jueves, 25 de junio de 2015

Maori Beach


Como de costumbre, las cosas no salieron para nada como yo las había planificado: no conseguí un huésped wwoofer, no hice el recorrido de tres noches atravesando un sector de la isla, ni siquiera me puse al día con elblog. Pero el mecánico me llamó una tarde para decirme que habían encontrado la falla en el auto y que me iba a salir un ojo de la cara. Así que me encogí de hombros, reservé fecha para volverme en ferry a tierra firme (o isla más grande, que en definitiva es lo que siempre hacemos, ir de una isla a otra), y me dispuse a hacer la última caminata que me había aconsejado Estela, aquella viejita adorable de la oficina del Department of Conservation.


Arranqué bien temprano: sabía que si me atrasaba las horas diurnas no serían suficientes. Caminé por la ruta al lado de varias bahías y después me desvié hacia unos “gardens” que estaban altamente embarrados y que de gardens no tenían un joraca. Seguí mi caminito junto a la costa, con destino a la Maori Beach, o playa maorí.

El clima estaba menos lluvioso que los días anteriores. Si bien me había acostumbrado a que cada diez minutos lloviera, algún que otro rayito de sol me alentaba a seguir. Llegué al camping de la playa maorí dentro del horario previsto, comí algo, paseé alrededor y vi caracoles por docenas y hasta pedazos de algún coral medio esponjoso, y unos minutos que brilló el sol en todo su esplendor, me senté reparadito sobre una mini duna de arena a descansar. Ese lugar, en verano, se debe re poner. Sólo que el agua está muy fría para nadar, y tiene muchos tiburones blancos (parece ser una de las zonas más densamente pobladas de great white sharks del mundo, ¿qué tal?).


A la vuelta el solcito se mantuvo y volví a sacar muchas de las fotos que había sacado antes, pero más bonitas. Tuve la suerte de ver un ciervo escabulléndose de mí en el bosque y de ver un arco íris sobre la bahía del pueblo (Halfmoon Bay, o Bahía Medialuna, me daban ganas de clavarme un desayuno cada vez que leía el nombre en el mapita... incluso me da ganas ahora que lo escribo).


Esa noche me despedí del yanqui (a quien de ojete le gané dos partidas de ajedrez), de la sueca (a la que con el yanqui le enseñamos a jugar al ajedrez), de la finlandesa (a la que ayudé a completar unos rompecabezas re jodidos) y de la taiwanesa (con la que salimos a una noche a tratar de ver un kiwi silvestre, pero fracasamos).


Bien temprano a la mañana siguiente volví en el ferry, una maorí me levantó en la ruta y me llevó hasta el mecánico (una capa de maorí, encargada de transmitir antiguos conocimientos y prácticas a las generaciones jóvenes) y ahí me esperaba mi autito, ronroneando y listo para seguir. Así que seguí, ahora rumbo al Norte.



afa Deviaje.

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