jueves, 14 de enero de 2016

Senso-ji


En Asakusa, muy cerquita de donde estábamos, quedaba el Senso-ji, el templo más visitado de Tokyo. Y es un clásico, una postal, un figureti: la puerta esa grandota con una monstruosa lámpara de papel rojo colgando.

  
Previo al templo en sí, pero formando parte de la atracción, hay una calle comercial donde podés comprar souvenirs, golosinas, comida al paso, cosas tradicionales, amuletos, juguetes, qué sé yo. Y ya desde ahí entendés por qué es el templo más visitado de Tokyo: imposible sacar una foto sin que se te cruce alguien, imposible caminar en línea recta. Ahí fue cuando me resigné del todo a mis fotos que tanto me gustan cuando están sin un humano a la vista: estando en Japón, me dije, las fotos van a salir con japoneses.


En el patio del templo había una olla enorme llena de incienso que los fieles iban a quemar uno atrás de otro, y algunos se demoraban como purificándose en la humareda. Después el complejo se dividía en distintos edificios más grandes y más peques, una pagoda reservada estrictamente para fieles, y muchos pequeños santuarios menores.


Debo confesar que en el momento me impresionó bastante: el tamaño de la construcción en madera, el pigmento rojo cubriéndolo todo, las pinturas arcaicas, las esculturas de dioses y los bichos protectores con cara de malos. Pero ahora que escribo esto, con montón de templos a cuestas, debo advertir: Sinso-ji sigue pareciéndome un infaltable, peeeeero no es la gran cosa.




Cuando nos alejábamos de allá, después de revolear nuestra monedita en la alcancía del templo y dar dos palmaditas, nos alejamos por una calle lateral, y apenas vimos un templito desolado, con su jardincito cuidado y su silencio, nos sentimos más a gusto, Miguel y yo.




Rafa Deviaje.

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