Después de unas idas y vueltas, una nueva caries, ser invitado a una fiesta ponja en la que comí de todo, de ir a nuevas agencias de trabajo, de pasar muchas tardes en la biblioteca, conseguí lo que buscaba: un trabajo estable. Yeah babe.
O por lo menos, la oferta de un trabajo estable. Llegué una mañana a las oficinas de esta compañía dedicada a hacer trabajos con concreto y asfalto y me preguntaron si tenía full driver license, a lo que contesté que of course, y me dijeron que acompañara a Robbie. Entonces no lo supe, pero básicamente ese era mi trabajo: ir con Robbie, un viejo de casi cincuenta años que nunca en su vida manejó con registro; y que como recién ahora lo tenía de forma legal y figuraba como novato, no podía manejar por las suyas, sino que tenía que estar acompañado, siempre, por alguien sin limitaciones en su licencia. O sea yo. Qué descaro.
Robbie me pareció amable, y de una me hizo manejar su camioneta esa mañana. Habiendo aprendido a pisar los pedales un mes antes de venir a Nueva Zelanda, ser conductor designado no era mi puesto preferido, pero decidí ponerle el pecho: puse reversa y salí arando lo mejor que pude, excusándome de que nunca había manejado una camioneta utilitaria de esas dimensiones, y así a la ruta nomás.
No maté a nadie. Pero tampoco volví a tocar la camioneta de Robbie: había perdido su confianza antes de poder ganármela. A eso súmenle que para esas fechas Argentina perdió por un gol en la final y no sé por qué era el hazmereír de estos rugbiers ignorantes, y que después de un par de días de trabajar con esta gente, yo seguía sin cazar una. Claro: los tipos que trabajan en construcción hablan todos como el ojete, así que yo interpretaba la seriedad de las órdenes que me daban y según eso hacía lo que me imaginaba que me decían, o seguía haciendo lo que ya estaba haciendo, total al final siempre iban ellos a hacer lo que me pidieron que hiciera, que es la mejor forma de enseñar, carajo.
En fin, se acercaba el viernes y yo sospechaba que en cualquier momento me llegaba un mensajito diciéndome que no volviera nunca más. Así que antes de que eso sucediera, apliqué mis amplios conocimientos tácticos que aprendí con Sun Tzu y El arte de la guerra, y decidí ganar la batalla antes de librarla.
Pedí herramientas prestadas a Robbie y agarré tie wire, o ese alambrecito súper flexible que sirve para atar cosas, y empecé a hacer eslabones. Y con los eslabones, en silencio y como hormiguita obrera, empecé a hacer una cadenita. Y una vez que hube llamado la atención de Robbie y me preguntó cuán larga pensaba hacerla, le dije: "No sé Robbie, ¿vos cuán larga querés que sea?". "Todo lo que puedas", me respondió, y sus ojitlos brillaron.
Yo sonreí perversamente para mis adentros. Desde ese momento me consideré algo así como el Penélope de la cadenita de tie wire, y dediqué cada descanso y horario de almuerzo a hacerla más y más larga, con la esperanza de que Robbie no dejara que me despidieran mientras estuviera inconclusa.
O por lo menos, la oferta de un trabajo estable. Llegué una mañana a las oficinas de esta compañía dedicada a hacer trabajos con concreto y asfalto y me preguntaron si tenía full driver license, a lo que contesté que of course, y me dijeron que acompañara a Robbie. Entonces no lo supe, pero básicamente ese era mi trabajo: ir con Robbie, un viejo de casi cincuenta años que nunca en su vida manejó con registro; y que como recién ahora lo tenía de forma legal y figuraba como novato, no podía manejar por las suyas, sino que tenía que estar acompañado, siempre, por alguien sin limitaciones en su licencia. O sea yo. Qué descaro.
Robbie me pareció amable, y de una me hizo manejar su camioneta esa mañana. Habiendo aprendido a pisar los pedales un mes antes de venir a Nueva Zelanda, ser conductor designado no era mi puesto preferido, pero decidí ponerle el pecho: puse reversa y salí arando lo mejor que pude, excusándome de que nunca había manejado una camioneta utilitaria de esas dimensiones, y así a la ruta nomás.
No maté a nadie. Pero tampoco volví a tocar la camioneta de Robbie: había perdido su confianza antes de poder ganármela. A eso súmenle que para esas fechas Argentina perdió por un gol en la final y no sé por qué era el hazmereír de estos rugbiers ignorantes, y que después de un par de días de trabajar con esta gente, yo seguía sin cazar una. Claro: los tipos que trabajan en construcción hablan todos como el ojete, así que yo interpretaba la seriedad de las órdenes que me daban y según eso hacía lo que me imaginaba que me decían, o seguía haciendo lo que ya estaba haciendo, total al final siempre iban ellos a hacer lo que me pidieron que hiciera, que es la mejor forma de enseñar, carajo.
