viernes, 22 de enero de 2016

La misteriosa pagoda de Suwa


Salimos una mañana de Tokyo hacia lo de Shiki, una amiga de la ex novia de un amigo de Miki, quien vivía en Sagamihara, a las afueras de Tokyo, y a quien Miki le llevaba una carta de parte de esa ex novia.



Nos abusamos de su hospitalidad quedándonos dos noches en su departamento en el que entrábamos justito justito, nos cagamos de risa de todo un poco y nos informamos sobre pros y contras de irse a trabajar a Japón. Cumplido (y excedido) el deber de cartero, y habiendo leído todo lo que había para leer sobre hacer dedo en Japón, arrancamos camino.

 

Muchas de mis amistades niponas me habían dicho que hacer dedo allá no era bueno, que nadie me iba a levantar porque no era común, y que hasta era peligroso. Sin embargo me parecía ridículo. Y decidí que tenía que probarlo. Tomamos un tren hasta una estación de tren, desde la cual caminamos hasta una Service Area, que es una zona de descanso con estacionamiento, locales para comprar comida, baños, zona de fumadores; y empezamos a hablar con los conductores.


Después de un par de respuestas negativas y un par de surimasén, en menos de cinco minutos, un loquito nos dijo que sí, de una, y arriba del auto hasta una Parking Area varios kilómetros más adelante. Tendríamos que haber visto el Fuji bien de cerca, pero como llovía, no se veía nada denada. Entre el flaco que hablaba un poquitín de inglés y Miki con su japonés limitado, se pudo armar una conversación decente durante el viaje, sin embargo la comunicación se complicó después, cuando nos levantó una pareja de edad avanzada. Pero nos convidaron unas cositas de arroz inflado y nos llenaron de consejos que no captamos del todo.


Ahí nos encontramos en Suwa City, que rodea el Suwa mizumi, y Miki dijo de pasar ahí una noche o dos, así que empezamos a buscar una forma para ir de la Parking Area a la ciudad. Por suerte nos salió al paso un viejo de información que trabajaba en la PA y, tras meditarlo un momento, decidió llevarnos él mismo en su auto hasta la estación de tren más cercana. Porque sí, porque dijo que era parte de su trabajo (cuando todos sabemos que no lo era), porque era copado. Nos impresionó su amabilidad desmedida, y también que teniendo cincuenta y siete años corriera, varias veces por semana, dieciséis kilómetros alrededor del lago.


En Suwa pasamos dos noches, y como no encontramos alojamiento adecuado la pasamos en ciber cafés. Que son mucho más que ciber cafés: tienen pequeñas habitaciones con distintas comodidades, teles, compus, colecciones enormes de manga (lástima que estaba todo en ponja), jueguitos, maquinitas, bebidas gratis y hasta duchas.


En esos dos días nos recorrimos el castillo local y todos los templos más importantes de la zona: el Shotoku, el Kokokuji, el Hokoji, el Shogan-ji, el Jizo-ji, nos metimos en lugares que no correspondía y nos la pasamos señalando los carteles dibujados de nenes corriendo en las esquinas, los locales, los arroyos, los puentes, y nuestro primer onsen: un bañito viejo y húmedo, pero calientito, barato y bien de japonés.


Lo más gracioso fue que en la tarde del primer día descubrí una misteriosa pagoda perdida allá en la cumbre de las montañas nubladas, y nos pasamos un rato largo esa noche tratando de encontrar el camino a la pagoda y considerando la posibilidad de mandarnos de una a trepar a través del bosque. Finalmente nos dimos cuenta de que era una torre de metal, probablemente de radio o algo así. Pero la magia no se perdió, y el lugar nos gustó mucho por sus pequeñeces y su magia.


Entonces fue cuando me comuniqué con Ikue, una de mis amigas japonesas con las que trabajé en la Small Kiwi House de Nueva Zelanda, y le dije que nos dirigíamos hacia su hogar...




Rafa Deviaje.

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