miércoles, 26 de abril de 2017

Hobart's Wooden Boat Festival


El tiempo que pasé de paseo en Tasmania demostró que la geografía hace la mitad del esfuerzo: las personas que se cruzan hacen otro tanto.




 

Arranqué tarde a hacer dedo porque me quedé haciéndole compañía a Less después del desayuno, y porque era domingo encontré poco tráfico. Igualmente, después de esperar un poco, conseguí un aventón que me llevó directamente a la puerta de la casa de aquel hobartense hincha de Racing, matero y fan de Damas Gratis, que me había ofrecido alojamiento. Lo curioso fue que, el viejo que me levantó en la ruta, era el abuelo de una familia que me había cruzado días atrás, en lo alto del Mount Salomon.




Y fue él quien me habló del Wooden Boat Festival: el festival de los botes de madera, que se celebra cada dos años en Hobart, es de entrada gratuita y concentra embarcaciones viejas y nuevas de todo Australia y el mundo. Así que mi plan de un par de días de descanso se convirtió en una semana de fiaca: no me iba a ir sin ver de qué se trataba el festival.






No sé qué cantidad de barcos hubo, pero fueron muchísimos. Había tres barcos grandotes de tres mástiles (fragatas, clípers, algo así), unos cinco o seis medianos (de dos mástiles y tamaño pirata) y enjambres de cosas más chiquitas. A todos te podías subir y charlar, si había alguien, y hacer tours, si había guías. Por todos lados tenías carteles, explicaciones, barquitos fuera del agua para ver determinada mano de obra, características raras, herramientas tradicionales, etcétera. Había talleres abiertos de todo tipo, competencia, rifas, y un viejo holandés que tocaba música en su barquito.


Que fue lo que más me gustó de aquel fin de semana: en su botecito bañadera pintado decolores equipado con un órgano a manivela, tocando la trompeta conuna mano y manejando el motorcito con el sobaco, el tipo tocabaserenades: desde música clásica a jazz a tango y otras cosas más populares. El sonido de la trompeta sobre el agua, el suave gemido lúdico del organito, el sol estupendo y la sonrisa de la gente, hacían muy buena combinación.


 

Y hubo más música en los muelles y sobre el agua, gente vestida a la antigua y barcos de puta madre, lanchas a vapor con cobres brillando y un crucero de lujo más grande que cualquier edificio de Hobart, banderitas de todo el mundo y comida de igual variedad. Y cuando se terminó, finalmente, me tocó salir de aventura y carpa temprano y sin perder tiempo.



Rafa Deviaje.

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