miércoles, 1 de octubre de 2014

Canterbury versus Southland


Ya había renunciado a mis trabajos y un par de días me separaban de empezar el viaje tan largamente anhelado. Pero entre preparativos y múltiples siestas diarias, hice lugar en mi agenda para un último compromiso. ¿Cuál? Ir a un partido de rugby: Canterbury vs. Southland. Y fui con Yair, el recepcionista mexicano. Yo ni soy fanático del rugby y Yair decía gol en vez de try, pero las entradas eran gratis así que ni ahí nos la perdíamos. 


El día estaba nubladón y friolero. Llegamos al rato de que abrieran las puertas, tipo 3.30 pm., y siguiendo señalizaciones y carteles localizamos nuestros puestos. Comprar pochoclos, panchos o choripanes quedó descartado porque ni los había, y si los hubiera, serían carísimos.


El estadio se fue llenando hasta poco más de la mitad. Hubo un partido de pequeños contra pequeños, una pelea de boludos en trajes de sumo y cosas así antes del partido posta, todo para entretener y crear la atmósfera. Y después sí, se pusieron a jugar los grandes.



Los Crusaders de Canterbury, nuestro preferido, fue arriba o empatado todo el partido.  Yo me puse a sacar fotos con mi cámara nueva a los jugadores, a las minas de la platea de enfrente, a los reflectores, al señor que se sacaba los mocos con el meñique, etcétera. Nos reíamos con el chavo de la Kiwi House porque ahí estaba todo lleno de familias y la gente aplaudía con cada anotación fuera del equipo que fuera. Eso sí, al final final, cuando Southland pasó por dos puntos al equipo local, los kiwis dejaron de aplaudir.

Instante de la épica derrota.
Con una jugada milagrosa los titanes de Canterbury casi llegaron hasta la meta y consiguieron que el equipo contrario les cometiera una falta, cuando el tiempo ya estaba terminado. ¡Listo! Pan comido: tiro libre (o como se llame) de frente a la H, para marcar y ganar (¿o empatar?, qué sé yo si ni estaba mirando) el partido.


Y ahí, mientras todo el mundo zapateaba un malambo en las gradas para alentar o distraer o qué sé yo (yo zapateaba también porque me moría de frío), y a mi grito eufórico de ¡vamos los Pumas carajoo!, el mamerto de Canterbury pateó el penal o como mierda se llame. y le pifió. Sí, pifió pa' fuera de la H el salame.

Perdieron el partido, desterrados de Nueva Zelanda y toda ex colonia británica y la gente se apuró a vaciar el estadio como si tiraran bombitas de olor. Con el mexicano nos encogimos de hombros, tachamos "ver un partido de rugby en Nueva Zelanda" de nuestra lista, y nos fuimos a comer tacos hechos por él y su novia. Altos tacos, por cierto.

Y después de eso sí, a empacar que la ruta me esperaba impaciente. Y llena de sorpresas.


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