donde había pasado horas veraniegas. Y lo sentí alegórico.
Otra vez, vi a la gente irse, vi
gente nueva llegar. Vi a una vaca inteligente (la 314) reconocer mi llamado y dejarse mimar. Un día vi mi barba frente al espejo: la dejé
crecer, y por lo pronto no se va. Vendrá conmigo, donde el camino me
quiera llevar.
Rafa Deviaje.
Muy bueno Rafa! Éxitos en las rutas!! Un abrazo grande pendex!!
ResponderEliminarGracias Negro, Abrazo!
ResponderEliminarReitero cuando regreses publica un libro!!!!!!!!!!!!!!!!!!! genial!!!!!!!!!!!!!!!
ResponderEliminarGracias Nora! Por ahora igual sigo juntando experiencias, si no es best seller no cuenta! jajaja
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