Hasta este momento estuve evitando (adrede) nombrar a compañeros de viaje, de habitación y de trabajo. Pero eso se terminó. Hoy les quiero presentar a Robbie.
Robbie Daniels es el motivo de que yo consiguiera el trabajo en la empresa de concreto. Como ya dije anteriormente, nunca sacó registro de conducir. Aunque aprendió a manejar en un autito a los 9 años, en la granja de sus padres, y lo vi hacer maniobras que creí que iban a liquidar los fondos de mi seguro de viaje pero que terminaron coronadas de éxito, palmas y vítores, nunca manejó con registro, hasta hace poco. Y si lo sacó, es porque fue preso tras reiteradas multas y llamadas de atención. (También pertenecía a una gang de motoqueros, era alcohólico y pendenciero, pero él nunca relacionó esas cosas con haber caído en cana, y yo no insistí. Me bastó saber con que su chaqueta de la gang era un souvenir en el placard y que no había vuelto a tocar un cerveza en mucho tiempo.)
Robbie es australiano pero hace como treinta años (¿o trece, o veinte?) que no vuelve a Australia. Y su mamá parece ser la única persona de la familia con la que habla, y aunque ella insista, él no va a volver a su país natal. Christchurch es su hogar y, aunque supo ser nómade, probablemente sea el lugar en el que pase el resto de su vida.
Igual lo más atractivo de Robbie es que sabe de todo un poco. Tuvo mil trabajos distintos: en un circo ambulante, en un tambo, un taller mecánico, una compañía de andamios, una compañía de seguros y como electricista, y otros que se olvidó de contarme.
Le gusta comprar autos baratos, arreglarlos, limpiarlos y revenderlos a cinco veces lo que él pagó. También le gusta hacer lo mismo con autitos de control remoto, aunque algunos se los queda y juega como nenito con su primer hotwheels.
Tiene tatuajes por todos lados, muchos diseñados por él mismo (estudió dos años en un colegio de Bellas Artes en Australia), y tiene las manos hechas mierda. Hace unos años perdió la punta de los dedos meñique y anular de la mano derecha con una sierra eléctrica, y él se hace el que no, pero le duelen todo el tiempo.
Su mujer tiene cáncer y él se hace cargo de todo cuando ella se siente mal, y no pasa un día sin que la llame para saber cómo está, decirle que está por volver y recordarle que la ama.
Guarda en su casa una colección de pequeñas esculturas estilo maorí que hizo mientras estaba preso, junto a maquetas (que me recordaron a las que teníamos que hacer en sexto grado para la maestra) de todo un barrio tipo Lejano Oeste que se inventó, con su hostería, su prisión, su iglesia, su cantina, etcétera. Y son el orgullo de su mujer; mientras que el orgullo de Robbie son una Harley llena de calaveras y un viejo autito Lotus al que está customizando poco a poco, esperando volver a las rutas con él.
Robbie habla con todo el mundo, sin discriminaciones y con el mismo sentido del humor. Y hace chistes tontos de nene que dice pito y se sonroja. Y mirándolo a los ojos, ojos que brillan con una picardía de nene con pecas dibujado en un frasco de mermelada de arándanos; mirándolo reírse, con esa boca sin dientes en medio de una barba desprolija color a cigarrillo; mirando su cara avejentada arrugarse como un Gollum feo y orejón cada vez que sonríe, puedo asegurar que no, Robbie nunca terminó de madurar del todo. Y eso es genial.
Así que aunque suene ultra gay, es como es y lo digo con orgullo: Robbie (y el sueldo todas las semanas) hicieron que el trabajo en esta empresa valiera la pena, y que no hubiera buscado más trabajo en farms. Estando con él aprendí muchas cosas: aprendí a cortar madera y conservar mis dedos, aprendí a cortar metal y a nivelar desagües, aprendí muchísimo sobre mecánica y sobre excavadoras mecánicas; aprendí sobre Nueva Zelanda y sobre Australia. Con él trabajé duro cuando hubo que trabajar duro y hice huevo el resto del tiempo.
Sé que nunca vas a leer esto, Robbie (porque ni ahí te paso el link del blog, olvidate), pero te quería dar las gracias. Gracias por tenerme paciencia, gracias por dejarme dormir en la camioneta cuando llovía y me veías partido de sueño, gracias por enseñarme tantas cosas sobre autos y sobre cómo no manejar para el culo, gracias por dejarme sacar fotos cuando se suponía que teníamos mucho trabajo para hacer, gracias por incentivarme a seguir viajando, gracias por regalarme ese muñequito feo de pelo colorido. Gracias. Al muñequito lo llevo ahora colgado en la mochila, y tu recuerdo lo llevo en algún lugar del pecho donde ni a diez mil kilómetros de Christchurch se va a perder.
Vamos, nota a parte de nuevo: ¿y esas fotos flaco? ¿Flashando cualquiera otra vez? No. Todas estas fotos las saqué en los lugares donde fui a trabajar, o cerquita. Si no hay fotos del antes/después del concreto, es porque es malísimo de fotear. Lo único casi poético de este laburo es tener que moverse en laberintos de hilos endebles, que van a determinar la posición de algo tan duradero como el cemento mezclado con piedra. Y cortar metal: cortar metal es como estar en medio de una cañita voladora, un fuego artificial sin final, una niebla de chispas y mil fragmentos de sol sobre el mar.
Rafa Deviaje.
Genial Rafa! Ese Robbie debe ser un gran tipo... Buen viaje de nuevo!! Exitosssssssssss
ResponderEliminarJaja vos viste las fotos de su Harley llena de calaveras, así que aunque no fuera buen tipo a vos te caería bien! Jaja gracias negro!
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