El tiempo que pasé de
paseo en Tasmania demostró que la geografía hace la mitad del
esfuerzo: las personas que se cruzan hacen otro tanto.
Arranqué tarde a hacer
dedo porque me quedé haciéndole compañía a Less después del
desayuno, y porque era domingo encontré poco tráfico. Igualmente,
después de esperar un poco, conseguí un aventón que me llevó
directamente a la puerta de la casa de aquel hobartense hincha de
Racing, matero y fan de Damas Gratis, que me había ofrecido
alojamiento. Lo curioso fue que, el viejo que me levantó en la ruta,
era el abuelo de una familia que me había cruzado días atrás, en lo alto del Mount Salomon.
Y fue él quien me habló
del Wooden Boat Festival: el festival de los botes de madera, que se
celebra cada dos años en Hobart, es de entrada gratuita y concentra
embarcaciones viejas y nuevas de todo Australia y el mundo. Así que
mi plan de un par de días de descanso se convirtió en una semana de
fiaca: no me iba a ir sin ver de qué se trataba el festival.
No sé qué cantidad de
barcos hubo, pero fueron muchísimos. Había tres barcos grandotes de
tres mástiles (fragatas, clípers, algo así), unos cinco o seis
medianos (de dos mástiles y tamaño pirata) y enjambres de cosas más
chiquitas. A todos te podías subir y charlar, si había alguien, y
hacer tours, si había guías. Por todos lados tenías carteles,
explicaciones, barquitos fuera del agua para ver determinada mano de
obra, características raras, herramientas tradicionales, etcétera.
Había talleres abiertos de todo tipo, competencia, rifas, y un viejo holandés que tocaba música en su barquito.
Que fue lo que más me
gustó de aquel fin de semana: en su botecito bañadera pintado decolores equipado con un órgano a manivela, tocando la trompeta conuna mano y manejando el motorcito con el sobaco, el tipo tocabaserenades: desde música clásica a jazz a tango y otras cosas más
populares. El sonido de la trompeta sobre el agua, el suave gemido
lúdico del organito, el sol estupendo y la sonrisa de la gente,
hacían muy buena combinación.
Y hubo más música en los
muelles y sobre el agua, gente vestida a la antigua y barcos de puta
madre, lanchas a vapor con cobres brillando y un crucero de lujo más
grande que cualquier edificio de Hobart, banderitas de todo el mundo
y comida de igual variedad. Y cuando se terminó, finalmente, me tocó
salir de aventura y carpa temprano y sin perder tiempo.
Rafa Deviaje.
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