jueves, 2 de marzo de 2017

Hobart, la parte que estuvo un poco bien


Desde el inicio de mi viaje yo tenía una pequeña ambición frustrada: encontrar un lugar que me gustara y quedarme ahí viviendo por unos meses. No suena muy difícil, pero lo cierto es que circunstancia tras circunstancia terminé siempre arrastrado por el viento. Igualmente apostaba todo a que esta vez, en Hobart,iba a tener mi lugarcito.

Y lo fue. Pero, otra vez, nada salió como esperaba.

Empecemos: cuando me fui de Devonport a Hobart haciendo dedo tuve mucha suerte: dos minutos pulgar arriba y viaje derecho hasta la puerta del Imperial Backpackers, céntrico y con buen Wi Fi.

Reservé habitación, pedí que me pusieran en la lista de posibles housekeepers (para trabajar unas horitas a cambio de cuarto gratis, como ya había hecho en Nueva Zelanda), y me fui a encontrar con dos argentinas que había contactado previamente a través de facebook.

Nos caímos bien mutuamente y esa misma noche fuimos a un grupo de Conversaciones en Español (donde se reúnen latinos varios, europeos y locales con ganas de aprender). Sorpresa fue encontrarme a la recepcionista del Imperial Backpackers y conocer a un australiano que, tomador empedernido de mate, hincha de racing y fan de la cumbia villera, era el más argento de todos.




Y acá la hago corta: conseguí ese trabajito en el hostel, donde me tocó cambiar sábanas, limpiar cuartos y limpiar la cocina de punta a punta, y me quedé unos cuatro meses. Con el tiempo logré que me dieran una habitacioncita privada (sin ventana pero sin ronquidos compartidos), y me hice amigo de medio mundo.



Amigo de huéspedes que vivían ahí desde hacía rato (como una chilena con acento bonaerense y mucho sentido del humor), amigo de huéspedes de paso, amigo de otros empleados y empleadas (a muchos de los cuales entrené y los vi irse), amigo de gente del grupo de Conversación, amigo del sol en la cocina y la brisa suave en las mesas de afuera, amigo de los yuyos del techo y de la única ducha con buen chorro de agua.


 

Y hubo peleas, intrigas, agravios, puñales por la espalda, serruchos bajo los pies, amores correspondidos y corazones rotos, fiestas varias, cerveza gratis por el fin de año, renuncias masivas, gente que desapareció, buenos ratos junto a las ventanas y todas esas cosas que, de alguna manera, como era la segunda vez que las vivía, se pegaban menos a la piel.



Y me fui a mediados de enero, otra vez hacia Devonport, contento de haber logrado mi pequeña ambición de una vez por todas.

Rafa Deviaje.

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