Pedí herramientas prestadas a Robbie y agarré tie wire, o ese alambrecito súper flexible que sirve para atar cosas, y empecé a hacer eslabones. Y con los eslabones, en silencio y como hormiguita obrera, empecé a hacer una cadenita. Y una vez que hube llamado la atención de Robbie y me preguntó cuán larga pensaba hacerla, le dije: "No sé Robbie, ¿vos cuán larga querés que sea?". "Todo lo que puedas", me respondió, y sus ojitlos brillaron.
Yo sonreí perversamente para mis adentros. Desde ese momento me consideré algo así como el Penélope de la cadenita de tie wire, y dediqué cada descanso y horario de almuerzo a hacerla más y más larga, con la esperanza de que Robbie no dejara que me despidieran mientras estuviera inconclusa.
Ahora, ¿de qué iba el trabajo? Concreto. O sea, esta empresa (mejor ni la nombro) hace pisos de concreto: te saca la mugre de cascotes que quedó después del terremoto, te hace una nueva base con piedritas, te arma boxes (o "cajones") de madera y esas cosas, y le tira cemento adentro, asfalto o lo que sea que vaya adentro de esos cajones. Después te saca las maderas, te pule la cosa y se las toma.
¿Es divertido? No. Pero para nada. ¿Te cuento mi rutina?: levantarme a las 5.10 am, desayunar tipo robot, abrigarme bien y salir a pedalear los diez kilómetros hasta la yard (o galpón/oficina, ponele) de la empresa, con frío de hasta seis grados bajo cero, con lluvia, con viento, y sí, incluso con nieve (una meada de nieve igual, no fue tan épico como yo pretendía que fuera). Ahí me tomo un cafecito y me subo a la camioneta de Robbie, y vamos al trabajo que mejor les pinte ese día: una casa, un estacionamiento, el caminito de la vecinita denfrente. Generalmente tipo cuatro, cuatro y media, se termina la cosa, volvemos a la yard, pedaleo de nuevo hasta el hostel, me ducho y me clavo una siesta, me levanto para cenar, cumplir con mi trabajo en el hostel limpiando y esas cosas, y me voy a dormir después de las doce, sabiendo que en cinco horas tengo que estar arriba de nuevo.
¿Fines de semana? A veces trabajo los sábados también, y claro, sábado y domingo a la noche tengo que estar al pie del cañón en el hostel, trapeando como esclava. Si tengo suerte, el sábado me alcanza para hacer las compras semanales (fruta, pan, leche, salchichas), y el domingo para cocinar algo así como hamburguesas o una pizza, que es un lujo, y dormir, que es otro lujo.
¿Por qué lo hago entonces? La respuesta es simple: es parte de un plan mayor. Parece un plan de mierda, pero no (tanto). Ahorro lo que necesito para viajar después y además, aunque suene a Síndrome de Estocolmo, no la paso (taaaan) mal. Me rasco mucho los huevos (no es mi culpa, la logística de la empresa es incluso más débil que mis ganas de trabajar), no me pierdo ni un sólo amanecer, y con Robbie la paso bien.
Y mientras tanto espero, espero a la primavera, a las rutas abiertas, al cielo infinito, al viaje que cada día siento que recién empieza.
Porque claro,
estancado en Christchurch
tardé en entenderlo:
no estoy viajando,
pero sigo estando deviaje.
Nota al pie: ¿y esas fotos? Arte callejero (o símil) en el centro de Christchurch. No, nada que ver con el trabajo, pero para dar una nota de color a tanto gris...
Nota al pie: ¿y esas fotos? Arte callejero (o símil) en el centro de Christchurch. No, nada que ver con el trabajo, pero para dar una nota de color a tanto gris...
Rafa Deviaje.
De viaje, viajando o sin viajar sos un groso enano!!!, PD, me encantaron las fotos... De esas coleccionables...
ResponderEliminarBue bue, gracias Mar. Ya hice la selección de la cámara, apenas me den instrucciones de cómo comprar lo hago, y ahí sí que va a haber mejores fotos carajo
EliminarY la foto de la cadenita? cuál fue su destino final? quiero saber más sobre la cadenita che!!! Soy Anahi.
ResponderEliminarObviamente se la regalé a Robbie! No sé dónde la tiene pero como es chatarrero, dudo que la tire jajaja. Ah y fijate cuando publicás un comentario, tenés la opción de comentar como anónimo pero poner tu nombre arriba de todo ;)
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