viernes, 5 de junio de 2015

Breve explicación de mi estadía en la farm


Habiendo llegado el momento de mi renuncia, llegó también la hora de explicar qué carajo estuve haciendo durante siete meses y medio en un tambo con mil vacas.



Bueno: la tarea principal, algo así como el 70%, es ordeñar. Porque claro, la leche lo paga todo. Las vacas llegan a un galpón mágico y se meten en una calesita gigante donde un tubo les tira raciones de melasa, o caramelo para vacas, y mientras tanto nosotros le ponemos los cups, o aparato con cuatro boquitas aspiradoras que se cuelgan de las tetas de la pobre vaca. Controlamos que no zapateen y se los saquen, que no den mil vueltas como si siempre sacaran la sortija, limpiamos toneladas y toneladas de mierda, mantenemos la higiene de la leche que fluye constantemente hacia un tanque enorme, etcétera.



Esa parte del trabajo, sinceramente, apesta. Uno le termina encontrando la gracia, los métodos, todo lo que quieras... pero apesta. Durante casi todo el año te obliga a despertarte a las tres y media de la madrugada, recagarte de frío hasta no sentir los dedos y a estar alerta a los chorros de mierda que te apuntan a la geta.

La otra parte del trabajo, que son las mil tareas de alimentación, irrigación y mantenimiento, es mucho más copada. Un par de veces por semana te toca ir en cuatriciclo a buscar a las vacas al padock, o parcela, y llevarlas (arriarlas) al galpón mágico; siempre hay que ir a hacer cercos provisorios para dividir un padock en dos.

A veces hay que cambiar los regadores de lugar; a veces hay que salir con un cuatriciclo y un tanque lleno de veneno a matar yuyos (me ponía guantes y me sentía re hitman); a veces hay que arreglar puertas o alambrados, o chequear que los bebederos no estén rebalsando, o cortar troncos secos para la estufa del jefe, o ayudar a cargar de fardos atrás del tractor, o mover de acá para allá un regador gigante que riega el pasto con toda la caca que limpiaste antes, o arreglar las cien cosas que se rompen poco a poco dentro del galpón mágico, y muchas, muchas otras cosas, que por lo general incluyen manejar un cuatriciclo, una moto o un autito farm-móvil que llamábamos la mula. Yo hasta llegué a manejar un tractotcito para llenar unos comederos con algo así como coco molido (nunca entendí del todo qué mierda le estábamos dando a las vacas, pero a ellas les encantaba y te tiraban cabriolas de alegría al verte llegar, lo juro), y me sentí re capo.

Cuando yo llegué a la farm, ya las terneras habían nacido todas, y si bien llegué a llevarles leche para sus desayunos un par de veces, rápidamente se fueron a engordar a otro campo. Y para esa época también fue que estaban inseminando artificialmente a las vacas. Mejor ni les cuento. Apenas eso terminó, trajeron veinte toros para inseminar naturalmente a las que no se habían preñado artificialmente. Lo de los toros era divertido, aunque daba un trabajo extra. 

Después de perderles el miedo, llegué a mantener a raya a nueve de ellos, enfrentándolos en cuero (hacía calor), pelo en pecho y con un palito en la mano. También tuve un accidente y le di con el cuatri en la cabeza a otro toro, pero no se hizo nada.

Después de que los toros fueran vendidos a McDonal's, por enero creo, el ritmo del trabajo fue disminuyendo cada vez más. También fue la época en que Fede y Ceci, la pareja de argentinos, se volvió a Argentina, siendo reemplazada por una pareja de un uruguayo y una chilena. Al poco tiempo Rafa, el filipino con quien compartí el hogar, también renunció; y entonces Wedmarc (el filipino más capo del mundo) y yo le dijimos a Alex simultáneamente que nos la tomábamos cuando la temporada terminara. O sea: cuando las vacas se fueran de vacaciones al campo de invierno, Wedmarc se iba a otra farm, y yo a las rutas.

Las horas de trabajo disminuyeron porque las vacas daban cada vez menos leche y porque el jefe empezó a mandar a Burguer King a las más viejas, no preñadas, de baja producción, o rebeldes (sí, las vacas que aprenden a saltar cercas, van al muere). Y con el tiempo de ocio en aumento pude darme el lujo de ver cientos de películas, leer un par de novelas en inglés, escribir un poco y hasta me hice un escritorio custom con madera de pallets, del cual estoy más que ogulloso. También supe por primera vez lo que es vivir solo en una casa, y me gustaron los resultados.



Pero nada de todo eso que dije, es para mí lo realmente significativo de mi estadía en la farm. Las tres cosas importantes que me llevo son: los ahorros para seguir viajando (órale que si no...), la paz interior que logré tras horas de ocio y reflexiones con Ceci; y los recuerdos de cosas hermosas que vi e hice mientras trabajé ahí, cosas a las que no les pude sacar fotos, pero que no voy a olvidar.

Porque vi estrellas fugaces por docenas. Vi meteoritos caer con chispas y fuegos, iluminando como cohete espacial distintas capas de nubes al ir cayendo.

Vi un cometa, chiquito pero cuenta igual. Vi cielos espeluznantes y difíciles de creer, con todos los colores del espectro.

Vi nubes como hojaldre, nubes como multitudes de ballenas, nubes como espuma de tsunamis de horizonte a horizonte, nubes, nubes, ¡nubes!, demasiado difíciles de describir como para que alguien pueda hacerse una imagen aproximada de lo flasheras que eran las nubes que vi, porque incluso si les mostrara una foto no me creerían del todo.

Vi un arco íris blanco una mañana en que la niebla no se disipaba, y vi un arco íris de noche gracias a la luna llena.

Una tarde que cayó la bruma, el atardecer tiñó absolutamente todo de rosado, todo. Vi salir salir una luna turca sobre el horizonte, del color rosa más chicle que un dinovo.

Vi cada puto amanecer (incluso a veces en los días franco), cada uno con su mucha o su poca magia.

Vi pájaros diversos cruzar el cielo, y en el suelo, vi y reconocí más de quince especies de hongos rarísimos, creciendo por doquier.

Vi a una vaca lastimada (la 700) a la que cuidé atentamente, caminarse ochocientos metros para pastar un rato al lado mío. Y junto a otra vaca (la 270) semi-paralítica a la que tres días seguidos llevé comidita y agua, vi un atardecer hermoso, usándola de almohada bovina. También vi una vieja vaca (la 73) desde arriba, porque me permitió sentarme sobre sus ancas.

Vi también, en mi última semana, olas gigantescas del mar que rebotaban contra los acantilados, tragándose la playa donde había pasado horas veraniegas. Y lo sentí alegórico.



Otra vez, vi a la gente irse, vi gente nueva llegar. Vi a una vaca inteligente (la 314) reconocer mi llamado y dejarse mimar. Un día vi mi barba frente al espejo: la dejé crecer, y por lo pronto no se va. Vendrá conmigo, donde el camino me quiera llevar.



Rafa Deviaje.

4 comentarios:

  1. Muy bueno Rafa! Éxitos en las rutas!! Un abrazo grande pendex!!

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  2. Reitero cuando regreses publica un libro!!!!!!!!!!!!!!!!!!! genial!!!!!!!!!!!!!!!

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  3. Gracias Nora! Por ahora igual sigo juntando experiencias, si no es best seller no cuenta! jajaja

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