Hay un lugar del que había
leído y escuchado maravillas: el Arthur's Pass (que en mi cabeza a
veces se confundía con King Arthur, King's Cross, Plataforma 9 ¾), una ruta que cruza de costa a costa la Isla Sur, más o
menos por la mitad, a la altura de Christchurch, y decía tener
paisajes extraordinarios.
Un fin de semana de
diciembre, Alex, mi jefe, me comentó que quería hacer una carrera
en las montañas el sábado, y participar en una regata de kayaks el
domingo. Qué interesante, le dije yo; y entonces me explicó que
necesitaba alguien que lo dejara, para ambos eventos, en el punto de
partida, y lo fuera a buscar al punto de llegada. Ahí fue cuando me resultó interesante de verdad.
Lo bueno de la propuesta
(que acepté enseguida) era que iba a conocer el tan mentado Arthur's
Pass sin poner un peso de combustible o alojamiento. Lo malo de la
propuesta era que iba a tener que manejar la camioneta 4x4 de mi jefe
por un camino de montaña transitado, y que iba a tener que compartir
alojamiento con él.
Ok eso no era tan malo,
pero lo que sí se volvió pesado fue charlar durante varias horas
seguidas, cuando nuestros temas en común eran nulos, y en lo único
que coincidíamos era que para tener once meses de diferencia, éramos
muy, pero muy distintos.
Cuento un poco más de
Alex: es kiwi con orgullo y su familia paterna es granjera desde hace
centurias, primero en Irlanda y después en Nueva Zelanda. Y él se
lo toma a pecho, si hasta le regala tractorcitos y vaquitas de
plástico a sus hijitos. Los cuales son tres gurrumines bastante
simpáticos para ser kiwis.
Pero a pesar de que le
mete con todo el alma y todo el cuerpo a eso de hacerse cargo de un
tambo de mil vacas, su verdadera pasión es el atletismo: de
diciembre a febrero, cuando el trabajo empieza a mermar, él entrena
a morir y participa en cuanta carrera tiene a mano. Corre durante
horas por las montañas, navega ríos larguísimos con su kayak, nada
en lagos helados, sube y baja cuestas empinadísimas con su bici, y
hace todo esto sin parar y echándose en la boca sachecitos con
alimentos energéticos. Me contó que Born to run es su libro
preferido, después había otro muy bueno acerca de un corredor, pero
no lo había terminado del todo.
Volviendo a nuestro fin de
semana de diciembre: el primer día iba a correr unas cinco horas,
así que me dio libertad de usar su camioneta como quisiera mientras
tanto. Y yo decidí ir hasta la Costa Oeste, otra de las maravillas
de la Isla Sur. Y llegado este punto debo decir: será por la falta
de nieve o porque amaneció nublado, pero lo cierto es que los
paisajes de Arthur's Pass no me fascinaron tanto; en Argentina
tenemos valles mil veces más stunning que ese. Pero pasando Arthur's Pass,
llegando a la Costa Oeste, la cosa cambia: ahí sí hay paisajes que
me hicieron parar cada diez minutos a sacar fotos, o simplemente a
mirar, mirar, mirar.
Llegué a Greymouth, la
ciudad más cercana sobre la costa, dí una vueltita y no tuve más
remedio que emprender el retorno, pensando que la ruta de la Costa
Oeste iba a tener que recorrer la punta a punta. En el medio tuve
algunos problemas con la camioneta, ya que tuve la ocurrencia de pararme a sacar fotos en medio de una cuesta
pronunciada, y el bicho al arrancar no quería pasar de segunda, y el
camino era estrecho y lleno de curvas, había amenaza de cascoteo,
advertencia de no frenar ni detenerse, y los demás coches me tocaron
bocina alguna que otra vez durante unos interminables tres o cuatro
minutos.
El día siguiente amaneció
más lindo. Fuimos juntos hasta el lugar donde empezaba la regata, lo
vi irse y aproveché mis horas libres para ir a Castle Hill, un cerro
que tiene fomaciones rocosas como huesos de dinosaurios titánicos
que la erosión estaba descubriendo poco a poco; un laberinto natural
de piedras formidables, ideal para una batalla campal de paintball.
Lo que daría por una buena partida de paintball en Castle Hill, por Dios.
(Desgraciadamente, de
alguna forma que todavía no me explico, perdí todas las fotos de
Castle Hill y las de la llegada de Alex con su kayak. Me quise cortar
las pelotas cuando me di cuenta, pero bueno. Googleen, imagínenselo,
o vayan algún día.)
Después de eso volvimos
rapidito, que las vacas nos esperaban; y tuve que pasar la terrible
prueba de manejar la camioneta una hora y media mientras Alex
descansaba un poco. Admito que la presión me traicionó más de una
vez pero taaaan mal no lo hice. Así y todo, apenas pudo me sacó del
volante para llegar sanos y salvos. (Le recuerdo al lector olvidadizo
que no habiendo manejado nunca en mi vida, saqué el registro un mes
antes de irme de Argentina, y en Nueva Zelanda sólo había manejado
mi autito automático, así que eso de la caja de cambios todavía me
tenía un poco intrigado.)
Para Navidad y fin de año, Alex nos invitaría a sus empleados latinos a pasarla con su familia, lo cual fue increíblemente grato; y un mes después de aquel
fin de semana, Alex participaría en el Coast to Coast, un triatlónque cruza Nueva Zelanda de un lado a otro. Como no es tan crack
decidió hacerlo en dos días en vez de uno, y terminó catorceavo en
su categoría, lo cual, pensando en los mil tipos que participan,
hizo que le cobrara bastante respeto. Esta vez no tuve la oportunidad
de acompañarlo, ya que fue su familia, pero sí aproveché para
hacer todas las boludeces que quise con el cuatriciclo en las horas
de trabajo. Puedo decir que ambos fueron fines de semana altamente
satisfactorios.
Rafa Deviaje.
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