sábado, 29 de abril de 2017

Ahoy! Dos días en la mar


El loco era pintor en Sydney, había aprendido a navegar como voluntario en un Yatch Club, había comprado su bote muy barato y había puesto montón de horas de trabajo para devolverlo a un estado navegable. Y se había ido de Sydney hasta Hobart, y hacía poco había arrancado la vuelta.



Abordé esa misma tarde y a la mañana siguiente nos hicimos a la mar (inserte música de Piratas del Caribe aquí). Me enseñó de los vientos, de los cabos y las velas, de sus proyecciones en las cartas y su escrupuloso examen de los pronósticos. Me dejó pilotear un cacho, charlamos de todo un poco, vimos delfines que se vinieron a nadar a nuestro lado cuando decidió arriar las velas y prender el motor; comimos noodles y echamos ancla en una bahía que difícilmente competía contra la que habíamos dejado el día anterior.



Pero el día siguiente fue un poco menos agradable: el prometido viento sur se perdió muy rápido y terminamos yendo contra el viento y contra las olas bravitas durante horas y horas. Y el humor del capitán se pudrió rápido, también. Muchos días de condiciones similares, supuse, lo habían hecho medio agrieta.



Unas mierditas de metal se rompieron en la vela mayor y, entre insultos a lo Teniente Dan, me dijo que iba a tener que parar en St. Helens para comprar repuestos. Esa misma tarde, con las últimas luces y el GPS, nos fuimos adentrando en el canalcito estrecho que lleva al puerto de St. Helens, pero no lo hicimos a tiempo.



Tiró el ancla ahí donde estaba, temeroso de encallar si seguía a ciegas, y nos echamos a dormir. A medianoche yo desperté y vi un cardúmen de peces que comían las cosas que arrastraba la marea. Encarné una caña con un poco de tocino y, en diez minutos, saqué tres pescaditos. Pero los devolví: había decidido ya que no me interesaba llegar a Flinders Island, y no valía la pena matar pescado si no lo iba a comer.



Dicho y hecho, nos despedimos a la mañana siguiente con un apretón de manos y la promesa de que, si algún día me compraba un velero propio, le tenía que avisar.





Rafa Deviaje.

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