Para esas fechas se empezó
a hacer evidente cierta tensión entre Miki y yo: ya se le había
pasado el jet lag pero seguía con ganas de pasársela tirado en la
cama todo el día y decía estar cansado de la ciudad, y a mí me
daba por las pelotas. Fue por eso que empecé a pasear un poco más
por mi cuenta.
Y uno de los lugares a los
que fui solo fue a las Torres Metropolitanas de Gobierno, que son dos torres altísimas con observatorios de acceso
gratuito (a 202 metros de altura, siendo 243 el tope) desde donde podés ver casi todo Tokyo. Digo casi no porque
la visión no llegue a sus confines, sino porque dependiendo del
clima y el viento, podés no ver muy lejos. Como me pasó a mí.
No sé si era bruma,
niebla o smog, o las tres cosas juntas, pero se suponía que se tenía
que ver hasta el Monte Fuji, y ni ahí. Una viejita muy amable que
hacía de guía voluntaria allá arriba me fue detallando la altura y
la fecha de construcción de cada edificio importante alrededor, y me
dijo que volviera al ocaso para sacar una foto del “Fuji rojo”,
cosa que no hice ya que el clima no varió durante todo el día.
Sé que mi descripción lo
tira bastante abajo y que si las fotos zafan fue gracias a photoshop
(lo juro, eran de un gris uniforme y desabrido) pero debo hacer
hincapié: ir vale la pena. Estás muy alto, ves contornos de cosas
muy grandes y muy lejanas, y por sobre todo: es gratis. Si van a
Tokyo, vayan a las Torres Metropolitanas de Gobierno y denle un saludo
de mi parte a las viejitas que te hacen de guía.
Rafa Deviaje.
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