sábado, 18 de junio de 2016

La Gran Barrera de Arrecife de Coral, con lluvia


Había leído que los días de lluvia el Arrecife está igual de bueno, y aunque le desconfiaba abiertamente porque sonaba más a review pagada por atrás que a testimonio genuino, ya no había marcha atrás. Alquilé una camarita sumergible y me fui tempranito hacia el puerto, embarqué, charlé con distintos pasajeros para matar la ansiedad, y así fue que conocí a Juan, otro argentino.




Juan vivía en Sydney con su novia aussie, estaba por cuarta vez yendo a la Barrera y deseaba ver una tortuga marina más que ninguna otra cosa. Que todo el mundo ve tortugas y yo no, se quejaba indignadísimo, y yo sólo quiero ver una tortuga como la de Nemo.






Fui de los primeros en bajar del barco en la plataforma fija, ya sobre la Gran Barrera de Coral, fui exactamente el segundo en saltar al agua con esnorquel, patas de rana y camarita sumergible, y fui el último en salir, secarse y abordar nuevamente, varias horas después.




En el medio esnorqueleé como loco, foteé como tarado, me raspé con el coral afilado, me asusté con una aguaviva porque creí que era de las letales, me recontra cagué en las patas cuando el pez-mascota de la empresa (el azul cabezón de la foto) me toreó de costado (ahí fue cuando me raspé con el coral, de hecho), hice mi introducción de buceo y no me perforé los oídos ni nada, y salté desde el primer piso de la plataforma al agua aunque había un cartel que lo prohibía ex profeso porque viva el punk y la anarquía.





Y, también, vi una tortuga como la de Nemo. Yo chapoteaba en el borde del perímetro habilitado, lejos de todos, cuando la vi, nadando a unos cuatro metros de profundidad. Me sumergí para sacarle unas fotitos de cerca y al volver a la superficie le hice el gesto de tortuga (que es parecido a hacer una palomita en sombras chinescas, pero con los pulgares) a la guardavida de la plataforma, que no me vio, y entonces le grité “turtle, turtle!” a un vago que pataleaba a unos veinte metros.





Fue de esas cosas providenciales, porque aquel vago era Juan, el otro argentino. Lo supe enseguida porque, apenas me escuchó, el flaco se convirtió en un torpedo. Ahí nomás nos sumergimos, le sacamos más fotos, la espantamos como idiotas y nos hicimos gestito de okay abajo del agua, sonriendo a través de la mascarilla del esnórquel. Qué emoción que tenía el loco. Fusilados de tanto perseguir a la tortuga nos colgamos de una boya para reponer energías y volvimos a la plataforma, satisfechos.





Ahí me enteré que acababa de perder la oportunidad de subirme al botecito de fondo de cristal, y fui abordado dos minutos después por Juan y su novia, que no le creía lo que acababa de pasar y necesitaba el testimonio jurado de un testigo.





Después de haber nadado durante horas, sacado más de trescientas fotos, buceado por primera vez en mi vida, morfado en el bufet como un manatí, y haber ayudado a Juan a cumplir su sueño, puedo decir que la pasé bien. Pero que a mí no me jodan: los días de nubes y lluvia son visualmente mucho más chotos que un buen día de sol, no saben el laburo de photoshop que me dio poner lindo este post.




Pasé otro día más en Cairns, paseando y transpirando, y sin más demora volví a las montañas: a Tablelands, a Nethergreen, donde Ivan, Amanda, los dos nenes y Choco, el perrito de tres patas, me aguardaban con una camita preparada para mí y una cena suculenta.



Rafa Deviaje.


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