Había leído que los días
de lluvia el Arrecife está igual de bueno, y aunque le desconfiaba
abiertamente porque sonaba más a review pagada por atrás que a
testimonio genuino, ya no había marcha atrás. Alquilé una camarita
sumergible y me fui tempranito hacia el puerto, embarqué, charlé
con distintos pasajeros para matar la ansiedad, y así fue que conocí
a Juan, otro argentino.
Juan vivía en Sydney con
su novia aussie, estaba por cuarta vez yendo a la Barrera y deseaba
ver una tortuga marina más que ninguna otra cosa. Que todo el mundo
ve tortugas y yo no, se quejaba indignadísimo, y yo sólo quiero ver
una tortuga como la de Nemo.
Fui de los primeros en
bajar del barco en la plataforma fija, ya sobre la Gran Barrera de
Coral, fui exactamente el segundo en saltar al agua con esnorquel,
patas de rana y camarita sumergible, y fui el último en salir,
secarse y abordar nuevamente, varias horas después.
En el medio esnorqueleé
como loco, foteé como tarado, me raspé con el coral afilado, me
asusté con una aguaviva porque creí que era de las letales, me
recontra cagué en las patas cuando el pez-mascota de la empresa (el
azul cabezón de la foto) me toreó de costado (ahí fue cuando me
raspé con el coral, de hecho), hice mi introducción de buceo y no
me perforé los oídos ni nada, y salté desde el primer piso de la
plataforma al agua aunque había un cartel que lo prohibía ex profeso porque viva el punk y la anarquía.
Y, también, vi una
tortuga como la de Nemo. Yo chapoteaba en el borde del perímetro
habilitado, lejos de todos, cuando la vi, nadando a unos cuatro
metros de profundidad. Me sumergí para sacarle unas fotitos de cerca
y al volver a la superficie le hice el gesto de tortuga (que es
parecido a hacer una palomita en sombras chinescas, pero con los
pulgares) a la guardavida de la plataforma, que no me vio, y entonces
le grité “turtle, turtle!” a un vago que pataleaba a unos veinte
metros.
Fue de esas cosas
providenciales, porque aquel vago era Juan, el otro argentino. Lo
supe enseguida porque, apenas me escuchó, el flaco se convirtió en
un torpedo. Ahí nomás nos sumergimos, le sacamos más fotos, la
espantamos como idiotas y nos hicimos gestito de okay abajo del agua,
sonriendo a través de la mascarilla del esnórquel. Qué emoción
que tenía el loco. Fusilados de tanto perseguir a la tortuga nos
colgamos de una boya para reponer energías y volvimos a la
plataforma, satisfechos.
Ahí me enteré que
acababa de perder la oportunidad de subirme al botecito de fondo de
cristal, y fui abordado dos minutos después por Juan y su novia, que
no le creía lo que acababa de pasar y necesitaba el testimonio
jurado de un testigo.
Después de haber nadado
durante horas, sacado más de trescientas fotos, buceado por primera
vez en mi vida, morfado en el bufet como un manatí, y haber ayudado
a Juan a cumplir su sueño, puedo decir que la pasé bien. Pero que a
mí no me jodan: los días de nubes y lluvia son visualmente mucho
más chotos que un buen día de sol, no saben el laburo de photoshop
que me dio poner lindo este post.
Pasé otro día más en
Cairns, paseando y transpirando, y sin más demora volví a las
montañas: a Tablelands, a Nethergreen, donde Ivan, Amanda, los dos
nenes y Choco, el perrito de tres patas, me aguardaban con una camita
preparada para mí y una cena suculenta.
Rafa Deviaje.
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