Al segundo día de estar
en Stewart Island hice un segundo intento de conseguir alguien para
quien trabajar un par de horitas por día, pero no hubo caso. Así
que desistí.
Una viejita demasiado amable de la oficina del
Department of Conservation que tenía cara de Estela me armó un par de itinerarios de
caminatas que no me agobiaran tanto, ya que mi salud no terminaba de
mejorar y el clima frío y húmedo y constantemente lluvioso no
ayudaba (aunque una vez acostumbrado ya no jodía).
Me alejé hacia un
caminito de ida y vuelta que se llama Fern Gully. Estaba embarrado de
bote a bote, pero me encantó. Los helechos al nivel del suelo, los
enormes helechos palmera, las lianas, el arroyo, los degradé y
tornasolados del bosque, el constante murmullo de la lluvia... Me
fascinó.
Después seguí por un camino en círculo que lleva hasta el Ryans Creek. Tenía más de lo mismo, pero un poquito menos espectacular, y después el sendero iba subiendo y bajando pegadito al mar. Ahí yo empecé otra vez a echar bofes.
Llegué exhausto, después de unas tres horas y media de caminata, al hostel. Se venía el fin de semana y yo tenía que descansar para reponerme completamente. Y de alguna forma que no entiendo bien, en esta islita se sentía bien procrastinar, no hacer nada, huevear, divagar con la mente... En la farm me volvía loco si no me mantenía ocupado, pero acá... Acá había una clara sensación de aislamiento (el primer día me sentía DiCaprio en Shuttered Island), pero de aislamiento placentero, de retiro, de montaña mágica y lo que se te ocurra. Island of tranquility le dicen a Stewart Island en un folleto. Ultra tranquility my friend, le pondría yo.
Así que el fin de semana
me lo pasé echado en sillones, viendo Alf y Robotech, charlando con
los chicos que trabajaban en el hostel: un yanqui, una taiwanesa, una
sueca y una finlandesa. Todos tranquilos, silenciosos,
procrastinadores en comunión. Y así pasó el fin de semana.
Namasté.
Rafa Deviaje.
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